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Era día de mercado en Sidi Aisa y las numerosas caravanas de camellos procedentes<br />

del desierto, junto a las nutridas muchedumbres de árabes discutidores, despertaron en<br />

Tarzán un agobiante deseo de quedarse allí un día más para observar a aquellos hijos del<br />

desierto. De modo que la compañía de espahís se marchó aquella tarde sin él, hacia Bu<br />

Saada. Las horas que quedaban hasta el atardecer las dedicó Tarzán a dar vueltas por el<br />

mercado y sus aledaños acompañado de un joven árabe llamado Abdul, que le había<br />

recomendado el posadero como servidor e intérprete de toda confianza.<br />

Tarzán compró un corcel algo mejor que el que había adquirido en Buira y, durante el<br />

tira y afloja del trato con el majestuoso árabe que se lo vendía, se enteró de que éste se<br />

llamaba Kadur ben Saden y era el jeque de una tribu del desierto establecida bastante al<br />

sur de Jilfah. Por medio de Abdul, Tarzán invitó a su nuevo amigo a cenar con él.<br />

Avanzaban entre las nubes de mercaderes, camellos, burros y caballos que inundaban<br />

con una babélica confusión de ruidos la plaza del mercado, cuando Abdul tiró de la<br />

manga de Tarzán.<br />

-Mire, señor, a nuestra espalda -dijo Abdul, al tiempo que señalaba con el dedo a una<br />

figura que se apresuró a esconderse tras un camello cuando Tarzán volvía la cabeza.<br />

Abdul añadió-: Ha estado siguiéndonos toda la tarde.<br />

-Sólo he vislumbrado un árabe de chilaba azul marino y turbante blanco -dijo Tarzán-.<br />

¿Te refieres a ése?<br />

-Sí. Ha despertado mis recelos porque parece forastero, da la impresión de que lo<br />

único que tiene que hacer aquí es seguirnos, que no es tarea propia de un árabe honesto,<br />

y también porque baja la cabeza y oculta la cara, de forma que sólo se le pueden ver los<br />

ojos, unos ojos brillantes, eso sí. No debe de ser hombre decente, ya que, de serlo,<br />

dedicaría su tiempo a tareas más honrosas.<br />

-En tal caso parece que se ha equivocado de rastro, Abdul -respondió Tarzán-, porque<br />

aquí nadie tiene agravio alguno contra mí. Esta es la primera visita que hago a tu país y<br />

nadie me conoce. No tardará en darse cuenta de su error y dejará de seguirnos.<br />

-A menos que lo que pretenda sea robarnos -replicó Abdul.<br />

-Entonces lo único que podemos hacer es aguardar a que intente ponernos las manos<br />

encima -se echó a reír Tarzán-, en cuyo caso te garantizo que se le van a quitar las ganas<br />

de robar, puesto que estamos alertas para darle una lección.<br />

Y el hombre mono apartó de su mente aquel tema, aunque no iba a tener más remedio<br />

que recordarlo pocas horas después, a causa de unos sucesos cuyo desencadenamiento<br />

fue inesperado.<br />

Tras haber cenado opípara y satisfactoriamente, Kadur ben Saden se aprestó a<br />

despedirse de su anfitrión. Manifestó su amistad con palabras sinceras e invitó a Tarzán<br />

a que le visitase en sus silvestres territorios, donde aún podían encontrarse ejemplares<br />

de antílope, venado, jabalí, león y pantera en número suficiente para tentar y poner a<br />

prueba las virtudes de un cazador impetuoso.<br />

Cuando el jeque se marchó, Tarzán y Abdul volvieron a pasear por las calles de Sidi<br />

Aisa. El hom<br />

bre-mono no tardó en sentirse atraído por el estrépito que salía a través de la abierta<br />

entrada de uno de los numerosos cafés maures de la ciudad. Eran más de las ocho y,<br />

cuando entró Tarzán, el baile se encontraba en pleno apogeo. El local estaba rebosante<br />

de árabes. Todos fumaban y sorbían su cargado y caliente café.<br />

Tarzán y Abdul encontraron un par de asientos hacia el centro de la sala, aunque el<br />

hombre mono, tan amante del silencio, hubiese preferido un sitio algo más apartado del<br />

espantoso ruido que arrancaban los músicos a sus tambores y flautas. Una atractiva<br />

ulednail estaba interpretando su danza y, al descubrir entre el público un cliente vestido

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