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09.05.2013 Views

-¡Paul! -exclamó-. Por todos los santos, ¿qué haces aquí? ¿O es que nos hemos vuelto todos locos? Sin embargo, la explicación fue rápida y sencilla, como ocurre con muchas cosas que a primera vista parecen extrañas. El buque de D'Arnot patrullaba a lo largo de la costa cuando, a sugerencia del teniente, se decidió anclar frente al pequeño puerto natural para echar un vistazo a la cabaña y a la selva en la que varios oficiales y miembros de la tripulación habían vivido una emocionante aventura dos años atrás. Al desembarcar, encontraron allí a la partida de lord Tennington, por lo que ya se estaban llevando a cabo los preparativos precisos para trasladarlos a bordo a la mañana siguiente y llevarlos de nuevo a la civilización. Hazel Strong y su madre, Esmeralda y el señor don Samuel T. Philander, recibieron un auténtico baño de felicidad ante el regreso de Jane Porter. La salvación de la muchacha les parecía un verdadero milagro o poco menos y todos estuvieron de acuerdo en que sólo Tarzán de los Monos hubiera podido llevar a cabo una hazaña de tales proporciones. Colmaron de elogios y atenciones al hombre-mono, que se sintió enormemente incómodo ante tanto homenaje y hasta llegó a desear volver al anfiteatro de los simios. Todo el mundo mostró gran interés por sus waziris y los negros recibieron numerosos regalos de los amigos de su rey, pero cuando se enteraron de que éste seguramente zarparía en aquella gran canoa fondeada a una milla del litoral y se alejaría de ellos, la tristeza los invadió. Hasta entonces, ni Tarzán ni Jane habían visto el menor rastro de lord Tennington y monsieur Thuran. Ambos habían salido juntos a cazar a primera hora de la mañana y aún no estaban de vuelta. -¡Menuda sorpresa se va a llevar ese hombre que, según dices, se llama Rokoff! -le comentó Jane a Tarzán. -Una sorpresa que le va a durar poco -replicó el hombre-mono, ceñudo. En su tono había algo tan ominoso que Jane levantó la cabeza para mirarle alarmada. Lo que leyó en la expresión de Tarzán evidentemente confirmó sus temores, porque se apresuró a ponerle la mano en el brazo y a rogarle que entregara al ruso a las autoridades y leyes de Francia. -En el corazón de la jungla, mi vida -argumentó Jane-, donde no existe más derecho ni justicia a la que apelar que a tus propios músculos, te asistiría el derecho a ejecutar sobre ese hombre la sentencia que merece. Pero tienes a tu disposición el fuerte brazo de la ley de un gobierno civilizado, por lo que si lo mataras ahora, sería un asesinato. Incluso a tus propios amigos no les quedaría más remedio que arrestarte y, si te resistieras a la detención, nos lanzarías otra vez a todos a la desdicha. No soportaría volver a perderte, cariño mío. Prométeme que lo entregarás al capitán Dufranne y que permitirás que la ley siga su curso... Esa fiera no merece que por su culpa pongamos en peligro nuestra felicidad. Tarzán comprendió la sensatez de tales palabras e hizo la promesa que Jane le solicitaba. Media hora después salían de la jungla Rokoff y Tennington. Marchaban uno junto a otro. Tennington fue el primero en percatarse de la presencia de extraños en el campamento. Vio a los guerreros negros parloteando con los tripulantes del crucero y después a un gigante ágil y bronceado que conversaba con el teniente D'Arnot y el capitán Dufranne. -Me pregunto quién será ese hombre -le comentó Tennington a Rokoff. Cuando el ruso levantó la cabeza y se percató de que los ojos del hombre-mono le estaban mirando, dio un traspié y palideció.

