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-El tiro a la gacela también entraña sus peligros -repuso Tarzán-. En especial cuando uno va solo. Lo descubrí hoy mismo. También he comprobado que aunque la gacela sea el más tímido de los animales, no es el más cobarde. Tras sus palabras, en la mirada que dirigió a Gernois no puso más que indiferencia, ya que no deseaba que el hombre supiera que recelaba de él, ni que lo sometía a vigilancia, al margen de lo que pudiera pensar. Sin embargo, el efecto del comentario del hombre mono sobre el oficial acaso pudiera indicar su relación con, o su conocimiento de, ciertos sucesos recientes. Tarzán observó que una especie de tenue sonrojo mate ascendía desde la base del cuello de Gernois. Se sintió satisfecho y cambió rápidamente de conversación. A la mañana siguiente, cuando la columna partió de Bu Saada hacia el sur, media docena de árabes cerraban la marcha. -No forman parte del destacamento -contestó Gerard, en respuesta a la pregunta de Tarzán-. Simplemente se han sumado a nosotros como compañeros de viaje. Desde su llegada a Argelia, Tarzán había aprendido lo suficiente acerca del carácter de los árabes como para comprender que aquella no era la auténtica razón, puesto que al árabe no le gustaba precisamente la compañía del extranjero y si ese extranjero eran soldados franceses, todavía menos. De modo que sus sospechas cobraron vida y decidió no perder de vista a aquella partida que marchaba tras la columna, a unos cuatrocientos metros de distancia. Pero ni siquiera durante los altos en el camino de las tropas se acercaron los árabes lo bastante como para que Tarzán pudiese darse el gusto de examinarlos a fondo. Llevaba largo tiempo convencido de que tras su pista había asesinos mercenarios y tampoco albergaba grandes dudas de que en el fondo de aquella conjura estaba Rokoff. Lo que no llegaba a determinar con precisión era si tal seguimiento se debía al afán de venganza del ruso, por las veces que le había humillado y desbaratado sus planes, o si aquello estaba relacionado de alguna manera con la misión de Tarzán relativa a las andanzas de Gernois. En el caso de tratarse de esta última posibilidad, lo que parecía bastante probable dada la evidencia de que Gernois desconfiaba de él, Tarzán tendría entonces que contender con dos enemigos poderosos. Las zonas salvajes de Argelia hacia donde se encaminaban brindarían numerosas oportunidades para eliminar a cualquier adversario silenciosamente y sin despertar sospechas. Después de acampar dos días en Jilfah, la columna reanudó la marcha en dirección suroeste, al llegarles noticias de que bandas de merodeadores actuaban en aquella región contra las tribus que tenían establecidos sus aduares al pie de las montañas. El reducido grupo de árabes que les había acompañado desde Bu Saada desapareció repentinamente la misma noche en que se dio la orden de prepararse para salir de Jilfah a la mañana siguiente. Tarzán interrogó discretamente a algunos soldados, pero nadie supo aclararle el motivo por el que los árabes se fueron, ni la dirección que tomaron. No le gustó el aspecto del asunto, sobre todo teniendo en cuenta que había visto a Gernois conversando con uno de los árabes media hora después de que el capitán Gerard emitiera sus instrucciones relativas a la reanudación de la marcha. Sólo Gernois y Tarzán conocían la dirección que iban a tomar. Lo único que les dijo a los soldados fue que estuviesen listos para levantar el campamento a primera hora de la mañana. Tarzán se preguntó si Gernois no habría revelado a los árabes el punto de destino del destacamento. Muy entrada la tarde del día siguiente, las tropas acamparon en un pequeño oasis en el que se encontraba el aduar de un jeque al que los malhechores robaban cabezas de ganado y asesinaban pastores. Los árabes salieron de sus tiendas de piel de cabra y se
