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habitación se había transformado repentinamente en un demonio vengativo. En lugar de<br />
músculos fláccidos y débil resistencia, la desdichada tenía ante sus ojos un auténtico<br />
Hércules en pleno ataque de locura aniquiladora.<br />
-Mon Dieu! -exclamó la mujer-. ¡Es una fiera salvaje!<br />
Porque la poderosa y blanca dentadura del hombre-mono se había clavado en la<br />
garganta de uno de los atacantes y Tarzán luchaba como había aprendido a hacerlo entre<br />
los colosales simios machos de la tribu de Kerchak.<br />
Estaba en una docena de puntos al mismo tiempo, saltaba de un lado a otro en aquella<br />
reducida estancia, con brincos sinuosos que recordaron a la mujer los de una pantera<br />
que había visto en el parque zoológico. Tan pronto fracturaba el hueso de una muñeca<br />
bajo la presa de su mano de hierro como descoyuntaba una clavícula al agarrar, aquella<br />
bestia desencadenada, el brazo de su víctima, echarlo hacia atrás y luego impulsarlo<br />
hacia arriba.<br />
Sin dejar de emitir aullidos de dolor, los delincuentes salieron huyendo al pasillo con<br />
toda la rapi-<br />
dez que les era posible, pero incluso antes de que el primero de ellos apareciese en el<br />
umbral de la puerta del cuarto, tambaleándose, sangrando y con algunos huesos rotos,<br />
Rokoff ya había visto lo suficiente como para tener el convencimiento de que no iba a<br />
ser Tarzán el hombre que muriese en la casa aquella noche. De modo que el ruso se<br />
apresuró a refugiarse en un tugurio próximo, desde donde telefoneó a la policía para<br />
informar de que un individuo estaba asesinando a alguien en el tercer piso de la casa<br />
número veintisiete de la rue Maule.<br />
Cuando las autoridades se personaron en el lugar del suceso, encontraron a tres<br />
hombres que gemían en el suelo, a una mujer aterrada que yacía encima de un sucio<br />
camastro, con el rostro hundido entre los brazos, y a un joven bien vestido y que parecía<br />
un caballero que, de pie en el centro del cuarto, aguardaba los refuerzos que creía le<br />
anunciaban los pasos de los agentes que subían presurosos por la escalera... Los<br />
policías, sin embargo, se equivocaron al juzgarle por el aspecto elegante de sus ropas,<br />
porque lo que tenían frente a ellos era una bestia salvaje cuyas aceradas pupilas grises<br />
los contemplaban a través de los párpados entornados. Con el olor de la sangre, el<br />
último residuo de civilización había abandonado a Tarzán, que ahora se sentía<br />
acorralado, como un león al que rodeasen los cazadores, a la expectativa para afrontar el<br />
siguiente ataque, agazapado y presto a saltar sobre el primero que se decidiera a<br />
lanzarlo.<br />
-¿Qué ha ocurrido aquí? -quiso saber uno de los policías.<br />
Tarzán lo explicó concisamente, pero cuando se volvió hacia la mujer para que<br />
confirmase su ver<br />
Sión de los hechos se quedó de piedra al oír las palabras de aquella supuesta víctima<br />
de agresión.<br />
-¡Este hombre miente! -chilló la mujer, en tono penetrante, dirigiéndose al policía-.<br />
Entró en mi cuarto cuando me encontraba sola y, desde luego, con no muy buenas<br />
intenciones. En vista de que le rechazaba se puso violento y me habría matado a no ser<br />
porque mis gritos atrajeron a esos señores, que pasaban por delante de la casa en aquel<br />
momento. Es Satanás en persona, messieurs; él sólo casi se ha cargado a diez hombres,<br />
nada más que con los dientes y las manos.<br />
La ingratitud de la mujer dejó a Tarzán tan atónito que durante unos segundos pareció<br />
incapaz de reaccionar. Los policías daban la impresión de sentirse un tanto escépticos,<br />
ya que anteriormente habían tenido otros contactos con aquella dama y con su<br />
encantadora pandilla de compadres. Sin embargo, eran policías y no jueces, así que