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devolver Tarzán el saludo de la dama tuvo la certeza absoluta de que en la mirada de<br />

Olga, condesa De Coude, había una invitación, por no decir una súplica.<br />

El siguiente entreacto le encontró junto a ella, en el palco de la condesa.<br />

-No sabe cómo deseaba verle -manifestaba la mujer-. Me inquietaba no poco pensar<br />

que después de los favores que nos hizo, a mí y a mi esposo, no se le brindara la<br />

oportuna explicación acerca de lo que indudablemente parecía ingratitud por nuestra<br />

parte, al no dar los pasos necesarios para impedir que se repitieran los ataques de<br />

aquellos dos hombres.<br />

-Se equivoca respecto a mí -repuso Tarzán-. Mi opinión sobre usted siempre ha sido<br />

inmejorable. En absoluto debe pensar que se me deba explicación alguna. ¿Han seguido<br />

molestándoles esos individuos?<br />

-Nunca dejan de hacerlo -respondió la condesa, cariacontecida-. Creo que debo<br />

sincerarme con alguien y no conozco ninguna otra persona que tenga más derecho que<br />

usted a recibir mis explicaciones. Ha de permitirme que se lo cuente todo. Es posi-<br />

ble que le resulte muy útil, ya que conozco lo suficiente a Nicolás Rokoff como para<br />

tener el convencimiento de que volverá a verlo. Ese hombre encontrará algún medio<br />

para vengarse de usted. Lo que me propongo decirle puede que le sirva de ayuda a la<br />

hora de contrarrestar cualquier maquinación vengativa que Rokoff pueda tramar contra<br />

usted. Aquí no me es posible ponerle en antecedentes de todo, pero mañana a las cinco<br />

de la tarde me encontrará en casa, monsieur Tarzán.<br />

Aguardar hasta las cinco de la tarde de mañana representará una eternidad para mí -galanteó<br />

Tarzán al desear buenas noches a la condesa.<br />

Desde un rincón de la sala del teatro, Rokoff y Paulvitch sonrieron al ver a Tarzán en<br />

el palco de la condesa De Coude.<br />

A las cuatro y media de la tarde del día siguiente, un individuo moreno y barbado<br />

pulsaba el timbre de la puerta de servicio del palacio del conde De Coude. El criado que<br />

abrió la puerta enarcó las cejas en señal de reconocimiento cuando vio al hombre que<br />

estaba fuera. Conversaron un momento en voz baja.<br />

Al principio, el criado no pareció dispuesto a acceder a algo que le proponía el sujeto<br />

de poblada barba, pero al cabo de unos instantes algo pasó de la mano del recién llegado<br />

a la del sirviente. Éste franqueó el paso al barbudo y le condujo, dando un rodeo, a un<br />

cuartito protegido de miradas indiscretas por unos cortinajes y contiguo a la sala donde<br />

solía servírsele el té a la condesa.<br />

Media hora después acompañaban a Tarzán a dicha sala, en la que no tardó en<br />

presentarse la anfitriona, con una sonrisa en los labios y un saludo en la extendida<br />

diestra.<br />

-¡Celebro tanto que haya venido! -aseguró la dama.<br />

-Nada hubiera podido impedirlo -respondió Tarzán.<br />

Durante unos momentos charlaron acerca de la ópera, de los temas que centraban el<br />

interés de París y del placer que representaba reavivar una amistad que había nacido en<br />

tan singulares circunstancias, lo que les llevó al asunto que ocupaba el lugar prioritario<br />

en el cerebro de ambos.<br />

-Se habrá preguntado -aventuró la condesa por último- qué objetivo podría tener el<br />

acoso a que nos somete Rokoff. Es muy sencillo. A mi esposo, el conde, se le confían<br />

muchos secretos vitales del Ministerio de la Guerra. A menudo obran en su poder<br />

documentos por cuya posesión determinadas potencias extranjeras pagarían verdaderas<br />

fortunas... Secretos de Estado para enterarse de los cuales sus agentes asesinarían<br />

o perpetrarían delitos aún peores.<br />

»El conde tiene actualmente en su poder algo que proporcionaría fama y riqueza a<br />

cualquier súbdito ruso que pudiera transmitírselo a su gobierno. Rokoff y Paulvitch son

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