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espalda. Apoyó un pie en el antepecho y se asomó al exterior, pero no miró abajo.<br />

Comprobó que por encima de su cabeza, al alcance de la mano, estaba el bajo tejado del<br />

edificio. Llamó a la bailarina, que se situó a su lado. Tarzán pasó su robusto brazo<br />

alrededor de la joven, la levantó en peso y se la echó al hombro.<br />

-Aguarda aquí hasta que te avise para subirte a pulso -aleccionó a Abdul-. Mientras<br />

tanto, aprovecha para adosar contra la puerta todo lo que encuentres... eso puede<br />

retrasarlos el tiempo suficiente.<br />

A continuación, Tarzán subió al alféizar de la estrecha ventana, con la joven sobre los<br />

hombros.<br />

-¡Sujétese bien! -le advirtió.<br />

Segundos después se encontraba en lo alto del tejado, al que había subido con la<br />

facilidad y destreza de un simio. Tras depositar a la bailarina en la cubierta, se asomó<br />

por el borde y llamó a Abdul en voz baja. El joven árabe corrió a la ventana.<br />

-Dame la mano -bisbiseó Tarzán.<br />

Los individuos que estaban en la habitación de al lado aporreabanfuriosamente la<br />

puerta. Ésta se hundió hacia adentro con estrepitoso chasquido de madera astillada, en el<br />

mismo instante en que Abdul se veía izado como una pluma hacia la cubierta del<br />

edificio. Justo a tiempo, porque la canallesca masa irrumpió en el cuarto que acababan<br />

de abandonar mientras una docena más de perseguidores doblaban la esquina de la calle<br />

y corrían a situarse al pie de la ventana de la muchacha.<br />

VIII<br />

Escaramuza en el desierto<br />

En cuclillas sobre el tejado, encima de los alojamientos de las ulednailes, oyeron las<br />

iracundas maldiciones que los árabes soltaban en la habitación situada debajo. A<br />

intervalos, Abdul le iba traduciendo a Tarzán lo que decían.<br />

-Están reprochando a los de la calle el que nos hayan dejado escapar tan fácilmente -<br />

explicó Abdul-. Los de abajo dicen que por allí no pudimos huir... que continuamos en<br />

el edificio y que los de la habitación no son más que un hatajo de cobardes que, al no<br />

tener agallas para atacarnos, intentan engañarlos haciéndoles creer que hemos escapado.<br />

Como sigan discutiendo así, no tardarán en pasar a mayores.<br />

En aquel momento, los del edificio renunciaron a la búsqueda y volvieron al café. En<br />

la calle se quedaron unos cuantos árabes, charlando y fumando.<br />

Tarzán dio las gracias a la muchacha por haberse arriesgado tanto por él, un perfecto<br />

desconocido.<br />

-Me cayó bien -dijo la bailarina sencillamente-. Es distinto a los clientes habituales del<br />

café. No me habló con brusquedad... y la forma en que me pasó el dinero no fue en<br />

modo alguno humillante.<br />

-Después de esta noche, ¿qué va a hacer? -preguntó Tarzán-. No puede volver al café.<br />

Si se queda en Sidi Aisa, ¿no correrá peligro?<br />

-Mañana, todo esto se habrá olvidado -respondió la bailarina-. Pero me alegraría<br />

infinito si no tuvie-<br />

se que actuar nunca más ni en ese café ni en ningún otro. No estaba en él por mi<br />

gusto; me tenían prisionera.<br />

-¿Prisionera? -exclamó Tarzán, incrédulo.<br />

-Esclava sería la palabra más adecuada -repuso ella-. Una banda de merodeadores me<br />

raptó una noche en el aduar de mi padre. Me trajeron aquí y me vendieron al árabe<br />

propietario del café. Hace cerca de dos años que no veo a nadie de mi pueblo. Viven<br />

muy lejos, hacia el sur. Ninguno de los míos viene nunca a Sidi Aisa.<br />

-¿Le gustaría volver con su pueblo? -preguntó Tarzán-. En tal caso puedo prometerle<br />

que la llevaré sana y salva por lo menos hasta Bu Saada. Es muy posible que pueda

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