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09.05.2013 Views

«civilizados». En cuanto a marchar de París en este momento, me inclino a pensar que Raúl de Coude tiene algo que decir y que no tardará en comunicártelo. D Arnot no se equivocaba. Ocho días después, hacia las once de la mañana, cuando Tarzán y D Arnot estaban desayunando, les anunciaron la visita de un tal monsieur Flaubert. Se trataba de un caballero impresionantemente cortés y ceremonioso. Entre profundas e innumerables reverencias declamó el solemne desafío del señor conde De Coude al señor Tarzán. ¿Sería monsieur Tarzán tan amable como para disponer que un amigo suyo se entrevistara con monsieur Flaubert, a la mayor brevedad posible y a la hora que le resultase más oportuna, al objeto de concertar todos los detalles a mutua satisfacción de los interesados? No faltaba más. Monsieur Tarzán dejaría la defensa de sus intereses, con sumo gusto y sin reserva alguna, en manos de su amigo el teniente D'Arnot. Se convino, pues, que a las dos de la tarde de aquel mismo día, D'Arnot visitaría a monsieur Flaubert. Acto seguido, el pomposo monsieur Flaubert ejecutó otra nutrida exhibición de reverencias versallescas y se retiró. Cuando volvieron a estar solos, D'Arnot dirigió a Tarzán una curiosa mirada. -¿Y bien? -preguntó. -Ahora debo añadir un homicidio a mis pecados o dejar que me liquiden -dijo Tarzán-. Estoy haciendo progresos fulminantes en las costumbres y el estilo de vida de mis hermanos civilizados. -¿Qué arma piensas elegir? -quiso saber D'Arnot . De Coude goza fama de ser un verdadero maestro de la esgrima. Y también con la pistola en la mano dicen que es algo serio. -Puedo optar por la flecha envenenada, a veinte pasos, o el venablo, a la misma distancia -bromeó Tarzán-. Que sea la pistola, Paul. -¿Te matará, Jean? -No tengo la menor duda -repuso Tarzán-. Pero algún día he de morir. -Nos vendría mejor la espada -opinó D'Arnot-. Se considerará satisfecho con herirte y con la espada existe menos peligro de que la herida sea mortal. -La pistola -insistió Tarzán, decidido. D'Arnot trató de quitárselo de la cabeza, pero sus argumentos no sirvieron de nada, de modo que se impuso la pistola. D'Arnot regresó poco después de las cuatro de su encuentro con monsieur Flaubert. Todo arreglado informó-. Satisfactoriamente y hasta el último detalle. Será mañana, al amanecer. En un paraje apartado, junto a la carreterade Étampes, no lejos de esa ciudad. Monsieur Flaubert lo ha preferido por alguna razón personal. No puse objeciones. -¡Muy bien! -fue el único comentario de Tarzán. No volvió a hacer referencia alguna al asunto, ni siquiera indirectamente. Aquella noche redactó varias cartas, antes de retirarse a descansar. Tras cerrarlas y escribir las correspondientes direcciones, las puso todas en un sobre destinado a D'Arnot. Mientras se desvestía, el teniente le oyó tararear una tonada de cabaré. El francés soltó un taco entre dientes. Se sentía muy desdichado, convencido de que cuando por la mañana, cuando el sol se remontara en el cielo, lo haría sobre el cadáver de Tarzán. Le atacaba los nervios ver la indiferencia con que se lo tomaba Tarzán. -No me digas que no es una hora de lo más incivilizada para que se mate la gente civilizada -comentó el hombre-mono cuando se vio arrancado de su confortable lecho en medio de las tinieblas de las últimas horas nocturnas. Había dormido como un tronco y cuando el criado le despertó con toda la amabilidad propia de su experiencia, Tarzán tuvo la impresión de que acababa de apoyar la cabeza en la almohada. Su comentario

