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El hombre-mono se sentía muy satisfecho de su suerte. Desde luego, no era feliz,<br />

nunca volvería a ser-<br />

lo, pero al menos se encontraba lo más lejos que le era posible encontrarse de cuanto<br />

pudiera recordarle su pasada desdicha. Hacía mucho tiempo que abandonó toda idea de<br />

regresar a la civilización y había decidido ya no volver nunca junto a sus amigos negros,<br />

los waziris. Había renunciado para siempre a convivir con los hombres. Empezó su vida<br />

como mono... y como mono moriría.<br />

Sin embargo, le era imposible borrar de su memoria el hecho de que la mujer de la<br />

que se había enamorado estaba a menos de una jornada de distancia del terreno por el<br />

que vagaba la tribu, como tampoco podía apartar de su mente el temor de que a Jane la<br />

acechase el peligro de manera constante. Durante los breves instantes en que fue testigo<br />

directo de la ineficacia de Clayton comprendió que Jane no contaba ni mucho menos<br />

con la debida protección. Cuanto más pensaba en ello, más le atormentaba a Tarzán la<br />

conciencia.<br />

Al final llegó a odiarse a sí mismo por permitir que su dolor y sus celos egoístas se<br />

interpusieran entre Jane Porter y la seguridad de la muchacha. A medida que iban<br />

pasando los días, aquel remordimiento iba corroyéndole cada vez con más intensidad el<br />

espíritu y la mente. Pero cuando decidió volver a la costa para velar por Jane Porter y<br />

Clayton, surgieron noticias que alteraron todos sus planes y le impulsaron a salir<br />

disparado enloquecida y temerariamente hacia el este, sin pensar en los peligros y la<br />

muerte que podían aguardarle.<br />

Antes de que Tarzán se hubiese integrado de nuevo en la tribu, cierto macho joven, al<br />

no estar seguro de que encontraría pareja apropiada entre las hembras de su comunidad,<br />

se marchó a recorrer mundo,<br />

de acuerdo con la costumbre de aquella familia de antropoides, como un caballero<br />

andante del medievo, en busca de la hermosa dama que colmase sus sueños, a la que tal<br />

vez encontraría en alguna comunidad vecina.<br />

Acababa de regresar con su novia y se apresuraba a narrar las aventuras vividas, antes<br />

de que se le olvidaran. Entre otras cosas, contó haber visto una gran tribu de monos de<br />

aspecto singular.<br />

-Todos eran machos de cara peluda -explicó-. Todos, menos uno, que era una hembra<br />

de color aún más claro que el de este forastero -y señaló a Tarzán con el pulgar.<br />

Se despertó instantáneamente el interés del hombre-mono. Empezó a formular<br />

preguntas con toda la rapidez que permitía la corta inteligencia del antropoide, lento en<br />

las respuestas.<br />

-Esos machos, ¿eran bajos y tenían las piernas arqueadas?<br />

-Sí.<br />

-¿Llevaban pieles de Numa y de Sheeta atadas alrededor de la cintura e iban armados<br />

con estacas y cuchillos?<br />

-Sí.<br />

-¿Llevaban muchos aros amarillos en los brazos y en las piernas?<br />

-Sí.<br />

-Y la hembra... ¿era menuda, esbelta y muy blanca?<br />

-Sí.<br />

-¿Pertenecía a la tribu o parecía ser su prisionera?<br />

-La llevaban a rastras, unas veces tirando de ella por un brazo, otras del pelo de la<br />

cabeza que lo tenía muy largo. Y no paraban de darle golpes con los puños y con los<br />

pies. ¡Ah, era divertidísimo de ver!<br />

-¡Dios santo! -murmuró Tarzán. Preguntó al macho joven-: ¿Dónde estaban cuando<br />

los viste y qué dirección llevaban?

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