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La llegada de los cuatro policías interrumpió la conversación. Cuando los ojos de los<br />
agentes cayeron sobre la persona de Tarzán, la sorpresa invadió sus rostros.<br />
-Muchachos dijo su superior-, aquí tenéis al caballero con el que os las tuvisteis tiesas<br />
anoche en la rue Maule. Ha venido a entregarse voluntariamente. Me gustaría que<br />
escuchaseis con toda vuestra atención al teniente D'Arnot, que os contará las<br />
circunstancias de la vida de este caballero. Puede explicaros la actitud que monsieur<br />
adoptó anoche con vosotros. Adelante, mi querido teniente.<br />
D'Arnot dedicó a los agentes media hora de disertación. Les contó parte de la<br />
existencia de Tarzán en la selva virgen. Les explicó la salvaje formación del hombremono,<br />
que tuvo que aprender desde la más tierna infancia a combatir con las fieras de la<br />
jungla para poder sobrevivir. Les dejó palmariamente claro que, al atacarlos, Tarzán lo<br />
hizo guiado más por el instinto que por la razón. No había comprendido las intenciones<br />
de los agentes. Para él apenas existían diferencias entre cada una de las diversas formas<br />
de vida con las que estaba acostumbrado a alternar en la selva donde había nacido,<br />
donde se había criado y donde prácticamente todos los seres eran sus enemigos.<br />
-Me hago cargo de la herida que sufren ustedes en su orgullo concluyó D'Arnot-. Sin<br />
duda, lo que más les duele es que este hombre les pusiera en evidencia. Pero no deben<br />
sentirse avergonzados. No tendrían que justificarse por su derrota de haberse visto<br />
encerrados en aquel cuartucho con un león africano o con el gran gorila de la selva.<br />
»Y, no obstante, combatían con un hombre cuya musculatura se ha enfrentado muchas<br />
veces a esas impresionantes fieras, terror del continente negro... y siempre salió<br />
victorioso en su lucha con ellas. No es ningún desprestigio caer vencido por la fortaleza<br />
de un superhombre como Tarzán de los Monos.<br />
Entonces, cuando los hombres, tras mirar a Tarzán, proyectaron la vista sobre el<br />
superior jerárquico, el hombre-mono realizó el gesto justo y preciso para eliminar<br />
cualquier vestigio de animosidad que hacia él pudieran sentir los agentes. Se dirigió a<br />
ellos con la mano tendida.<br />
-Lamento el error que cometí -dijo sencillamente-. Seamos amigos.<br />
Y ese fue el fin de toda la cuestión, con la salvedad de que Tarzán se convirtió en<br />
tema y protagonista de numerosas conversaciones en los cuartelillos de policía e<br />
incrementó su relación de amigos en por lo menos cuatro hombres valientes.<br />
Al regresar al piso de D'Arnot, el teniente encontró esperándole una carta de un amigo<br />
inglés, William Cecil Clayton, lord Greystoke. Ambos mantenían correspondencia<br />
desde que entablaron amistad durante aquella infortunada expedición en busca de Jane<br />
Porter, a raíz del secuestro de la joven por parte del feroz simio macho Terkoz.<br />
-Tienen intención de casarse en Londres dentro de dos meses informó D'Arnot, una<br />
vez concluida la lectura de la carta.<br />
A Tarzán no le hizo falta que le aclarase «quiénes» eran los futuros contrayentes. No<br />
pronunció palabra y se pasó el resto del día silencioso y meditabundo.<br />
Aquella noche fueron a la ópera. El cerebro de Tarzán seguía entregado a<br />
melancólicos pensamientos. Prestaba poca atención, si es que prestaba algu<br />
na, a lo que ocurría en el escenario. Su mente, en cambio, se regodeaba contemplando<br />
imaginariamente la encantadora visión de una bonita muchacha estadounidense. Y no<br />
oía más que una voz dulce y triste que le informaba de que su amor iba a regresar. ¡Y de<br />
que iba a casarse con otro!<br />
Se revolvió para apartar de sí tales enojosas ideas y en aquel preciso instante sintió<br />
que unos ojos se clavaban en él. Con el instinto que el adiestramiento en la selva había<br />
desarrollado en él, las pupilas de Tarzán localizaron sin dilación a las que le<br />
observaban: unos ojos brillantes en el sonriente rostro de Olga, condesa De Coude. Al