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-Procure no omitir ningún detalle y que no se le olvide ningún nombre, ha de<br />
mencionarlos todos -le advirtió Tarzán.<br />
En aquel momento alguien llamó a la puerta. -Adelante -respondió Tarzán. Entró un<br />
joven atildado.<br />
-Soy el enviado de Le Matin -se presentó-. Creo que monsieur Rokoff tiene una<br />
historia para mí.<br />
-Me parece que está equivocado, caballero -replicó Tarzán-. ¿Verdad que no tiene<br />
ninguna historia que pueda publicarse, mi querido Nicolás?<br />
Rokoff suspendió la escritura y alzó la cabeza para mostrar la siniestra expresión<br />
ceñuda de su semblante.<br />
-No -rezongó-. No tengo ninguna historia publicable... en este momento.<br />
-Ni nunca, mi estimado Nicolás.<br />
El reportero no vio el ominoso fulgor que brillaba en las pupilas del hombre mono,<br />
pero Nicolás Rokoff sí.<br />
-Ni nunca -se apresuró a repetir el ruso.<br />
-Lamento mucho, monsieur, las molestias que se ha tomado -dijo Tarzán, dirigiéndose<br />
al periodista-. Le deseo muy buenas noches.<br />
Condujo al peripuesto joven fuera del cuarto y le cerró la puerta en las narices.<br />
Una hora después, con un abultado manuscrito en el bolsillo de la chaqueta, Tarzán se<br />
encaminó a la salida del aposento de Rokoff.<br />
-Yo de usted -aconsejó-, me largaría de Francia. Tarde o temprano, encontraré una<br />
excusa para matarle sin comprometer en ningún sentido a su hermana.<br />
vi Duelo a muerte<br />
Cuando Tarzán llegó al piso, tras haber dejado a Rokoff, D'Arnot se había ido ya a<br />
dormir. El hombre-mono se abstuvo de despertar a su amigo, pero a la mañana siguiente<br />
le contó ce por ce los acontecimientos de la noche anterior, sin omitir un solo detalle.<br />
-¡Qué estúpido fui! -concluyó-. De Coude y su esposa eran buenos amigos míos. ¿Y<br />
cómo he correspondido a su amistad? En un tris estuve de asesinar al conde. Y he<br />
estigmatizado el buen nombre de una mujer que es modelo de decencia. Es muy<br />
probable que haya destrozado un hogar feliz.<br />
-¿Estás enamorado de Olga de Coude? -preguntó D'Arnot.<br />
-Si no tuviera la certeza de que ella no me quiere, me sería imposible contestarte a esa<br />
pregunta, Paul. Pero sin que ello signifique deslealtad hacia Olga, te diré que ni yo estoy<br />
enamorado de ella, ni ella lo está de mí. Durante unos segundos fuimos víctimas de un<br />
repentino ataque de locura, que no era amor, del que nos habríamos liberado, sin trauma<br />
alguno, con la misma rapidez con que nos asaltó, incluso aunque De Coude no se<br />
hubiese presentado allí tan oportunamente. Como sabes, tengo muy poca experiencia en<br />
cuestión de mujeres. Olga de Coude es una preciosidad y ello, unido a la penumbra, al<br />
hechizo del ambiente y a la solicitud de protección por parte de<br />
una mujer indefensa... Bueno, es posible que un hombre más civilizado que yo lo<br />
resistiera, pero ya sabes que mi barniz de civilización apenas me cubre la piel... Por no<br />
decir que ni siquiera ha calado la ropa con que me visto.<br />
»París no es un lugar adecuado para mí. Si continúo en esta ciudad no haré más que<br />
dar tumbos, tropezar continuamente y caer en trampas y situaciones cada vez más<br />
comprometidas. Las cortapisas y convencionalismos que han creado los hombres me<br />
resultan de lo más fastidioso. Me siento prisionero. No puedo soportarlo, amigo mío, así<br />
que me parece que regresaré a la selva y volveré a llevar la vida que sin duda Dios<br />
quería que llevase, puesto que me colocó allí.<br />
-No te lo tomes tan a pecho, Jean -recomendó D'Arnot-. Te las arreglaste mucho<br />
mejor de lo que lo hubieran hecho en circunstancias similares la mayoría de los hombres