-Sapristi! -exclamó, y antes de que Tennington comprendiera lo que intentaba hacer, Rokoff ya se había echado el rifle a la cara, apuntaba a Tarzán y, a quemarropa, apretaba el gatillo. Pero el inglés estaba muy cerca de él... Tan cerca que no tuvo más que levantar la mano y desviar el cañón del rifle una décima de segundo antes de que el percutor del arma cayese sobre el cartucho, por lo que la bala que se pretendía atravesase el corazón de Tarzán pasó silbando inofensiva por encima de su cabeza. Antes de que el ruso tuviese tiempo de disparar de nuevo, Tarzán ya se le había echado encima y le había arrancado el rifle de las manos. El capitán Dufranne, el teniente D'Arnot y una docena de marineros se habían precipitado hacia allí al oír la detonación y, sin pronunciar palabra, Tarzán les entregó a Rokoff. Antes de que llegara el ruso ya había explicado todo el asunto al comandante francés, de modo que el oficial ordenó de inmediato que esposaran al criminal y lo confinasen a bordo del crucero. Un momento antes de que la guardia se llevara al prisionero a la lancha que iba a transportarlo a su prisión temporal, Tarzán pidió permiso para registrarle y, con encantada satisfacción, encontró escondidos en su persona los documentos robados. El disparo había atraído fuera de la cabaña a Jane Porter y a los demás e, instantes después de que se calmara todo el revuelo, la joven saludaba al sorprendido lord Tennington. Una vez recuperados los documentos sustraídos por Rokoff, Tarzán se reunió con el grupo y Jane Porter se lo presentó a lord Tennington. John Clayton, lord Greystoke, mi señor. A pesar de sus hercúleos esfuerzos para guardar las formas y mostrar la debida cortesía, el inglés no pudo disimular su estupefacción y para que la entendiera bien fue preciso que se le repitiera varias veces la extraña historia del hombre-mono, contada por él mismo. Entre Jane Porter y el teniente D'Arnot convencieron a lord Tennington de que no estaban rematadamente locos. Enterraron a William Cecil Clayton a la puesta del sol, junto a las tumbas próximas a la selva en que descansaban sus tíos, los anteriores lord y lady Greystoke. Y a petición de Tarzán se dispararon tres salvas sobre la última morada de un «valiente que afrontó la muerte con arrojo y bravura». El profesor Porter, que en sus años mozos había recibido las órdenes de pastor de almas, se encargó de dirigir las sencillas honras fúnebres. En torno a la sepultura, inclinada la cabeza, se congregó el más extraño conjunto de asistentes a un entierro que jamás contemplara el sol poniente: oficiales y marineros franceses, dos lores ingleses, varios ciudadanos estadounidenses y una veintena de salvajes guerreros africanos. Al término del funeral, Tarzán rogó al capitán Dufranne que retrasara un par de días la partida del crucero, mientras él iba unos kilómetros tierra adentro a recoger «sus cosas». El capitán le concedió de mil amores tal favor. Bastante entrada la tarde del día siguiente, Tarzán y sus waziris regresaron con el primer cargamento de lo que el hombre mono llamaba «sus cosas». Cuando los miembros del grupo vieron los antiguos lingotes de oro puro se arremolinaron como moscas alrededor de Tarzán y le acribillaron a preguntas... Pero Tarzán, sonriente, hizo oídos sordos al interrogatorio... y se abstuvo de proporcionarles la más ligera pista acerca de la procedencia de tan inmenso tesoro. -Por cada uno que traigo, he dejado a mi espalda miles de lingotes como éstos - explicó-. Y cuando me haya gastado los de esta remesa, volveré a por otra. Al día siguiente trasladó al campamento el resto de los lingotes. Cuando toda aquella fortuna estuvo cargada en el crucero, Dufranne comentó que se sentía como el capitán de un viejo galeón español que volviera con el tesoro de las ciudades aztecas.

