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a la europea, olfateó una buena gratificación y lanzó su pañuelo de seda sobre el hombro<br />
de Tarzán. Obtuvo un franco.<br />
Cuando otra bailarina la sustituyó en la pista, las brillantes pupilas de Abdul<br />
observaron que la primera conversaba con dos hombres en el fondo de la sala, cerca de<br />
la puerta lateral que conducía al patio interior, en cuya galería estaban los aposentos de<br />
las jóvenes que actuaban en aquel café.<br />
Al principio no sospechó nada, pero al cabo de un momento vio por el rabillo del ojo<br />
que uno de los hombres movía la cabeza en dirección a ellos y que la muchacha dirigía<br />
una mirada furtiva a Tarzán. Luego, los árabes franquearon la puerta y se fundieron con<br />
la oscuridad del patio.<br />
Cuando volvió a tocarle a la primera bailarina el turno de actuar, la joven se aproximó<br />
a Tarzán volanderamente y sus dulces sonrisas sólo tuvieron un destinatario exclusivo:<br />
el hombre-mono. Multitud de ojos oscuros pertenecientes a atezados hijos del desier<br />
to proyectaron sus miradas ceñudas sobre aquel alto<br />
y apuesto europeo, pero ni las sonrisas de la bailarina ni las miradas tenebrosas<br />
surtieron efecto visible alguno sobre Tarzán. La danzarina echó de nuevo su pañuelo de<br />
seda sobre el hombro del cliente y de nuevo recibió la moneda de un franco como<br />
recompensa. Al llevársela a la frente, de acuerdo con la costumbre de las de su clase, se<br />
inclinó hacia Tarzán y le susurró una rápida advertencia.<br />
-Ahí fuera, en el patio, aguardan dos hombres -articuló a toda prisa en titubeante<br />
francés- dispuestos a hacerle daño, monsieur. En principio les prometí que le atraería a<br />
usted hacia allí, pero se ha portado muy bien conmigo y no puedo hacerle una jugada<br />
así. Márchese en seguida, antes de que descubran que les he engañado. Creo que son<br />
individuos de la peor calaña.<br />
Tarzán dio las gracias a la muchacha, le aseguró que tendría mucho cuidado. Cuando<br />
acabó su número, la bailarina atravesó la puerta y salió al patio. Pero Tarzán no<br />
abandonó el café tal como le había aconsejado la muchacha.<br />
No ocurrió nada fuera de lo normal durante media hora, al cabo de la cual entró en el<br />
café un árabe malencarado y hosco. Tomó asiento cerca de Tarzán y empezó a poner de<br />
vuelta y media a los europeos, pero como pronunciaba tales insultos en su lengua<br />
materna Tarzán no pudo darse por enterado del propósito de aquellos comentarios hasta<br />
que Abdul tomó a su cargo la tarea de informarle.<br />
-Este sujeto anda buscando gresca -advirtió Abdul-. No está solo. La verdad es que, en<br />
caso de jaleo, casi todos los que están aquí dentro se pondrán en contra de usted. Lo<br />
mejor que podríamos hacer es largarnos cuanto antes, señor.<br />
-Pregunta a ese individuo qué es lo que quiere -ordenó Tarzán.<br />
-Dice que el «perro cristiano» ha insultado a una uled-nail que le pertenece. Trata de<br />
armar camorra, m sieur.<br />
-Asegúrale que no he insultado a ninguna ulednail, ni a la suya ni a la de nadie, que<br />
me gustaría que se fuera de aquí y me dejase en paz. Que no quiero pelearme con él y<br />
que él tampoco tiene por qué hacerlo conmigo.<br />
-Dice -explicó Abdul, después de transmitir al árabe las palabras de Tarzán- que,<br />
además de perro, es usted hijo de una perra y que su abuela fue una hiena. Y, de paso,<br />
que también es un embustero.<br />
El altercado empezaba ya a atraer la atención de los que se encontraban en las<br />
proximidades y las risas despectivas que sucedieron al torrente de invectivas indicaron<br />
claramente hacia qué parte se inclinaban las simpatías de la mayor parte de los<br />
presentes.<br />
A Tarzán no le hacía ninguna gracia que se rieran de él, como tampoco le gustaban los<br />
calificativos que le había aplicado el árabe, pero no mostró el menor asomo de