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apiñaron en torno a los soldados, a los que hicieron infinidad de preguntas en su lengua<br />

nativa, ya que la tropa estaba constituida por naturales del país. Por entonces, Tarzán,<br />

con la ayuda de Abdul, había<br />

aprendido a chapurrear algo de árabe, lo que le per-<br />

mitió interrogar a uno de los muchachos que acompañaban al jeque, mientras éste<br />

presentaba sus respetos al capitán Gerard.<br />

No, el joven no había visto ninguna partida de seis jinetes procedente de Jilfah. Había<br />

otros oasis diseminados por la región, era muy posible que se hubiesen dirigido a alguno<br />

de ellos. Claro que aquella gente podían ser forajidos de las montañas: a menudo<br />

cabalgaban hacia el norte en pequeños grupos, hacia Bu Saada, e incluso a veces<br />

llegaban hasta Aumale y Buira. A decir verdad, también podía tratarse de alguna<br />

cuadrilla de merodeadores que regresaran de alguna de esas ciudades, a las que habrían<br />

ido a divertirse un poco.<br />

A primera hora de la mañana siguiente, el capitán Gerard dividió sus tropas en dos<br />

columnas. Puso al teniente Gernois al mando de una de ellas y él encabezó la otra.<br />

Explorarían los montes, a ambos lados de la llanura.<br />

-¿En qué destacamento prefiere ir monsieur Tarzán? -preguntó el capitán-. ¿O quizás<br />

no tiene ningún interés en cazar merodeadores?<br />

-¡Oh, me encantará participar en esa montería! -se apresuró a aceptar el hombre mono.<br />

Llevaba un rato devanándose los sesos en busca de una excusa plausible que le<br />

permitiera integrarse en la partida de Gernois. Su preocupación tuvo corta vida y aquella<br />

sugerencia inesperada le produjo un alivio inmenso. El propio Gernois le echó la mano<br />

definitiva:<br />

-Si a mi capitán no le importa prescindir por esta vez del placer de la compañía de<br />

monsieur Tarzán, consideraría un honor que el señor Tarzán me acompañase hoy.<br />

Su tono no carecía de cordialidad. Realmente, Tarzán imaginó que se había pasado un<br />

poco en ello, pero, no obstante, algo atónito y complacido, se apresuró a manifestar su<br />

satisfacción.<br />

Y así fue como Tarzán y el teniente Gernois cabalgaron uno junto a otro a la cabeza<br />

del pequeño destacamento de espahís. La cordialidad de Gernois duró poco. En cuanto<br />

quedaron fuera de la vista del capitán Gerard y sus hombres, el teniente adoptó su<br />

habitual talante taciturno. A medida que avanzaban, el terreno se hacía más escabroso.<br />

Era una subida constante hacia las montañas, en las que entraron, hacia las doce del<br />

mediodía, a través de un estrecho desfiladero. Gernois detuvo la marcha a la orilla de un<br />

arroyo. Allí, los soldados prepararon y consumieron su frugal almuerzo y después<br />

llenaron las cantimploras de agua.<br />

Tras descansar una hora, reemprendieron su avance por el desfiladero, para<br />

desembocar en un pequeño valle, del que partían diversas gargantas rocosas. Hicieron<br />

un alto y Gernois se plantó en el centro de la depresión y examinó minuciosamente las<br />

alturas que los rodeaban.<br />

-Nos separaremos aquí -determinó el oficial-, formaremos varias patrullas y cada una<br />

de ellas avanzará por una de esas cañadas. Destacó los diversos grupos y dio las<br />

pertinentes instrucciones a los sargentos a los que asignó el mando de cada una de las<br />

patrullas. Al concluir, se dirigió a Tarzán:<br />

-Usted tendrá la bondad de quedarse aquí hasta que regresemos.<br />

Tarzán manifestó su disconformidad, pero el teniente le cortó en seco:<br />

-Es posible que cada uno de estos pelotones tenga que entablar combate -dijo-, y los<br />

civiles no pue-<br />

den encontrarse en medio de la lucha porque entorpecerían a los soldados durante la<br />

acción.

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