iba dirigido a D'Arnot, que se encontraba completamente vestido en el umbral del dormitorio. D'Arnot apenas había podido pegar ojo en toda la noche. Le comían los nervios y, en consecuencia, su humor tendía a la irritación. -Adivino que has dormido como un lirón -dijo. Tarzán soltó una carcajada. -A juzgar por el tono que empleas, doy por supuesto que eso más bien te indispone contra mí. La verdad es que no me ha sido posible evitarlo. -No, Jean, no es eso -respondió D'Arnot, que se permitió una sonrisa-. Pero te tomas todo este asunto con una displicencia tan infernal... que resulta irritante. Cualquiera diría que vas a un concurso de tiro al blanco, en vez de a colocarte frente a una de las mejores pistolas de Francia. Tarzán se encogió de hombros. -Voy a expiar un grave error, Paul. Y una de las condiciones imprescindibles para que pague esa culpa es la certera puntería de mi adversario. Por lo tanto, ¿debería sentirme insatisfecho? Tú mismo me has dicho que el conde de Coude es un magnífico tirador de pistola. -¿Pretendes decir que esperas que te mate? -exclamó D'Arnot, horrorizado. -No puedo afirmar que espero tal cosa, pero tienes que reconocer que existen pocas razones para creer que no he de morir. De haber conocido las intenciones que abrigaba Tarzán en su mente lo que había estado dándole vueltas en la cabeza desde el mismo instante en que se produjo el primer indicio de que el conde de Coude le convocaría en el campo del honor para que le rindiera cuentas-, D'Arnot se habría sentido mucho más aterrado de lo que ya estaba. Subieron en silencio al enorme automóvil de D'Arnot y en parecido mutismo rodaron a gran velocidad por la carretera que conduce a Étampes. Ambos iban sumidos en sus propios pensamientos. Los de D'Arnot no podían ser más pesarosos, ya que apreciaba sincera y profundamente a Tarzán. La gran amistad surgida entre aquellos dos hombres, de existencia y educación tan radicalmente distintas, no había hecho más que intensificarse con la relación, ya que ambos alimentaban idénticos altos ideales de fraternidad humana, de valor personal y de acendrado sentido del honor. Se comprendían mutuamente a la perfección y cada uno de ellos se enorgullecía de contar con la amistad del otro. Tarzán de los Monos evocaba los recuerdos del pasado; recuerdos agradables de los momentos más felices vividos en su perdida selva virgen. Rememoraba las innumerables horas de su juventud que pasó sentado con las piernas cruzadas ante la mesa de la cabaña donde murió su padre, inclinado su pequeño cuerpo moreno sobre los fascinantes libros ilustrados en los que, sin ayuda de nadie, fue espigando los datos que le permitieron desentrañar los secretos del lenguaje escrito y aprender a leer mucho antes de que los sonidos del idioma humano oral tuviesen algún significado en sus oídos. Una sonrisa de satisfacción suavizó las enérgicas facciones al pensar en los días que pasó a solas con Jane Porter en el corazón de la selva virgen. Interrumpió el hilo de sus recuerdos al detenerse el automóvil: habían llegado a su destino. La mente de Tarzán volvió al presente. Sabía que iba a morir, pero la muerte no le asustaba. Para un habitante de la selva, la muerte es un compañero cotidiano. La primera ley de la naturaleza le impele a aferrarse a la vida con tenacidad y a luchar para conservarla... Pero no le enseña a temer a la muerte. D'Arnot y Tarzán fueron los primeros en llegar al campo del honor. Al cabo de un momento arribaron De Coude, monsieur Flaubert y un tercer caballero. Presentaron este último a Tarzán y a D'Arnot: era un médico.

