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De vez en cuando formulaba el comentario de que el día menos pensado iban a ver un<br />

vapor que anclaría cerca de la orilla y todos volverían a reunirse, felices y contentos. A<br />

veces hablaba de un tren y se preguntaba si no llevaría tanto retraso por culpa de las<br />

tormentas de nieve.<br />

-Si no conociese tan bien a ese querido buen hombre Tennington hablaba con la<br />

señorita Strong-, casi tendría la absoluta seguridad de que... ejem... no está del todo en<br />

su sano juicio, ¿sabe?<br />

-Si no fuese tan patético, sería ridículo -repuso la muchacha, en tono triste-. Yo, que le<br />

conozco desde pequeña, sé cuánto adora a Jane, sin embargo, a los demás les puede<br />

parecer que le tiene sin cuidado la suerte de su hija. Lo único que ocurre es que carece<br />

por completo de sentido práctico, vive en las nubes y no puede concebir una cosa tan<br />

real como la muerte, a no ser que le presenten una prueba irrebatible de ella.<br />

-Nunca imaginaría usted lo que hizo ayer -continuó Tennington-. Yo volvía solo de<br />

una pequeña excursión de caza, cuando me lo encontré de cara, caminando a toda prisa<br />

por el sendero. Llevaba las manos a la espalda, entrelazadas bajo el faldón de esa larga<br />

levita negra suya y la chistera encasquetada a fondo en la cabeza. Con la vista clavada<br />

en el suelo seguramente se hubiera precipitado a una muerte segura si no llego a<br />

interceptarle.<br />

»Le pregunté: "Pero, ¿a dónde diablos va, profesor?". "Voy a la ciudad, lord<br />

Tennington", me contestó, muy serio, "a quejarme al jefe de Correos del mal servicio<br />

que tienen aquí. Porque, señor, llevo una semana sin recibir ni una sola carta. Y tendrían<br />

que haber recibido varias de Jane. Se ha de informar inmediatamente a Washington de<br />

este asunto".<br />

»No sabe usted, señorita Strong, lo que me costó convencer al pobre anciano de que<br />

aquí no hay cartería rural, que no existe ciudad ni, por lo tanto, estafeta, que ni siquiera<br />

estamos en el mismo continente en que se encuentra Washington, ni en el mismo<br />

hemisferio.<br />

»Cuando todo eso entró en su mente, empezó a preocuparse por su hija... Creo que se<br />

dio cuenta por primera vez de la situación en que nos encontramos aquí y de que es<br />

posible que no hayan rescatado del mar a la señorita Porter.<br />

-No quiero pensar en eso -dijo la muchacha-y, sin embargo, tampoco puedo quitarme<br />

de la cabeza a los miembros ausentes de nuestro grupo.<br />

-Hemos de esperar lo mejor -respondió Tennington-. Usted misma es un espléndido<br />

ejemplo de valor, ya que, en cierto modo, es la que más ha perdido de todos nosotros.<br />

-Sí -convino la señorita Strong-. No querría más a Jane si fuese mi hermana.<br />

Tennington no manifestó la sorpresa que le produjo el comentario. Sus tiros no iban<br />

por ahí. Desde el naufragio del Lady Alice había pasado muchas horas junto a aquella<br />

preciosa hija de Maryland y últimamente se había percatado de que la joven le inspiraba<br />

más cariño del que sería recomendable para su paz espiritual y el sosiego de su mente,<br />

ya que a su cerebro acudía con reiteración constante la confidencia que le hiciera<br />

monsieur Thuran, relativa al compromiso matrimonial entre el ruso y la señorita Strong.<br />

Se preguntó si, después de todo, monsieur Thuran habría dicho la verdad. Por parte de<br />

la muchacha no había observado el menor detalle que indicase que Hazel experimentara<br />

hacia Thuran algo que rebasara los límites de la amistad. Aventuró Tennington:<br />

-Además, la pérdida de monsieur Thuran, si es que se ha perdido, le habrá causado a<br />

usted una profunda aflicción.<br />

Hazel Strong levantó hacia él una rápida y sorprendida mirada.<br />

-Monsieur Thuran había llegado a convertirse en un buen amigo mío dijo la<br />

muchacha-. Me caía muy bien, aunque nos conocíamos desde hacía muy poco tiempo.

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