apiñaron en torno a los soldados, a los que hicieron infinidad de preguntas en su lengua nativa, ya que la tropa estaba constituida por naturales del país. Por entonces, Tarzán, con la ayuda de Abdul, había aprendido a chapurrear algo de árabe, lo que le per- mitió interrogar a uno de los muchachos que acompañaban al jeque, mientras éste presentaba sus respetos al capitán Gerard. No, el joven no había visto ninguna partida de seis jinetes procedente de Jilfah. Había otros oasis diseminados por la región, era muy posible que se hubiesen dirigido a alguno de ellos. Claro que aquella gente podían ser forajidos de las montañas: a menudo cabalgaban hacia el norte en pequeños grupos, hacia Bu Saada, e incluso a veces llegaban hasta Aumale y Buira. A decir verdad, también podía tratarse de alguna cuadrilla de merodeadores que regresaran de alguna de esas ciudades, a las que habrían ido a divertirse un poco. A primera hora de la mañana siguiente, el capitán Gerard dividió sus tropas en dos columnas. Puso al teniente Gernois al mando de una de ellas y él encabezó la otra. Explorarían los montes, a ambos lados de la llanura. -¿En qué destacamento prefiere ir monsieur Tarzán? -preguntó el capitán-. ¿O quizás no tiene ningún interés en cazar merodeadores? -¡Oh, me encantará participar en esa montería! -se apresuró a aceptar el hombre mono. Llevaba un rato devanándose los sesos en busca de una excusa plausible que le permitiera integrarse en la partida de Gernois. Su preocupación tuvo corta vida y aquella sugerencia inesperada le produjo un alivio inmenso. El propio Gernois le echó la mano definitiva: -Si a mi capitán no le importa prescindir por esta vez del placer de la compañía de monsieur Tarzán, consideraría un honor que el señor Tarzán me acompañase hoy. Su tono no carecía de cordialidad. Realmente, Tarzán imaginó que se había pasado un poco en ello, pero, no obstante, algo atónito y complacido, se apresuró a manifestar su satisfacción. Y así fue como Tarzán y el teniente Gernois cabalgaron uno junto a otro a la cabeza del pequeño destacamento de espahís. La cordialidad de Gernois duró poco. En cuanto quedaron fuera de la vista del capitán Gerard y sus hombres, el teniente adoptó su habitual talante taciturno. A medida que avanzaban, el terreno se hacía más escabroso. Era una subida constante hacia las montañas, en las que entraron, hacia las doce del mediodía, a través de un estrecho desfiladero. Gernois detuvo la marcha a la orilla de un arroyo. Allí, los soldados prepararon y consumieron su frugal almuerzo y después llenaron las cantimploras de agua. Tras descansar una hora, reemprendieron su avance por el desfiladero, para desembocar en un pequeño valle, del que partían diversas gargantas rocosas. Hicieron un alto y Gernois se plantó en el centro de la depresión y examinó minuciosamente las alturas que los rodeaban. -Nos separaremos aquí -determinó el oficial-, formaremos varias patrullas y cada una de ellas avanzará por una de esas cañadas. Destacó los diversos grupos y dio las pertinentes instrucciones a los sargentos a los que asignó el mando de cada una de las patrullas. Al concluir, se dirigió a Tarzán: -Usted tendrá la bondad de quedarse aquí hasta que regresemos. Tarzán manifestó su disconformidad, pero el teniente le cortó en seco: -Es posible que cada uno de estos pelotones tenga que entablar combate -dijo-, y los civiles no pue- den encontrarse en medio de la lucha porque entorpecerían a los soldados durante la acción.
