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qué avergonzarse: su corazón siempre perteneció a Jane. Cuando hubo terminado, se<br />
quedó contemplando a la muchacha, como si esperase su veredicto y sentencia.<br />
-Sabía que aquel hombre no estaba diciendo la verdad -manifestó Jane-. ¡Oh, qué ser<br />
más despreciable!<br />
-¿No estás enfadada conmigo, pues? -inquirió Tarzán.<br />
Y la respuesta de Jane, aunque incongruente en<br />
apariencia, no pudo ser más femenina.<br />
-¿Es muy guapa Olga de Coude?<br />
Tarzán se echó a reír y besó de nuevo a Jane. -Ni la décima parte que tú, cielo.<br />
Jane dejó escapar un suspiro de placer y apoyó la cabeza en el hombro de Tarzán. Y él<br />
supo que estaba perdonado.<br />
Aquella noche Tarzán construyó un refugio en la enramada alta de un árbol<br />
gigantesco. Allí durmió la cansada muchacha, mientras él, encaramado en una horquilla<br />
del mismo árbol, un poco más abajo, se acurrucó para protegerla, incluso durante el<br />
sueño.<br />
Tardaron muchas jornadas en cubrir el trayecto hasta la costa. Cuando encontraban un<br />
trecho de camino fácil, avanzaban cogidos de la mano, bajo el verde dosel de la selva,<br />
como muy bien pudieron pasear por allí los remotos antepasados del hombre. Cuando la<br />
maleza se tornaba tupida y enmarañada, Tarzán cogía en sus largos brazos a Jane y la<br />
trasladaba ágilmente a través de los árboles. Y los días les resultaban demasiado cortos,<br />
porque eran felices. A no ser por el angustioso deseo de llegar cuanto antes a la playa<br />
para socorrer a Clayton, hubieran prolongado indefinidamente la dicha de aquel<br />
maravilloso viaje.<br />
El día antes de llegar a la costa, el olfato de Tarzán detectó emanación humana: olor a<br />
hombres negros. Se lo comunicó a Jane y le advirtió que se mantuviera en silencio.<br />
-En la selva hay pocos amigos -observó en tono seco.<br />
Al cabo de media hora se aproximaron sigilosamente a una pequeña partida de<br />
guerreros negros que marchaban en fila india hacia el oeste. Al verlos, Tarzán emitió un<br />
grito jubiloso: era una cuadrilla de sus waziris. Entre ellos figuraba Busuli y algunos<br />
otros de los que le acompañaron a Opar. Cuando vieron a Tarzán estallaron en gritos de<br />
eufórica alegría y empezaron a bailar. Le dijeron que llevaban varias semanas<br />
buscándole.<br />
Los negros manifestaron un asombro considerable al ver a la mujer blanca que<br />
acompañaba a Tarzán y cuando se enteraron de que se trataba de su compañera,<br />
compitieron entre sí para agasajarla. Llegaron al tosco refugio de la playa acompañados<br />
por los felices, rientes y danzarines waziris.<br />
No se vislumbraba indicio alguno de vida, ni nadie respondió a sus llamadas. Tarzán<br />
subió rápidamente al interior de la choza construida en el árbol, sólo para reaparecer un<br />
instante después, con una lata vacía en la mano. Se la arrojó a Busuli, con el encargo de<br />
que fuese a buscar agua, y luego hizo una seña a Jane Porter, para indicarle que subiera.<br />
Se agacharon juntos sobre el desmedrado cuerpo del que en otro tiempo había sido un<br />
apuesto aristócrata inglés. Las lágrimas afluyeron a los ojos de Jane cuando vio las<br />
resecas mejillas, los hundidos ojos y las arrugas que el sufrimiento había trazado en<br />
aquel rostro una vez joven y hermoso.<br />
-Aún vive -dijo Tarzán-. Haremos cuanto podamos por él, pero me temo que hemos<br />
llegado demasiado tarde.<br />
Cuando llegó Busuli con el agua, Tarzán introdujo a la fuerza unas cuantas gotas entre<br />
los cuarteados y tumefactos labios. Secó la ardorosa frente de Clayton y le lavó las<br />
esqueléticas extremidades.