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Pero Tarzán no alzó la pistola. En vez de hacerlo, echó a andar hacia De Coude, y<br />

cuando D'Arnot y Flaubert, al interpretar equivocadamente la intención del hombre<br />

mono, se dispusieron a interponerse entre los dos duelistas, Tarzán alzó la mano<br />

izquierda, en ademán de reprimenda.<br />

-No teman -dijo-. No voy a hacerle daño.<br />

Aquello no era habitual, pero se detuvieron. Tarzán avanzó hasta llegar a un paso del<br />

conde.<br />

-Sin duda la pistola de monsieur no funciona como es debido articuló-. O acaso está<br />

usted algo desquiciado. Tome la mía, monsieur, e inténtelo de nuevo.<br />

Y Tarzán ofreció su pistola, con la culata por delante, al atónito De Coude.<br />

-Mon Dieu, monsieur! -exclamó el francés-. ¿Se ha vuelto loco?<br />

-No, amigo mío -respondió el hombre mono-, pero merezco la muerte. Es la única<br />

forma que tengo de reparar el daño que he causado a una dama intachable. Empuñe<br />

usted mi pistola y haga lo que le pido.<br />

-Eso sería un asesinato -replicó De Coude-. ¿Pero qué le hizo usted a mi esposa? Ella<br />

me ha jurado que...<br />

-No me refiero a eso -se apresuró a decir Tarzán-. Usted vio todo lo que ocurrió entre<br />

nosotros. Nada<br />

malo ni inconfesable, pero suficiente para lanzar la sombra de la sospecha sobre el<br />

buen nombre de su esposa y para destrozar la felicidad de un hombre con el que nunca<br />

tuve el menor motivo de enemistad. La culpa fue exclusivamente mía y, por lo tanta,<br />

confiaba en morir esta mañana. Me siento defraudado al comprobar que monsieur no es<br />

un tirador de pistola tan maravilloso como se me había hecho creer.<br />

-¿Afama que la culpa es totalmente suya? -preguntó De Coude, interesadísimo.<br />

-Por completo. Su esposa es una mujer irreprochable. Sólo le quiere a usted. Yo tengo<br />

la culpa de lo que vio usted. Ni la condesa ni yo tuvimos nada que ver con lo que me<br />

impulsó a ir a su casa. Aquí tiene usted un documento que lo demuestra de modo<br />

concluyente.<br />

Tarzán se sacó del bolsillo la declaración que Rokoff había escrito y firmado.<br />

De Coude se hizo cargo de ella y la leyó. D'Arnot y Flaubert se habían acercado a los<br />

dos hombres. Eran atentos espectadores del extraño desenlace de aquel no menos<br />

extraño duelo. Nadie pronunció palabra hasta que De Coude hubo concluido la lectura y<br />

alzó la cabeza para mirar a Tarzán.<br />

-Es usted un hombre noble y caballeroso -dijo-. Doy gracias a Dios por no haberle<br />

matado.<br />

De Coude era francés. Los franceses son impulsivos. Abrazó a Tarzán. Cundió el<br />

ejemplo y monsieur Flaubert abrazó a D'Arnot. No quedaba nadie para que abrazase al<br />

médico. Tal vez eso hirió el orgullo del doctor que, quizás con cierto afán de<br />

protagonismo, se apresuró a intervenir solicitando que se le permitiera curar las heridas<br />

de Tarzán.<br />

-Este caballero recibió por lo menos un balazo -dijo-. Y es posible que tres.<br />

-Dos -corrigió Tarzán-. Un proyectil me alcanzó en el hombro izquierdo y otro en el<br />

costado, también izquierdo... pero ambas heridas son superficiales, creo.<br />

Sin embargo, el médico insistió en que se tendiera en el césped y procedió a aplicarle<br />

la correspondiente cura, hasta que tuvo cortada la hemorragia y bien desinfectadas las<br />

heridas.<br />

La consecuencia feliz de aquel duelo fue que regresaron todos juntos a París en el<br />

automóvil de D'Arnot, convertidos en los mejores amigos del mundo. El conde se sentía<br />

tan aliviado por aquel testimonio de la fidelidad de su esposa, fidelidad asegurada por<br />

partida doble, que de ninguna manera podía guardar rencor a Tarzán. Cierto que éste

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