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Clayton abrió los ojos. La sombra de una débil sonrisa iluminó su expresión al ver a Jane inclinada sobre él. Cuando sus ojos se posaron en Tarzán, la expresión se tornó estupefacta. -Todo va bien, muchacho -le animó el hombremono-. Te hemos encontrado a tiempo. Ahora todo se arreglará y, antes de que te des cuenta, estarás caminando por tu propio pie. El inglés meneó la cabeza débilmente. -Es demasiado tarde -musitó-, pero ya da lo mismo. Preferiría morir. -¿Dónde está monsieur Thuran? -preguntó la muchacha. -Me abandonó al agravarse mi fiebre y ponerse las cosas feas. Es un individuo satánico. Cuando le supliqué que me trajese un poco de agua porque me encontraba tan débil que no podía ir a buscarle, la bebió delante de mí, tiró al suelo la que había sobrado y se me rió en la cara. El recuerdo de aquella escena reanimó súbitamente a Clayton con un ramalazo de vitalidad. Se incorporó, apoyándose en un codo. -¡Sí! -casi gritó-. Viviré. ¡Viviré el tiempo suficiente para encontrar a esa bestia y matarla! Pero aquel esfuerzo lo dejó más exhausto si cabe que antes y se derrumbó de nuevo sobre las hierbas putrefactas que, con el viejo sobretodo, habían constituido el lecho de Jane Porter. -No te preocupes de Thuran -declaró Tartán de los Monos, y puso su mano tranquilizadora sobre la frente del enfermo-. Ese tipo es cosa mía y, no temas, le echaré el guante y lo pasará mal. Durante largo tiempo Clayton permaneció inmóvil. En varias ocasiones, Tarzán aplicó el oído al huesudo pecho, para captar los débiles latidos de aquel corazón deteriorado y consumido. Al atardecer, Clayton se volvió a incorporar durante breves segundos. Jane -musitó. La joven agachó la cabeza para acercarla y recibir el casi inaudible mensaje-. Me he portado mal contigo... y con él -movió débilmente la cabeza, indicando a Tarzán-. ¡Te quería tanto...! Ya sé que es una excusa muy pobre para el daño que te he causado, pero no podía soportar la idea de perderte. No te pido que me perdones. Sólo deseo hacer ahora lo que debí hacer un año atrás. Rebuscó en el bolsillo del abrigo sobre el que estaba echado, en busca de algo que había descubierto allí durante sus accesos febriles. Sus dedos lo encontraron por fin: un trozo de arrugado papel amarillo. Se lo tendió a Jane y cuando la muchacha lo tomó, el brazo de Clayton le cayó desmayadamente sobre el pecho, se desplomó su cabeza hacia atrás y, con un estertor final, el hombre se quedó rígido e inmóvil. Tarzán de los Monos cubrió con un pliegue del abrigo el rostro de William Clayton. Permanecieron unos instantes arrodillados allí. Los labios de Jane se movieron en silenciosa plegaria cuando se levantaron, uno a cada lado de la ahora apacible figura, los ojos del hombre-mono se cubrieron de lágrimas. A través de la angustia sufrida por su propio corazón había aprendido a compadecer las pesadumbres de los demás. A través de sus propias lágrimas, Jane Porter leyó el mensaje que contenía el trozo de papel amarillo y, al hacerlo, sus ojos se desorbitaron. Releyó un par de veces aquellas sorprendentes palabras, antes de comprender del todo lo que significaban. Huellas dactilares demuestran eres Greystoke. Felicidades. D'Arnot Tendió el papel a Tarzán. -¿Lo supo durante todo este tiempo y no te dijo nada?
-Yo lo supe primero -respondió Tarzán-. Lo que ignoraba es que él estuviese enterado. El papel debió de caérseme aquella noche en la sala de espera. Allí fue donde me lo entregaron. -¿Y después de eso nos dijiste que tu madre era una mona y que no llegaste a conocer a tu padre? -preguntó Jane, en tono incrédulo. -Sin ti, cariño, el título y las propiedades no significaban nada para mí -replicó Tarzán-. Y de haberle despojado de ellos también le hubiese arrebatado la mujer que amo... ¿no lo comprendes, Jane? Era como si intentara justificarse por un acto culpable. Jane le tendió los brazos por encima del cadáver de Clayton y tomó entre las suyas las manos de Tarzán. -¡Y yo me habría perdido un amor como este tuyo! -exclamó. XXVI Adiós al hombre-mono A la mañana siguiente emprendieron la corta excursión hasta la cabaña de Tarzán. Cuatro waziris llevaban el cadáver del difunto inglés. Al hombre mono se le ocurrió que se debía enterrar a Clayton junto a la tumba del anterior lord Greystoke, al lado de la cabaña que éste había construido, cerca de la linde de la floresta. Jane Porter opinó que era una idea excelente y en el fondo de su corazón se maravilló de la exquisita delicadeza espiritual de aquel hombre admirable que, pese a que lo criaron animales y entre animales vivió toda su infancia y juventud, poseía la ternura y el sentido caballeresco que suele asociarse con la elegancia refinada de la más distinguida civilización. Habrían cubierto unos cinco kilómetros de los ocho que los separaban de la playa de Tarzán, cuando el waziri que encabezaba la marcha se detuvo en seco y señaló con gesto de asombro a una extraña figura que se aproximaba a ellos por la costa. Era un hombre tocado con una chistera brillante y que avanzaba despacio, con las manos entrelazadas a la espalda, bajo los faldones de su larga y negra levita. Al verle, Jane Porter lanzó un grito de alegre sorpresa y echó a correr a su encuentro. Era un hombre anciano que, al oír la voz de la joven, alzó la cabeza y, cuando vio quién se le acercaba, soltó a su vez una exclamación de alivio y felicidad. Mientras el profesor Arquímedes Q. Porter estrechaba a su hija entre los brazos, las lágrimas de dicha se deslizaron por su curtido y viejo semblante y tuvieron que transcurrir varios minutos antes de que pudiera dominar su emoción lo suficiente como para poder hablar. Un momento después, cuando reconoció a Tarzán, a los demás les costó un trabajo ímprobo convencerle de que el dolor no le había desequilibrado el cerebro, porque al igual que los demás miembros de la partida, tenía la absoluta certeza de que el hombremono había muerto. Y no dejaba de resultarle un problema serio conciliar esa certeza con el aspecto de plenitud vital que presentaba el «dios de la selva» de Jane. Al anciano le desconcertó un tanto la noticia del fallecimiento de Clayton. Por cierto detalle cronológico. -No logro entenderlo -dijo-. Monsieur Thuran nos aseguró que Clayton había muerto hace muchos días. -¿Thuran está con ustedes? -inquirió Tarzán. -Sí, nos encontró hace poco y nos condujo a la cabaña de usted. Estamos acampados a cierta distancia de ella, al norte. ¡Dios mío, cuánto se va a alegrar de verles! -¡Y cuánto se va a sorprender! -comentó Tarzán. Poco después el extraño grupo llegaba al claro en el que se encontraba la cabaña del hombre-mono. El calvero rebosaba de afanosas personas que iban de un lado a otro. D'Arnot debió de ser la primera que reconoció Tarzán.
