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aquellas gentes tuviesen del Ser Supremo fuera distinta a la suya, pero el hecho de que<br />
tuviesen un dios era prueba evidente de que se trataba de criaturas pías y bondadosas.<br />
Pero cuando vio un altar de piedra en el centro de la nave descubierta, y observó las<br />
oscuras manchas de sangre resecas sobre el cemento, alrededor del altar, nacieron dudas<br />
en su mente. Y cuando se agacharon, le ligaron los tobillos y le ataron las manos a la<br />
espalda, sus dudas se transformaron en verdadero miedo. Un momento después, cuando<br />
la levantaron en peso y la tendieron encima del altar, toda esperanza desapareció de su<br />
espíritu y la angustia del pánico sembró de temblores su cuerpo.<br />
Durante la grotesca danza de las sacerdotisas, Jane permaneció sumida en el terror y<br />
para comprender cuál sería su destino no le hizo falta ver cómo la mano de la gran<br />
sacerdotisa levantaba despacio la afilada hoja del cuchillo.<br />
Cuando la mano inició el descenso, Jane Porter cerró los párpados y elevó en silencio<br />
sus preces al Supremo Hacedor, ante el que no tardaría en enfrentarse... luego sucumbió<br />
a la tensión de sus agotados nervios y se desvaneció.<br />
Día y noche corrió Tarzán de los Monos a través de la selva virgen en dirección a la<br />
ruinosa ciudad en la que estaba seguro se encontraba, prisionera o muerta ya, la mujer<br />
que amaba.<br />
Cubrió en veinticuatro horas la misma distancia que había costado casi una semana a<br />
los cincuenta hombres espantosos, porque Tarzán de los Monos<br />
volaba de árbol en árbol, por encima de la maraña vegetal que obstaculizaba el paso al<br />
nivel del suelo.<br />
El relato del joven mono macho le había indicado claramente que la muchacha cautiva<br />
era Jane Porter, porque en toda la jungla no había otra mujer menuda y blanca aparte de<br />
«ella». En los «monos» de la burda descripción, Tarzán reconoció a las grotescas<br />
caricaturas de hombre que habitaban en las ruinas de Opar. Y no le costaba nada<br />
imaginar el destino de Jane, que veía en su mente con la misma claridad que si fuese<br />
testigo directo del mismo. No podía adivinar cuándo iban a tender a la muchacha sobre<br />
la losa del altar, pero sí estaba seguro de que el frágil cuerpo de su amada acabaría allí<br />
tarde o temprano.<br />
Al cabo de lo que al impaciente hombre-mono le parecieron siglos, Tarzán llegó a lo<br />
alto de la barrera de escalamientos de peñascos que jalonaban el valle desolado.<br />
Contempló abajo las hoscas y pavorosas ruinas de la ahora aterradora ciudad de Opar. A<br />
trote rápido atravesó el polvoriento terreno sembrado de peñascos, rumbo a la meta de<br />
sus deseos.<br />
¿Llegaría a tiempo de salvar a Jane? Lo esperaba contra toda esperanza. Al menos,<br />
podría vengarse, y en su ira se consideraba capaz de borrar del mapa a toda la población<br />
de aquella ciudad de los horrores. Era cerca de mediodía cuando alcanzó el gran peñón<br />
en cuya parte superior concluía el pasadizo que enlazaba con los pozos de debajo de la<br />
ciudad. Escaló como un gato las escarpadas superficies de aquella amenazadora kopje<br />
de granito. Segundos después se desplazaba por la oscuridad del largo y recto túnel que<br />
llevaba a la cámara del tesoro. Cruzó<br />
ésta y continuó hasta llegar a la chimenea-pozo situa-<br />
da al otro lado de la que ocupaba la mazmorra de la pared falsa. Hizo una pausa en el<br />
borde del pozo y, desde la abertura de arriba, llegó a sus oídos un tenue soniquete. Lo<br />
captó al instante y tradujo su significado... Era la danza de la muerte previa al sacrificio,<br />
acompañada por la canción ritual de la suma sacerdotisa. Reconoció incluso la voz de la<br />
mujer.<br />
¿Sería precisamente aquella la ceremonia por la que él había corrido tanto para evitar?<br />
Una oleada de terror le inundó. ¿Es que, después de todo, llegaba demasiado tarde?<br />
Como un ciervo aterrado franqueó de un salto el estrecho abismo, hacia la continuación