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09.05.2013 Views

Al llegar a la conclusión de que parecía imposible de todo punto sorprender a Tarzán como consecuencia de alguna acción emprendida por propia voluntad, Rokoff y Paulvitch empezaron a devanarse los sesos a fin de tramar un plan que les permitiese sorprender al hombre mono en una situación comprometida y que les facilitase, naturalmente, las oportunas pruebas circunstanciales. Durante muchos días revisaron concienzuda y aplicadamente la prensa, sin olvidarse de espiar todos los movimientos de Tarzán y De Coude. Al final, sus esfuerzos se vieron recompensados. Un periódico matinal publicaba una breve nota en la que informaba de que en la noche del día siguiente iba a celebrarse una reunión en casa del embajador alemán. El nombre de De Coude figuraba en la lista de invitados a la misma. De asistir a ella, significaría que iba a estar ausente de su domicilio hasta pasada la medianoche. La noche del ágape, Paulvitch se apostó en la acera, delante de la residencia del embajador germano, en un punto desde el que podía distinguir el rostro de los invitados que iban llegando. No llevaba mucho tiempo de guardia cuando vio a De Coude apearse de su automóvil y pasar ante él. Tuvo suficiente. Paulvitch salió disparado hacia su alojamiento, donde le aguardaba Rokoff. Esperaron allí hasta pasadas las once. Entonces Paulvitch descolgó el teléfono. Pidió un número. ¿,Hablo con el domicilio del teniente D'Arnot? -preguntó, cuando obtuvo la comunicación-. Tengo un recado para monsieur Tarzán. ¿Tendría la amabilidad de ponerse al aparato? Sucedió un minuto de silencio. -¿Monsieur Tarzán? -Ah, sí, señor, aquí Francois... del servicio de la condesa De Coude. Es posible que monsieur haga el honor al pobre Francois de acordarse de él... ¿sí?... Sí, señor. Tengo un recado urgente para usted. La condesa le ruega que venga a su casa cuanto antes... Se encuentra en un aprieto muy serio, monsieur... »No, monsieur, el pobre Francois no lo sabe... ¿Puedo decir a madame que vendrá usted en seguida?... »Muchas gracias, monsieur. Que Dios le bendiga. Paulvitch colgó el auricular y miró sonriente a Rokoff. -Tardará media hora en llegar allí -calculó éste-. Si te pones en contacto con el embajador alemán en cuestión de quince minutos, De Coude se presentará en su casa aproximadamente dentro de tres cuartos de hora. Todo dependerá de si el estúpido de Tarzán se queda allí quince minutos, tras enterarse de que ha sido víctima de una jugarreta. Pero, o mucho me equivoco o mi hermanita Olga se resistirá a dejarle marchar tan pronto. Aquí tienes la nota para De Coude. ¡Date prisa! Paulvitch no perdió tiempo en plantarse en el domicilio del embajador alemán. Entregó la nota al criado que le atendió en la puerta. -Para el conde De Coude -dijo-. Es muy urgente. Debe hacérsela llegar inmediatamente. Depositó una moneda de plata en la ávida mano del sirviente. A continuación emprendió el regreso a sus lares. Momentos después, De Coude se disculpaba ante su anfitrión y abría el sobre de la nota. Al leer ésta, el semblante del conde se puso blanco y empezó a temblarle la mano. Señor conde De Coude: Alguien que desea salvaguardar su honor y su buen nombre le advierte de que en este preciso instante la impecabilidad de su hogar está en peligro. Cierto individuo que a lo largo de varios meses ha estado visitando constantemente su casa, mientras usted se encontraba ausente, está ahora mismo allí con su esposa. Si se

apresura usted, llegará a tiempo de soprenderlos juntos en el gabinete de la señora condesa. Un amigo Veinte minutos después de la llamada telefónica de Paulvitch a Tarzán, Rokoff se ponía en comunicación con la línea privada de Olga. La doncella contestó a través del aparato situado en el gabinete de la condesa. -Pero es que madame se ha retirado -respondió la doncella a la solicitud de Rokoff de hablar con su hermana. -Este es un recado urgentísimo, que sólo puede escuchar la condesa en persona - insistió Rokoff-. Dígale que se levante, se ponga algo encima y acuda al teléfono. Volveré a llamar dentro de cinco minutos. Colgó el auricular. Instantes después entraba Paulvitch. -¿Recibió el conde el mensaje? -preguntó Rokoff. -A estas alturas ya debe de estar camino de su casa -contestó Paulvitch. -¡Estupendo! Mi señora hermana estará sentadita en su gabinete, vestida todo lo más con un salto de cama. Y dentro de unos minutos mi fiel Jacques conducirá a monsieur Tarzán a su presencia, sin anunciarle previamente. Las explicaciones durarán un rato. Olga tendrá un aspecto adorablemente encantador, con su salto de cama transparente, la tela se le adherirá al cuerpo y ocultará sus encantos sólo a medias, dejando visibles buena parte de ellos. Mi hermana estará sorprendida, pero ni mucho menos disgustada. »Y si por las venas de ese sujeto circula una gota de sangre, dentro de unos quince minutos el conde De Coude interrumpirá una preciosa escena de amor. Creo que lo hemos planeado a las mil maravillas, mi querido Alexis. Echemos un trago de ese incomparable ajenjo del viejo Planeon a la salud de monsieur Tarzán. No hay que olvidar que el conde De Coude es una de las mejores espadas de París y la primera pistola de Francia, con una enorme ventaja sobre la segunda. Cuando Tarzán llegó a la residencia de Olga, Jacques le esperaba en la entrada. -Por aquí, monsieur -indicó. Le acompañó por la amplia escalera de mármol. Un momento después abría una puerta, apartaba una gruesa cortina, se inclinaba obsequiosamente e introducía a Tarzán en una estancia tenuemente iluminada. Acto seguido, Jacques desapareció. Al otro lado de aquel saloncito Tarzán vio a Olga sentada ante un escritorio sobre el que descansaba el teléfono. La mujer tamborileaba con impaciencia sobre la pulimentada superficie de la mesa. No le había oído entrar. -Olga -preguntó Tarzán-, ¿qué ocurre? Sobresaltada, la mujer dejó escapar un leve grito de alarma y volvió la cabeza para mirarle. -¡Jean! -exclamó-. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Quién te ha franqueado la entrada? ¿Qué significa esto? Tarzán se sintió como fulminado por un rayo, pero en seguida empezó a comprender la verdad. En parte, al menos. -Entonces, ¿no me mandaste llamar, Olga? -¿Avisarte para que vinieras a estas horas de la noche? Mon Dieu, Jean! ¿Crees que me he vuelto completamente loca? -Franeois me dijo por teléfono que viniese cuanto antes. Que estabas en un apuro y me necesitabas. -¿Franeois? ¿Quién es Franeois? -Dijo que era miembro de tu servidumbre. Al hablarme dio a entender que debía recordarle como tal.

