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agradable a un jeque del desierto. Tarzán juzgó indispensable encontrar al padre de la<br />
muchacha aquella misma noche, no fuera caso que el hombre emprendiera el regreso a<br />
sus lares demasiado temprano para que fuera posible interceptarle.<br />
Llevaban esperando cosa de media hora cuando regresó el botones acompañado de<br />
Kadur ben Saden. El anciano jeque entró en la estancia con una expresión interrogadora<br />
en su altanero semblante.<br />
-Monsieur me ha hecho el honor de... -empezó, pero sus ojos cayeron sobre la<br />
muchacha. El hombre<br />
atravesó la habitación con los brazos extendidos. Exclamó-: ¡Hija mía! ¡Alá es<br />
misericordioso!<br />
Y las lágrimas empañaron los marciales ojos del viejo guerrero.<br />
Cuando concluyó el relato del secuestro y rescate final de su hija, Kadur ben Saden<br />
tendió la mano a Tartán.<br />
-Suyo es, amigo mío, cuanto posee Kadur ben Saden, incluida la vida.<br />
Lo dijo con sencilla naturalidad, pero Tarzán sabía que no eran palabras ociosas.<br />
Se decidió que, aunque los tres cabalgasen prácticamente sin haber dormido nada,<br />
sería mejor partir temprano, a primera hora de la mañana, e intentar cubrir todo el<br />
trayecto hasta Bu Saada en una sola jornada. Ello sería relativamente fácil para los<br />
hombres, pero a la muchacha le resultaría un viaje en extremo fatigoso.<br />
Sin embargo, la joven era la que más deseosa se mostraba de emprender la marcha,<br />
puesto que no veía la hora de encontrarse entre sus familiares y amigas, de quienes<br />
llevaba separada dos años.<br />
A Tarzán le pareció que no había hecho más que cerrar los párpados cuando ya<br />
volvían a despertarlo y, una hora después, la partida se encontraba en marcha, rumbo al<br />
sur, camino de Bu Saada. Disfrutaron durante unos cuantos kilómetros de una buena<br />
carretera, lo que les permitió adelantar bastante, pero el terreno se convirtió<br />
repentinamente en un desierto de arena, donde los caballos hundían los cascos hasta el<br />
menudillo casi a cada paso. Además de Tarzán, Abdul, el jeque y su hija componían la<br />
expedición cuatro fieros beduinos de la tribu de Kadur ben Saden que acompañaban a<br />
éste en su viaje a Sidi Aisa. De forma<br />
que, disponiendo de siete rifles, poco les asustaba la posibilidad de un ataque a pleno<br />
día y, si todo iba bien, llegarían a Bu Saada antes de la caída de la noche.<br />
Un fuerte viento levantó nubes de arena del desierto que los envolvieron y dejaron a<br />
Tarzán con los labios resecos y cuarteados. Lo poco que conseguía distinguir de aquella<br />
región distaba mucho de parecerle atractivo: una amplia extensión de terreno<br />
accidentado, de ondulantes altozanos estériles, en los que crecían aquí y allá<br />
bosquecillos de arbustos o grupos de matorrales resecos. Hacia el sur, a lo lejos, se<br />
vislumbraba la tenue línea quebrada de la cordillera del Atlas sahariano. ¡Qué diferente<br />
era aquella tierra de la espléndida y exuberante África de su infancia y juventud!, pensó<br />
Tarzán.<br />
Siempre ojo avizor, Abdul miraba hacia atrás con tanta perseverancia como hacia<br />
adelante. En la cima de cada cerro que coronaban, detenía su montura, daba media<br />
vuelta y examinaba el paisaje con la máxima atención. Al final, su escrutinio obtuvo<br />
recompensa.<br />
-¡Miren! -exclamó-. Llevamos seis jinetes a nuestra espalda.<br />
-Sus amigos de anoche, sin duda, monsieur -comentó secamente Kadur ben Saden,<br />
dirigiéndose a Tarzán.<br />
-Sin duda -confirmó el hombre mono-. Lamento que mi compañía represente un<br />
peligro para usted en este viaje. En el primer pueblo que encontremos en nuestro<br />
camino me quedaré para hacerles unas preguntas a esos caballeros, mientras ustedes