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De pronto, una mano suave se apoyó en su hombro, por detrás, y una voz femenina le<br />

susurró:<br />

-Rápido, m'sieur, venga por aquí. Sígame.<br />

-Vamos, Abdul -dijo Tarzán en voz baja-, sea cual fuere el sitio al que nos dirijamos,<br />

no será peor que seguir aquí.<br />

La mujer se volvió y subió por la angosta escalera que terminaba a la puerta de su<br />

cuarto. Tarzán iba pisándole los talones. Vio las pulseras de oro y de plata que<br />

adornaban sus brazos desnudos, las sartas de monedas de oro que colgaban de los<br />

adornos del pelo y los llamativos colores de su vestido. Observó que era una uied-nail y<br />

comprendió instintivamente que se trataba de la misma que poco antes le había avisado.<br />

Cuando llegaron a lo alto de la escalera oyeron el alboroto que armaba la chusma que<br />

los buscaba abajo en el patio.<br />

-Pronto subirán a registrar aquí -susurró la joven-. No deben encontrarle porque,<br />

aunque lucha usted con la fuerza de muchos hombres, al final le matarán. ¡Rápido!<br />

Descuélguese hasta la calle por la ventana del fondo de mi habitación. Antes de que<br />

descubran que no están en el patio, se encontrará usted a salvo en el hotel.<br />

Pero mientras la muchacha hablaba varios árabes habían empezado a subir por la<br />

escalera en lo alto de la cual se hallaban. Uno de los perseguidores lanzó un súbito grito<br />

de aviso. Habían dado con ellos. El asaltante que iba en cabeza subió los peldaños a<br />

toda prisa, pero se encontró arriba con una espada que no se había esperado: antes, su<br />

presa estaba sin armas.<br />

A la vez que soltaba un alarido, el hombre cayó sobre los que subían tras él. Todos<br />

rodaron escaleras abajo como las piezas de un juego de bolos. La desvencijada y ruinosa<br />

estructura no pudo aguantar<br />

la tensión de aquella sobrecarga inesperada y se estre<br />

meció. Con un chirriante chasquido de madera que se rompe, se derrumbó bajo los<br />

pies de los árabes y Tarzán, Abdul y la muchacha se encontraron solos en el frágil<br />

rellano de tablas de la parte superior.<br />

-¡Vamos! -apremió la uled-nail-. Llegarán hasta nosotros subiendo por la escalera de<br />

al lado y a través de la habitación contigua a la mía. No hay momento que perder.<br />

En el instante en que entraban en el cuarto de la bailarina, Abdul oyó y tradujo las<br />

instrucciones que se daban abajo. Se ordenaba a varios hombres que salieran corriendo a<br />

la calle y cortaran la posibilidad de huida por allí.<br />

-Ahora sí que estamos perdidos -dijo la muchacha simplemente.<br />

-¿Estamos? -se extrañó Tarzán.<br />

-Sí, m'sieur-respondió ella-, me matarán a mí también. ¿Es que no le he ayudado?<br />

Eso confería un aspecto distinto a la situación. Hasta entonces, Tarzán más bien había<br />

disfrutado con la emoción y los peligros de aquella refriega. Ni por un momento se le<br />

ocurrió suponer que Abdul o la muchacha pudieran sufrir el menor daño, a no ser a<br />

causa de algún accidente y él sólo había retrocedido lo justo para evitar que le matasen.<br />

No tenía intención alguna de huir hasta que viese que, de seguir allí, estaría<br />

irremisiblemente perdido.<br />

De estar solo, podía lanzarse en medio de aquella apiñada turba y, atacando a la<br />

manera que lo hacía Numa, el león, infundiría tal pavor a los árabes que la huida iba a<br />

resultar facilísima. Pero ahora debía pensar en la seguridad de aquellos dos fieles<br />

amigos.<br />

Se llegó a la ventana que daba a la calle. El enemigo estaría abajo en cuestión de un<br />

minuto. Y a sus oídos<br />

llegó el estrépito que organizaban los que subían por la escalera de la habitación<br />

contigua... Sólo tardarían unos segundos en llegar a la puerta que Tarzán tenía a su

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