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e y pudieran arrojarles piedras. De modo que ya habían cubierto ochocientos metros<br />

de descenso por la ladera de la montaña cuando los hombrecillos de Opar llegaron a la<br />

cumbre, exhaustos y jadeantes.<br />

Empezaron a lanzar gritos de rabia y desilusión mientras corrían por el borde de la<br />

cima, agitaban sus garrotes e interpretaban una auténtica danza de la cólera. Pero en esa<br />

ocasión se abstuvieron de rebasar la frontera de su territorio. Tanto si ello se debía a que<br />

se daban cuenta de lo estéril y molesta que había sido su anterior búsqueda o a que<br />

acababan de comprobar lo fácil que le había resultado al hombre-mono dejarles tan<br />

atrás, con su último acelerón, lo cierto es que los de Opar se convencieron de lo<br />

absolutamente inútil que sería continuar la persecución. Y cuando Tarzán llegaba a la<br />

arboleda que nacía al pie de las estribaciones que bordeaban los farallones, dieron media<br />

vuelta y regresaron a Opar.<br />

Nada más cruzar la linde de la floresta, desde donde aún podían verse las cimas de los<br />

riscos, Tarzán depositó su carga sobre la hierba y, acercándose a un arroyo próximo,<br />

llevó agua y lavó la cara y las manos de la joven. Ni siquiera así recuperó Jane el<br />

conocimiento, por lo que, preocupado, cogió nuevamente a la muchacha en sus fuertes<br />

brazos y reanudó la marcha apresuradamente hacia el oeste.<br />

Jane Porter se despertó entrada la tarde. No abrió los ojos en seguida... antes trató de<br />

rememorar las últimas escenas de las que fue testigo. Ah, ya lo recordaba. El altar,<br />

aquella terrible sacerdotisa, el cuchillo que descendía lentamente. Se estremeció, pensó<br />

que o aquello era la muerte o el cuchillo acababa de hundirse en su corazón y estaba<br />

experimentando el breve delirio que precede a la muerte.<br />

Cuando por fin reunió valor suficiente para levantar los párpados, lo que vio<br />

confirmaba sus temores: por un frondoso paraíso la llevaba en brazos el hombre al que<br />

amaba, un hombre muerto hacía tiempo.<br />

-Si esto es la muerte -susurró-, doy gracias a Dios por haber fallecido.<br />

-¡Hablas, Jane! -exclamó Tarzán-. ¡Has recobrado el conocimiento!<br />

-Sí, Tarzán de los Monos -repuso la mujer, y, por primera vez en varios meses, una<br />

sonrisa de paz y felicidad animó su rostro.<br />

-¡Gracias a Dios! -casi gritó el hombre mono. Se llegó a un claro cubierto de hierba,<br />

junto al arroyo-. Después de todo, llegué a tiempo.<br />

-¿A tiempo? ¿Qué quieres decir? -preguntó Jane.<br />

-A tiempo de salvarte de la muerte en aquel altar, cariño -contestó él-. ¿No te<br />

acuerdas?<br />

-¿Salvarme de la muerte? -articuló en tono de extrañeza-. ¿No estamos muertos?<br />

Tarzán la había tendido ya sobre la hierba del prado, con la cabeza apoyada en la raíz<br />

de un árbol gigantesco. Respondió a la pregunta de Jane retrocediendo para ver mejor el<br />

semblante de la muchacha.<br />

-¿Muertos? -repitió, y se echó a reír-. Desde luego, tú no estás muerta y si quieres<br />

volver a la ciudad de Opar y preguntárselo a los que viven allí, te contarán que tampoco<br />

a mí me mataron hace unas pocas horas, como hubiera sido su gusto. No, cariño, los dos<br />

estamos vivos y bien vivos.<br />

-Pero Hazel y monsieur Thuran me dijeron que te caíste al mar a muchas millas de la<br />

costa -insistió Jane, como si tratara de convencerle de que tenía que estar muerto-.<br />

Aseguraron que no cabía duda alguna de que se trataba de tu persona... y mucho menos<br />

de que pudieras haber sobrevivido o de que algún buque te rescatara del mar.<br />

-¿Cómo puedo convencerte de que no soy un fantasma? -soltó Tarzán una carcajada-.<br />

Fui yo la persona a la que el encantador monsieur Thuran arrojó por la borda, pero no<br />

me ahogué (te lo contaré todo dentro de un momento), de modo que aquí me tienes: tan<br />

salvaje como la primera vez que me viste, Jane Porter.

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