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-Yo lo supe primero -respondió Tarzán-. Lo que ignoraba es que él estuviese enterado.<br />
El papel debió de caérseme aquella noche en la sala de espera. Allí fue donde me lo<br />
entregaron.<br />
-¿Y después de eso nos dijiste que tu madre era una mona y que no llegaste a conocer<br />
a tu padre? -preguntó Jane, en tono incrédulo.<br />
-Sin ti, cariño, el título y las propiedades no significaban nada para mí -replicó<br />
Tarzán-. Y de haberle despojado de ellos también le hubiese arrebatado la mujer que<br />
amo... ¿no lo comprendes, Jane?<br />
Era como si intentara justificarse por un acto culpable.<br />
Jane le tendió los brazos por encima del cadáver de Clayton y tomó entre las suyas las<br />
manos de Tarzán.<br />
-¡Y yo me habría perdido un amor como este tuyo! -exclamó.<br />
XXVI Adiós al hombre-mono<br />
A la mañana siguiente emprendieron la corta excursión hasta la cabaña de Tarzán.<br />
Cuatro waziris llevaban el cadáver del difunto inglés. Al hombre mono se le ocurrió que<br />
se debía enterrar a Clayton junto a la tumba del anterior lord Greystoke, al lado de la<br />
cabaña que éste había construido, cerca de la linde de la floresta.<br />
Jane Porter opinó que era una idea excelente y en el fondo de su corazón se maravilló<br />
de la exquisita delicadeza espiritual de aquel hombre admirable que, pese a que lo<br />
criaron animales y entre animales vivió toda su infancia y juventud, poseía la ternura y<br />
el sentido caballeresco que suele asociarse con la elegancia refinada de la más<br />
distinguida civilización.<br />
Habrían cubierto unos cinco kilómetros de los ocho que los separaban de la playa de<br />
Tarzán, cuando el waziri que encabezaba la marcha se detuvo en seco y señaló con<br />
gesto de asombro a una extraña figura que se aproximaba a ellos por la costa. Era un<br />
hombre tocado con una chistera brillante y que avanzaba despacio, con las manos<br />
entrelazadas a la espalda, bajo los faldones de su larga y negra levita.<br />
Al verle, Jane Porter lanzó un grito de alegre sorpresa y echó a correr a su encuentro.<br />
Era un hombre anciano que, al oír la voz de la joven, alzó la cabeza y, cuando vio quién<br />
se le acercaba, soltó a su vez<br />
una exclamación de alivio y felicidad. Mientras el profesor Arquímedes<br />
Q. Porter estrechaba a su hija entre los brazos, las lágrimas de dicha se deslizaron por su<br />
curtido y viejo semblante y tuvieron que transcurrir varios minutos antes de que pudiera<br />
dominar su emoción lo suficiente como para poder hablar.<br />
Un momento después, cuando reconoció a Tarzán, a los demás les costó un trabajo<br />
ímprobo convencerle de que el dolor no le había desequilibrado el cerebro, porque al<br />
igual que los demás miembros de la partida, tenía la absoluta certeza de que el hombremono<br />
había muerto. Y no dejaba de resultarle un problema serio conciliar esa certeza<br />
con el aspecto de plenitud vital que presentaba el «dios de la selva» de Jane. Al anciano<br />
le desconcertó un tanto la noticia del fallecimiento de Clayton. Por cierto detalle<br />
cronológico.<br />
-No logro entenderlo -dijo-. Monsieur Thuran nos aseguró que Clayton había muerto<br />
hace muchos días.<br />
-¿Thuran está con ustedes? -inquirió Tarzán.<br />
-Sí, nos encontró hace poco y nos condujo a la cabaña de usted. Estamos acampados a<br />
cierta distancia de ella, al norte. ¡Dios mío, cuánto se va a alegrar de verles!<br />
-¡Y cuánto se va a sorprender! -comentó Tarzán.<br />
Poco después el extraño grupo llegaba al claro en el que se encontraba la cabaña del<br />
hombre-mono. El calvero rebosaba de afanosas personas que iban de un lado a otro.<br />
D'Arnot debió de ser la primera que reconoció Tarzán.