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Y el miserable soltó una risotada.<br />
Así que la condesa no le contó nada a su marido y las cosas empeoraron un poco más.<br />
De sentir una especie de temor ambiguo, la imaginación de la dama pasó a experimentar<br />
un miedo concreto y palpable. También pudiera ser que la conciencia colaborase en la<br />
tarea de acrecentar ese temor desproporcionadamente.<br />
V Fracasa una intriga<br />
Tarzán visitó asiduamente durante un mes la residencia de la hermosa condesa De<br />
Coude, donde se le acogía con fervoroso entusiasmo. Allí encontraba con frecuencia a<br />
otros miembros del selecto círculo de amistades de la dama, que acudían a tomar el té<br />
de la tarde. Olga se las ingeniaba muchas veces para encontrar una u otra excusa que le<br />
permitiese pasar una hora a solas con Tarzán.<br />
Durante cierto tiempo a la mujer no dejó de inquietarle la insinuación que había<br />
aventurado Nicolás. Para ella, aquel muchacho alto y apuesto no era más que un amigo,<br />
no lo consideró otra cosa, pero la sugerencia plantada en su cerebro por las<br />
malintencionadas palabras de Nicolás se desplegó en una serie de especulaciones cuya<br />
extraña fuerza parecía empujarla hacia el desconocido de ojos grises. Pero no deseaba<br />
enamorarse de él, ni tampoco deseaba su amor.<br />
Olga de Coude era mucho más joven que su esposo y, sin que se percatase de ello,<br />
había estado anhelando desde el fondo de su corazón el refugio de un amigo de<br />
aproximadamente su misma edad. Los veinte años suelen ser remisos y apocados en lo<br />
que se refiere a intercambiar confidencias con los cuarenta. Tarzán tendría, a lo sumo,<br />
una par de años más que ella. La mujer estaba segura de que les sería fácil<br />
entenderse. Además, se trataba de un hombre educado, honesto y caballeroso. No la<br />
asustaba. Había comprendido instintivamente, desde el primer momento, que podía<br />
confiar en él.<br />
Con malévolo regocijo, acechándoles a distancia, Rokoff había observado el<br />
desarrollo de aquella amistad cada vez más estrecha. Como sabía ya que Tarzán estaba<br />
enterado de su condición de agente del espionaje ruso, al odio que le inspiraba se había<br />
sumado el temor de que el hombre-mono pudiera desenmascararle. Rokoff sólo<br />
esperaba el momento propicio para <strong>descargar</strong> su golpe. Deseaba eliminar a Tarzán<br />
definitivamente y, al mismo tiempo, obtener una cumplida y placentera venganza por<br />
las humillaciones y derrotas que aquel enemigo le infiriera.<br />
Tarzán se hallaba más cerca de la satisfacción y complacencia de lo que se había<br />
encontrado en ningún momento desde que la arribada del grupo de los Porter destrozó la<br />
paz y la tranquilidad de la selva virgen en que vivía.<br />
Ahora disfrutaba de unas agradables relaciones sociales con los miembros del círculo<br />
de Olga, en tanto que la amistad que había trabado con la adorable condesa constituía<br />
para él una fuente inagotable de múltiples delicias. Esa amistad irrumpió en su ánimo,<br />
dispersó sus sombríos pensamientos y actuó como bálsamo para su corazón desgarrado.<br />
A veces, D'Arnot le acompañaba en sus visitas al hogar de los De Coude, ya que<br />
conocía a Olga y a su esposo desde mucho tiempo atrás. En alguna que otra ocasión, De<br />
Coude aparecía por los salones, pero los múltiples asuntos de su alto cargo oficial y las<br />
infinitas exigencias de la política normalmente no le<br />
permitían volver a casa hasta bastante entrada la noche.<br />
Rokoff sometía a Tarzán a una vigilancia casi constante, con la esperanza de que,<br />
tarde o temprano, se presentaría de noche en el palacio de los De Coude. Pero esa<br />
esperanza estaba condenada a la decepción. Tarzán acompañó a casa a la condesa en<br />
diversas ocasiones, a la salida de la ópera, pero se despedía de ella, invariablemente, a la<br />
puerta del palacio... con enorme disgusto por parte del ferviente hermano de la dama.