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Clayton no tenía apetito y no necesitaba alimento, pero su organismo sí precisaba agua<br />
y el deseo anhelante de ingerirla se convirtió en una tortura. A pesar de lo débil que<br />
estaba, solía aprovechar los momentos en que los intermitentes ataques de delirio se lo<br />
permitían para bajar del refugio, una vez al día, ir al arroyo y llenar una pequeña lata,<br />
que era uno de los pocos objetos sacados del bote salvavidas.<br />
En tales ocasiones, Thuran le observaba con expresión de malévolo regodeo...<br />
Realmente parecía disfrutar con el sufrimiento del hombre que, pese al desprecio que<br />
pudiera sentir por él, le había cuidado lo mejor que supo durante el tiempo que el ruso<br />
sufrió los mismos rigores febriles.<br />
Por último, la debilidad se apoderó de Clayton de tal modo que el inglés ya no pudo<br />
bajar del refugio. Se pasó un día entero muerto de sed y sin recurrir a Thuran pero,<br />
finalmente, no pudo resistir más y rogó al ruso que le llevase un poco de agua.<br />
Thuran se presentó en la entrada del compartimento de Clayton, con un plato lleno de<br />
agua en la mano. Una sonrisa perversa contraía sus facciones.<br />
-Aquí está el agua -dijo-. Pero antes permítame recordarle que me indispuso con la<br />
chica, que le habló mal de mí, que se la reservó para sí, que no quiso compartirla<br />
conmigo...<br />
Clayton le interrumpió.<br />
-¡Ya está bien! -gritó-. ¡Basta! ¿Qué clase de miserable es usted, capaz de calumniar y<br />
deshonrar la memoria de una mujer buena y que creemos está muerta? ¡Santo Dios!<br />
¡Qué estúpido fui al permitirle seguir viviendo! ¡Ni siquiera es digno de vivir en esta<br />
tierra maldita!<br />
-Aquí tiene su agua -dijo el ruso-. Toda la que va a conseguir.<br />
Thuran se llevó el recipiente a los labios y bebió un trago.<br />
Arrojó al suelo, abajo, la que quedaba. Luego dio media vuelta y dejó abandonado al<br />
enfermo.<br />
Clayton se puso de costado, enterró el rostro entre los brazos y se dio por vencido.<br />
Al día siguiente, Thuran decidió emprender la marcha hacia el norte, a lo largo del<br />
litoral. Sabía que, tarde o temprano, llegaría a algún lugar habitado por seres civilizados<br />
y que, en el peor de los casos, no estaría peor de lo que estaba en la playa del refugio.<br />
Además, los desvaríos delirantes del inglés empezaban a atacarle los nervios.<br />
Así, pues, se apoderó del venablo de Clayton y se puso en camino. Habría matado al<br />
enfermo antes de marcharse de no ocurrírsele que eso podía ser una obra de<br />
misericordia.<br />
Aquel mismo día llegó a una pequeña cabaña junto a la costa y su corazón se llenó de<br />
renovada esperanza al ver aquella prueba de la proximidad de civilización. Pensó que<br />
sería el puesto avanzado de alguna colonia cercana. De haber sabido a quien pertenecía<br />
y que en aquel momento su propietario se hallaba a escasos kilómetros, tierra adentro,<br />
Nicolás Rokoff habría huido de allí como alma que lleva el diablo. Pero como lo<br />
ignoraba, decidió quedarse unos días<br />
en la cabaña y disfrutar de la seguridad y de las relativas comodidades que<br />
proporcionaba aquel albergue. Después reanudó la marcha hacia el norte.<br />
En el campamento de lord Tennington se realizaban preparativos para construir<br />
moradas permanentes y, una vez concluidas, enviar una patrulla de varios hombres en<br />
busca de socorro.<br />
A medida que fueron pasando los días sin que apareciese por allí la ansiada<br />
expedición de salvamento, fue volatilizándose la esperanza de que hubiesen rescatado<br />
del mar a Jane Porter, Clayton y monsieur Thuran. Nadie habló más del asunto al<br />
profesor, que, por otra parte, estaba tan inmerso en sus elucubraciones científicas que<br />
había perdido la noción del tiempo y de su transcurrir.