«civilizados». En cuanto a marchar de París en este momento, me inclino a pensar que<br />

Raúl de Coude tiene algo que decir y que no tardará en comunicártelo.<br />

D Arnot no se equivocaba. Ocho días después, hacia las once de la mañana, cuando<br />

Tarzán y D Arnot estaban desayunando, les anunciaron la visita de un tal monsieur<br />

Flaubert. Se trataba de un caballero impresionantemente cortés y ceremonioso. Entre<br />

profundas e innumerables reverencias declamó el solemne desafío del señor conde De<br />

Coude al señor Tarzán. ¿Sería monsieur Tarzán tan amable como para disponer que un<br />

amigo suyo se entrevistara con monsieur Flaubert, a la mayor brevedad posible y a la<br />

hora que le resultase más oportuna, al objeto de concertar todos los detalles a mutua<br />

satisfacción de los interesados?<br />

No faltaba más. Monsieur Tarzán dejaría la defensa de sus intereses, con sumo gusto y<br />

sin reserva alguna, en manos de su amigo el teniente D'Arnot. Se convino, pues, que a<br />

las dos de la tarde de aquel mismo día, D'Arnot visitaría a monsieur Flaubert. Acto<br />

seguido, el pomposo monsieur Flaubert ejecutó otra nutrida exhibición de reverencias<br />

versallescas y se retiró.<br />

Cuando volvieron a estar solos, D'Arnot dirigió a Tarzán una curiosa mirada.<br />

-¿Y bien? -preguntó.<br />

-Ahora debo añadir un homicidio a mis pecados o dejar que me liquiden -dijo Tarzán-.<br />

Estoy haciendo progresos fulminantes en las costumbres y el estilo de vida de mis<br />

hermanos civilizados.<br />

-¿Qué arma piensas elegir? -quiso saber D'Arnot . De Coude goza fama de ser un<br />

verdadero maestro de la esgrima. Y también con la pistola en la mano dicen que es algo<br />

serio.<br />

-Puedo optar por la flecha envenenada, a veinte pasos, o el venablo, a la misma<br />

distancia -bromeó Tarzán-. Que sea la pistola, Paul.<br />

-¿Te matará, Jean?<br />

-No tengo la menor duda -repuso Tarzán-. Pero algún día he de morir.<br />

-Nos vendría mejor la espada -opinó D'Arnot-. Se considerará satisfecho con herirte y<br />

con la espada existe menos peligro de que la herida sea mortal.<br />

-La pistola -insistió Tarzán, decidido.<br />

D'Arnot trató de quitárselo de la cabeza, pero sus argumentos no sirvieron de nada, de<br />

modo que se impuso la pistola.<br />

D'Arnot regresó poco después de las cuatro de su encuentro con monsieur Flaubert.<br />

Todo arreglado informó-. Satisfactoriamente y hasta el último detalle. Será mañana, al<br />

amanecer. En un paraje apartado, junto a la carreterade Étampes, no lejos de esa ciudad.<br />

Monsieur Flaubert lo ha preferido por alguna razón personal. No puse objeciones.<br />

-¡Muy bien! -fue el único comentario de Tarzán.<br />

No volvió a hacer referencia alguna al asunto, ni siquiera indirectamente. Aquella<br />

noche redactó varias cartas, antes de retirarse a descansar. Tras cerrarlas y escribir las<br />

correspondientes direcciones, las puso todas en un sobre destinado a D'Arnot. Mientras<br />

se desvestía, el teniente le oyó tararear una tonada de cabaré.<br />

El francés soltó un taco entre dientes. Se sentía muy desdichado, convencido de que<br />

cuando por la mañana, cuando el sol se remontara en el cielo, lo haría sobre el cadáver<br />

de Tarzán. Le atacaba los nervios ver la indiferencia con que se lo tomaba Tarzán.<br />

-No me digas que no es una hora de lo más incivilizada para que se mate la gente<br />

civilizada -comentó el hombre-mono cuando se vio arrancado de su confortable lecho<br />

en medio de las tinieblas de las últimas horas nocturnas. Había dormido como un tronco<br />

y cuando el criado le despertó con toda la amabilidad propia de su experiencia, Tarzán<br />

tuvo la impresión de que acababa de apoyar la cabeza en la almohada. Su comentario

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