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del pasillo que se prolongaba al otro lado. Se precipitó como un poseso contra la pared<br />

falsa, dispuesto a derribar rápidamente aquel obstáculo que se le oponía: sus músculos<br />

de gigante apartaron los bloques, introdujo la cabeza y los hombros por la pequeña<br />

brecha inicial y se llevó por delante el resto de la pared, que cayó con gran estruendo<br />

sobre el piso de cemento de la mazmorra.<br />

Salvó de un solo brinco toda la longitud de la cámara y se arrojó contra la vieja puerta.<br />

Pero ésta le cortó el paso eficazmente. Las fuertes barras de madera que la atrancaban<br />

por el otro lado demostraron estar hechas a prueba de sus formidables músculos. Sólo<br />

necesitó un momento para llegar a la conclusión de que eran inútiles sus esfuerzos y que<br />

no podría derribar aquella barrera infranqueable. Sólo había otro camino de acceso y<br />

para recorrerlo debía regresar por los túneles hasta el risco que se alzaba un kilómetro y<br />

medio más allá de las murallas de Opar. Y luego avanzar por el terreno descubierto y<br />

entrar en la ciudad tal como lo hizo la primera vez con los waziris.<br />

Comprendió que volver sobre sus pasos y entrar en la plaza por la superficie quizás<br />

significara llegar demasiado tarde para salvar a Jane, si realmente era ella la que estaba<br />

tendida sobre el altar. Pero no parecía existir otro medio, así que dio media vuelta y<br />

regresó al pasadizo del otro lado de la pared. Al llegar al pozo oyó de nuevo la<br />

monótona cantinela de la suma sacerdotisa. Miró hacia arriba y vio que la abertura, a<br />

unos seis metros por encima de él, parecía tan cercana que le entraron ganas de saltar<br />

hacia ella, en un loco empeño de alcanzar el patio interior que tan próximo estaba.<br />

¡Si pudiera enganchar el extremo de su cuerda de hierbas en algún saliente o<br />

protuberancia de aquella tentadora abertura! Se le ocurrió la idea en aquel instante de<br />

pausa. Lo intentaría. Regresó a la pared derribada y tomó una loseta ancha y llana de las<br />

que integraban el tabique. Ató a toda prisa un extremo de la cuerda alrededor de la pieza<br />

de granito y volvió al pozo. Dejó en el suelo, junto a él, la cuerda enrollada. Tomó la<br />

pesada loseta a la que había atado un extremo de la cuerda, balanceó la piedra varias<br />

veces, para determinar bien la distancia y la dirección. Arrojó la piedra de modo que<br />

subiese inclinada en cierto ángulo, a fin de que antes de descender pasara por el borde<br />

de la abertura y cayese por la otra parte del patio.<br />

Tarzán tiró hacia abajo del extremo suelto de la cuerda, hasta que notó que la piedra<br />

había quedado encajada segura y firmemente en el filo del borde del pozo y luego<br />

empezó a trepar por la cuerda, suspendido sobre el tenebroso fondo de aquel abismo.<br />

Cuando todo el peso de su cuerpo pendía de la cuer<br />

da sintió que la parte superior de ésta resbalaba.<br />

Aguardó con los nervios tensos y la incertidumbre agobiándole mientras la cuerda<br />

bajaba, con pequeñas sacudidas, centímetro a centímetro. La piedra subía, resbalaba<br />

hacia la parte exterior de la mampostería que rodeaba el borde del pozo... ¿Se sujetaría,<br />

quedaría trabada en el mismo filo, o el propio peso de Tarzán la haría resbalar por<br />

encima del borde, para caer sobre él y acompañarle en su descenso, cuando se<br />

desplomara hacia las desconocidas y negras profundidades del pozo?<br />

XXV A través de la selva virgen<br />

Durante un momento, breve pero angustioso, Tarzán notó cómo se deslizaba la cuerda<br />

de la que estaba colgado y oyó sobre su cabeza el rechinar de la loseta de piedra al<br />

resbalar por la mampostería.<br />

Luego, de repente, la cuerda dejó de deslizarse: la piedra había quedado sujeta en el<br />

mismo filo de la abertura. Cautelosamente, el hombre mono trepó por la frágil cuerda.<br />

Instantes después asomaba la cabeza por el borde del pozo. El patio estaba vacío. Los<br />

habitantes de Opar asistían al sacrificio. Tarzán oyó la voz de La que llegaba de la<br />

cercana nave de los sacrificios. Había cesado la danza. Debía estar muy cerca el<br />

momento en que descendiera el cuchillo, pero incluso mientras tales pensamientos

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