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-El tiro a la gacela también entraña sus peligros -repuso Tarzán-. En especial cuando<br />
uno va solo. Lo descubrí hoy mismo. También he comprobado que aunque la gacela sea<br />
el más tímido de los animales, no es el más cobarde.<br />
Tras sus palabras, en la mirada que dirigió a Gernois no puso más que indiferencia, ya<br />
que no deseaba que el hombre supiera que recelaba de él, ni que lo sometía a vigilancia,<br />
al margen de lo que pudiera pensar. Sin embargo, el efecto del comentario del hombre<br />
mono sobre el oficial acaso pudiera indicar su relación con, o su conocimiento de,<br />
ciertos sucesos recientes. Tarzán observó que una especie de tenue sonrojo mate<br />
ascendía desde la base del cuello de Gernois. Se sintió satisfecho y cambió rápidamente<br />
de conversación.<br />
A la mañana siguiente, cuando la columna partió de Bu Saada hacia el sur, media<br />
docena de árabes cerraban la marcha.<br />
-No forman parte del destacamento -contestó Gerard, en respuesta a la pregunta de<br />
Tarzán-. Simplemente se han sumado a nosotros como compañeros de viaje.<br />
Desde su llegada a Argelia, Tarzán había aprendido lo suficiente acerca del carácter<br />
de los árabes como para comprender que aquella no era la auténtica razón, puesto que al<br />
árabe no le gustaba precisamente la compañía del extranjero y si ese extranjero eran<br />
soldados franceses, todavía menos. De modo que sus sospechas cobraron vida y decidió<br />
no perder de vista a aquella partida que marchaba tras la columna, a unos cuatrocientos<br />
metros de distancia. Pero ni siquiera durante los altos en el camino de las tropas se<br />
acercaron los árabes lo bastante como para que Tarzán pudiese darse el gusto de<br />
examinarlos a fondo.<br />
Llevaba largo tiempo convencido de que tras su pista había asesinos mercenarios y<br />
tampoco albergaba grandes dudas de que en el fondo de aquella conjura estaba Rokoff.<br />
Lo que no llegaba a determinar con precisión era si tal seguimiento se debía al afán de<br />
venganza del ruso, por las veces que le había humillado y desbaratado sus planes, o si<br />
aquello estaba relacionado de alguna manera con la misión de Tarzán relativa a las<br />
andanzas de Gernois. En el caso de tratarse de esta última posibilidad, lo que parecía<br />
bastante probable dada la evidencia de que Gernois desconfiaba de él, Tarzán tendría<br />
entonces que contender con dos enemigos poderosos. Las zonas salvajes de Argelia<br />
hacia donde se encaminaban brindarían numerosas<br />
oportunidades para eliminar a cualquier adversario silenciosamente y sin despertar<br />
sospechas.<br />
Después de acampar dos días en Jilfah, la columna reanudó la marcha en dirección<br />
suroeste, al llegarles noticias de que bandas de merodeadores actuaban en aquella región<br />
contra las tribus que tenían establecidos sus aduares al pie de las montañas.<br />
El reducido grupo de árabes que les había acompañado desde Bu Saada desapareció<br />
repentinamente la misma noche en que se dio la orden de prepararse para salir de Jilfah<br />
a la mañana siguiente. Tarzán interrogó discretamente a algunos soldados, pero nadie<br />
supo aclararle el motivo por el que los árabes se fueron, ni la dirección que tomaron. No<br />
le gustó el aspecto del asunto, sobre todo teniendo en cuenta que había visto a Gernois<br />
conversando con uno de los árabes media hora después de que el capitán Gerard<br />
emitiera sus instrucciones relativas a la reanudación de la marcha. Sólo Gernois y<br />
Tarzán conocían la dirección que iban a tomar. Lo único que les dijo a los soldados fue<br />
que estuviesen listos para levantar el campamento a primera hora de la mañana. Tarzán<br />
se preguntó si Gernois no habría revelado a los árabes el punto de destino del<br />
destacamento.<br />
Muy entrada la tarde del día siguiente, las tropas acamparon en un pequeño oasis en el<br />
que se encontraba el aduar de un jeque al que los malhechores robaban cabezas de<br />
ganado y asesinaban pastores. Los árabes salieron de sus tiendas de piel de cabra y se