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Jane inclinada sobre él. Cuando sus ojos se posaron en Tarzán, la expresión se tornó<br />
estupefacta.<br />
-Todo va bien, muchacho -le animó el hombremono-. Te hemos encontrado a tiempo.<br />
Ahora todo se arreglará y, antes de que te des cuenta, estarás caminando por tu propio<br />
pie.<br />
El inglés meneó la cabeza débilmente.<br />
-Es demasiado tarde -musitó-, pero ya da lo mismo. Preferiría morir.<br />
-¿Dónde está monsieur Thuran? -preguntó la muchacha.<br />
-Me abandonó al agravarse mi fiebre y ponerse las cosas feas. Es un individuo<br />
satánico. Cuando le supliqué que me trajese un poco de agua porque me encontraba tan<br />
débil que no podía ir a buscarle, la bebió delante de mí, tiró al suelo la que había<br />
sobrado y se me rió en la cara.<br />
El recuerdo de aquella escena reanimó súbitamente a Clayton con un ramalazo de<br />
vitalidad. Se incorporó, apoyándose en un codo.<br />
-¡Sí! -casi gritó-. Viviré. ¡Viviré el tiempo suficiente para encontrar a esa bestia y<br />
matarla!<br />
Pero aquel esfuerzo lo dejó más exhausto si cabe que antes y se derrumbó de nuevo<br />
sobre las hierbas putrefactas que, con el viejo sobretodo, habían constituido el lecho de<br />
Jane Porter.<br />
-No te preocupes de Thuran -declaró Tartán de los Monos, y puso su mano<br />
tranquilizadora sobre la frente del enfermo-. Ese tipo es cosa mía y, no temas, le echaré<br />
el guante y lo pasará mal.<br />
Durante largo tiempo Clayton permaneció inmóvil. En varias ocasiones, Tarzán aplicó<br />
el oído al huesudo pecho, para captar los débiles latidos de aquel corazón deteriorado y<br />
consumido. Al atardecer, Clayton se volvió a incorporar durante breves segundos.<br />
Jane -musitó. La joven agachó la cabeza para acercarla y recibir el casi inaudible<br />
mensaje-. Me he portado mal contigo... y con él -movió débilmente la cabeza, indicando<br />
a Tarzán-. ¡Te quería tanto...! Ya<br />
sé que es una excusa muy pobre para el daño que te<br />
he causado, pero no podía soportar la idea de perderte. No te pido que me perdones.<br />
Sólo deseo hacer ahora lo que debí hacer un año atrás.<br />
Rebuscó en el bolsillo del abrigo sobre el que estaba echado, en busca de algo que<br />
había descubierto allí durante sus accesos febriles. Sus dedos lo encontraron por fin: un<br />
trozo de arrugado papel amarillo. Se lo tendió a Jane y cuando la muchacha lo tomó, el<br />
brazo de Clayton le cayó desmayadamente sobre el pecho, se desplomó su cabeza hacia<br />
atrás y, con un estertor final, el hombre se quedó rígido e inmóvil. Tarzán de los Monos<br />
cubrió con un pliegue del abrigo el rostro de William Clayton.<br />
Permanecieron unos instantes arrodillados allí. Los labios de Jane se movieron en<br />
silenciosa plegaria cuando se levantaron, uno a cada lado de la ahora apacible figura, los<br />
ojos del hombre-mono se cubrieron de lágrimas. A través de la angustia sufrida por su<br />
propio corazón había aprendido a compadecer las pesadumbres de los demás.<br />
A través de sus propias lágrimas, Jane Porter leyó el mensaje que contenía el trozo de<br />
papel amarillo y, al hacerlo, sus ojos se desorbitaron. Releyó un par de veces aquellas<br />
sorprendentes palabras, antes de comprender del todo lo que significaban.<br />
Huellas dactilares demuestran eres Greystoke. Felicidades.<br />
D'Arnot<br />
Tendió el papel a Tarzán.<br />
-¿Lo supo durante todo este tiempo y no te dijo nada?