-Sapristi! -exclamó, y antes de que Tennington comprendiera lo que intentaba hacer,<br />

Rokoff ya se había echado el rifle a la cara, apuntaba a Tarzán y, a quemarropa,<br />

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Pero el inglés estaba muy cerca de él... Tan cerca que no tuvo más que levantar la<br />

mano y desviar el cañón del rifle una décima de segundo antes de que el percutor del<br />

arma cayese sobre el cartucho, por lo que la bala que se pretendía atravesase el corazón<br />

de Tarzán pasó silbando inofensiva por encima de su cabeza.<br />

Antes de que el ruso tuviese tiempo de disparar de nuevo, Tarzán ya se le había<br />

echado encima y le había arrancado el rifle de las manos. El capitán Dufranne, el<br />

teniente D'Arnot y una docena de marineros se habían precipitado hacia allí al oír la<br />

detonación y, sin pronunciar palabra, Tarzán les entregó a Rokoff. Antes de que llegara<br />

el ruso ya había explicado todo el asunto al comandante francés, de modo que el oficial<br />

ordenó de inmediato que esposaran al criminal y lo confinasen a bordo del crucero.<br />

Un momento antes de que la guardia se llevara al prisionero a la lancha que iba a<br />

transportarlo a su prisión temporal, Tarzán pidió permiso para registrarle y, con<br />

encantada satisfacción, encontró escondidos en su persona los documentos robados.<br />

El disparo había atraído fuera de la cabaña a Jane Porter y a los demás e, instantes<br />

después de que se calmara todo el revuelo, la joven saludaba al sorprendido lord<br />

Tennington. Una vez recuperados los documentos sustraídos por Rokoff, Tarzán se<br />

reunió<br />

con el grupo y Jane Porter se lo presentó a lord Tennington.<br />

John Clayton, lord Greystoke, mi señor.<br />

A pesar de sus hercúleos esfuerzos para guardar las formas y mostrar la debida cortesía,<br />

el inglés no pudo disimular su estupefacción y para que la entendiera bien fue preciso<br />

que se le repitiera varias veces la extraña historia del hombre-mono, contada por él<br />

mismo. Entre Jane Porter y el teniente D'Arnot convencieron a lord Tennington de que<br />

no estaban rematadamente locos.<br />

Enterraron a William Cecil Clayton a la puesta del sol, junto a las tumbas próximas a<br />

la selva en que descansaban sus tíos, los anteriores lord y lady Greystoke. Y a petición<br />

de Tarzán se dispararon tres salvas sobre la última morada de un «valiente que afrontó<br />

la muerte con arrojo y bravura».<br />

El profesor Porter, que en sus años mozos había recibido las órdenes de pastor de<br />

almas, se encargó de dirigir las sencillas honras fúnebres. En torno a la sepultura,<br />

inclinada la cabeza, se congregó el más extraño conjunto de asistentes a un entierro que<br />

jamás contemplara el sol poniente: oficiales y marineros franceses, dos lores ingleses,<br />

varios ciudadanos estadounidenses y una veintena de salvajes guerreros africanos.<br />

Al término del funeral, Tarzán rogó al capitán Dufranne que retrasara un par de días la<br />

partida del crucero, mientras él iba unos kilómetros tierra adentro a recoger «sus cosas».<br />

El capitán le concedió de mil amores tal favor.<br />

Bastante entrada la tarde del día siguiente, Tarzán y sus waziris regresaron con el<br />

primer cargamento de lo que el hombre mono llamaba «sus cosas». Cuando<br />

los miembros del grupo vieron los antiguos lingotes de oro puro se arremolinaron<br />

como moscas alrededor de Tarzán y le acribillaron a preguntas... Pero Tarzán, sonriente,<br />

hizo oídos sordos al interrogatorio... y se abstuvo de proporcionarles la más ligera pista<br />

acerca de la procedencia de tan inmenso tesoro.<br />

-Por cada uno que traigo, he dejado a mi espalda miles de lingotes como éstos -<br />

explicó-. Y cuando me haya gastado los de esta remesa, volveré a por otra.<br />

Al día siguiente trasladó al campamento el resto de los lingotes. Cuando toda aquella<br />

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de un viejo galeón español que volviera con el tesoro de las ciudades aztecas.

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