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cuatro días. Por lo que se refiere a mis derechos de nacimiento, están en buenas manos.<br />
Nadie puede acusar a Clayton de que me ha despojado de ellos. Cree de verdad que es el<br />
auténtico lord Greystoke y, desde luego, existen muchas probabilidades de que<br />
desempeñe el papel de lord inglés infinitamente mejor que un hombre que ha nacido y<br />
se ha criado en la selva africana. Ya sabes que, incluso a estas alturas, apenas estoy a<br />
medio civilizar. En cuanto la cólera se apodera de mí empiezo a verlo todo rojo, se<br />
despiertan los instintos de la fiera salvaje dormidos dentro de mí, que a las primeras de<br />
cambio me dominan y se llevan por delante la delgada capa de cultura y refinamiento.<br />
»Por otra parte, de haber sacado a relucir mi verdadera identidad, hubiera desposeído<br />
a la mujer que amo de las riquezas y la posición social que su matrimonio con Clayton<br />
le garantiza. ¿Podía hacer yo una cosa así? ¿Podía, Paul?<br />
Continuó, sin aguardar la respuesta de su amigo:<br />
-La cuestión de mi linaje no tiene gran importancia para mí. Tal como me he criado,<br />
no considero que un hombre o un animal tenga otro valor que el que le confieren su<br />
capacidad intelectual y las proezas que realice utilizando sus condiciones físicas. Y me<br />
siento tan feliz con la idea de que mi madre fue Kala como lo sería imaginándome que<br />
lo era la desdichada e infeliz jovencita inglesa que murió un año después de que me<br />
alumbrase. Kala fue siempre buena conmigo, a su modo fiero y salvaje. Me amamantó<br />
en sus peludos pechos a partir de la muerte de mi madre. Me defendió frente a los<br />
bestiales habitantes de la foresta y los despiadados miembros de nuestra tribu, y luchó<br />
contra ellos con la ferocidad que imbuye un auténtico amor maternal.<br />
»Y yo la quería, Paul. No me di cuenta de hasta qué punto la quería hasta que me la<br />
arrebató aquel maldito venablo y aquella flecha envenenada del guerrero negro de<br />
Mbonga. No era más que un chiquillo cuando ocurrió, y me arrojé encima del cadáver y<br />
lloré sobre él con toda la angustia que un niño puede sentir al ver a su madre muerta. A<br />
tus ojos, amigo mío, pudiera parecer una criatura fea y repulsiva, pero para mí era un ser<br />
hermoso... ¡Tan magníficamente transfigura las cosas el cariño! Y me siento lo que se<br />
dice satisfecho y orgulloso de ser durante toda mi vida el hijo de Kala, la mona.<br />
-No voy a admirarte menos por tu lealtad -dijo D'Arnot-, pero llegará un día en que te<br />
alegrarás de reclamar lo que te pertenece. Acuérdate de lo que te digo. Y esperemos que<br />
entonces te resulte tan fácil como lo sería ahora. Has de tener en cuenta que en<br />
el mundo sólo hay dos personas en condiciones de dar fe de que el esqueleto pequeño<br />
encontrado en la cabaña, junto a los de tu padre y tu madre, pertenecía a un mono<br />
antropoide de corta edad y que tal cadáver no era el del hijo de lord y lady Greystoke.<br />
Es una prueba de suma importancia. Las dos personas a que me refiero son el profesor<br />
Porter y el señor Philander, ambos bastante ancianos y cuya existencia no se prolongará<br />
muchos años más. Por otra parte, ¿no se te ha pasado por la cabeza la idea de que, al<br />
conocer la verdad, la señorita Porter rompería su compromiso con Clayton? Entonces<br />
conseguirías fácilmente tu título, tus propiedades y la mujer de la que estás enamorado,<br />
Tarzán. ¿No se te había ocurrido eso?<br />
Tarzán denegó con la cabeza.<br />
-No la conoces -dijo-. Nada podría inducirla con más fuerza a cumplir su palabra que<br />
cualquier infortunio que le sobreviniese a Clayton. Procede de una antigua familia del<br />
sur de Estados Unidos, y los sureños se enorgullecen de su lealtad, la tienen a gala.<br />
Tarzán dedicó los quince días siguientes a renovar los escasos conocimientos de París<br />
adquiridos anteriormente. Durante el día visitaba bibliotecas, galerías de arte y museos<br />
de pintura. Se había convertido en un lector voraz y el universo de posibilidades que<br />
desplegaba ante él aquel foco de cultura y sabiduría casi llegaba a abrumarle cuando<br />
consideraba la partícula infinitesimal que de aquel cúmulo inmenso de conocimientos<br />
humanos podía asimilar un hombre, tras una vida entregada al estudio y la