Al llegar a la conclusión de que parecía imposible de todo punto sorprender a Tarzán<br />

como consecuencia de alguna acción emprendida por propia voluntad, Rokoff y<br />

Paulvitch empezaron a devanarse los sesos a fin de tramar un plan que les permitiese<br />

sorprender al hombre mono en una situación comprometida y que les facilitase,<br />

naturalmente, las oportunas pruebas circunstanciales.<br />

Durante muchos días revisaron concienzuda y aplicadamente la prensa, sin olvidarse<br />

de espiar todos los movimientos de Tarzán y De Coude. Al final, sus esfuerzos se vieron<br />

recompensados. Un periódico matinal publicaba una breve nota en la que informaba de<br />

que en la noche del día siguiente iba a celebrarse una reunión en casa del embajador<br />

alemán. El nombre de De Coude figuraba en la lista de invitados a la misma. De asistir a<br />

ella, significaría que iba a estar ausente de su domicilio hasta pasada la medianoche.<br />

La noche del ágape, Paulvitch se apostó en la acera, delante de la residencia del<br />

embajador germano, en un punto desde el que podía distinguir el rostro de los invitados<br />

que iban llegando. No llevaba mucho tiempo de guardia cuando vio a De Coude apearse<br />

de su<br />

automóvil y pasar ante él. Tuvo suficiente. Paulvitch<br />

salió disparado hacia su alojamiento, donde le aguardaba Rokoff. Esperaron allí hasta<br />

pasadas las once. Entonces Paulvitch descolgó el teléfono. Pidió un número.<br />

¿,Hablo con el domicilio del teniente D'Arnot? -preguntó, cuando obtuvo la<br />

comunicación-. Tengo un recado para monsieur Tarzán. ¿Tendría la amabilidad de<br />

ponerse al aparato?<br />

Sucedió un minuto de silencio. -¿Monsieur Tarzán?<br />

-Ah, sí, señor, aquí Francois... del servicio de la condesa De Coude. Es posible que<br />

monsieur haga el honor al pobre Francois de acordarse de él... ¿sí?... Sí, señor. Tengo un<br />

recado urgente para usted. La condesa le ruega que venga a su casa cuanto antes... Se<br />

encuentra en un aprieto muy serio, monsieur...<br />

»No, monsieur, el pobre Francois no lo sabe... ¿Puedo decir a madame que vendrá<br />

usted en seguida?...<br />

»Muchas gracias, monsieur. Que Dios le bendiga.<br />

Paulvitch colgó el auricular y miró sonriente a Rokoff.<br />

-Tardará media hora en llegar allí -calculó éste-. Si te pones en contacto con el<br />

embajador alemán en cuestión de quince minutos, De Coude se presentará en su casa<br />

aproximadamente dentro de tres cuartos de hora. Todo dependerá de si el estúpido de<br />

Tarzán se queda allí quince minutos, tras enterarse de que ha sido víctima de una<br />

jugarreta. Pero, o mucho me equivoco o mi hermanita Olga se resistirá a dejarle marchar<br />

tan pronto. Aquí tienes la nota para De Coude. ¡Date prisa!<br />

Paulvitch no perdió tiempo en plantarse en el domicilio del embajador alemán.<br />

Entregó la nota al criado que le atendió en la puerta.<br />

-Para el conde De Coude -dijo-. Es muy urgente. Debe hacérsela llegar<br />

inmediatamente.<br />

Depositó una moneda de plata en la ávida mano del sirviente. A continuación<br />

emprendió el regreso a sus lares.<br />

Momentos después, De Coude se disculpaba ante su anfitrión y abría el sobre de la<br />

nota. Al leer ésta, el semblante del conde se puso blanco y empezó a temblarle la mano.<br />

Señor conde De Coude:<br />

Alguien que desea salvaguardar su honor y su buen nombre le advierte de que en este<br />

preciso instante la impecabilidad de su hogar está en peligro.<br />

Cierto individuo que a lo largo de varios meses ha estado visitando constantemente su<br />

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