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una temporada, hasta que el agudo filo del cuchillo de su dolor se mellara un poco. Al<br />

igual que sus compañeros los animales, prefería sufrir en silencio y a solas.<br />

Aquella noche volvió a dormir en el anfiteatro de los monos, y durante varios días<br />

partió de allí a cazar y allí regresaba por la noche. En la tarde del tercer día volvió<br />

temprano. Llevaba un momento tendido encima de la suave hierba del claro cuando<br />

percibió un sonido que le era familiar. Deambulaba por la selva una cuadrilla de grandes<br />

simios... No podía equivocarse. Aguzó el oído a lo largo de varios minutos. Avanzaban<br />

en dirección al anfiteatro.<br />

Tarzán se levantó perezosamente y se estiró. Sus aguzados oídos siguieron todos y<br />

cada uno de los movimientos de la tribu. Marchaban con el viento de espalda y Tarzán<br />

captó en seguida su olor, aunque no necesitaba aquella evidencia adicional para estar<br />

seguro de que tenía razón.<br />

Cuando se aproximaban al anfiteatro. Tarzán de los Monos se escabulló entre las<br />

ramas de un árbol del lado contrario de la arena. Aguardó allí para inspeccionar a los<br />

que llegaban. No tuvo que esperar mucho.<br />

Una cara velluda y feroz apareció de pronto entre las ramas bajas de la orilla contraria<br />

del bosque. Los crueles ojillos lanzaron una ojeada al claro y luego hubo un intercambio<br />

de parloteos cuando informó a los que marchaban detrás. Tarzán distinguió las palabras.<br />

El explorador comunicaba a los demás miembros de la tribu que el camino estaba<br />

despejado y que podían entrar en el anfiteatro con absoluta seguridad.<br />

El cabecilla guía se descolgó ágilmente sobre la mullida alfombra de hierba y a<br />

continuación, uno tras otro, cerca de un centenar de antropoides le siguieron. Había<br />

adultos de gran tamaño e individuos jóvenes. Unas cuantas crías se aferraban a los<br />

peludos cuellos de sus selváticas madres.<br />

Tarzán reconoció a bastantes miembros de la tribu. Era la misma en la que se había<br />

criado y vivido desde niño. No pocos de los ahora adultos eran pequeños durante la<br />

juventud de Tarzán. Había jugado y retozado con ellos en aquella selva en el curso de su<br />

breve infancia y niñez. Se preguntó si se acordarían de él... La memoria de algunos<br />

simios no es lo que se dice demasiado larga y dos años pueden constituir para ellos toda<br />

una eternidad.<br />

Las conversaciones que llegaban a sus oídos le participaron que la tribu había ido allí<br />

a elegir un nuevo rey: su último jefe se cayó desde una altura de treinta metros, al<br />

romperse una rama por la que pasaba, y el impacto contra el suelo le mató.<br />

Tarzán anduvo hasta el extremo de una rama, desde donde quedaba visible a los<br />

integrantes de la tribu: Los rápidos ojos de una hembra fueron los primeros en<br />

localizarle. La hembra lanzó un aullido gutural para llamar la atención de los demás.<br />

Varios machos gigantescos se irguieron en toda su estatura para ver mejor al intruso.<br />

Enseñando los dientes y erizados los pelos del cuello avanzaron lentamente hacia<br />

Tarzán, al tiempo que de las profundidades de sus gargantas salían sordos y ominosos<br />

gruñidos.<br />

-Soy Tarzán de los Monos, Kamath -anunció el hombre-mono en la lengua vernácula<br />

de la tribu-. Tienes que acordarte de mí. Juntos nos burlamos e hicimos rabiar mucho a<br />

Numa, cuando aún éramos pequeños. Le arrojábamos palos y nueces desde las ramas<br />

altas, donde estábamos a salvo.<br />

El animal al que se dirigía detuvo su avance, con expresión de haber comprendido a<br />

medias y el asombro decorando su cara bestial.<br />

-Y tú, Magor -se dirigió Tarzán a otro-, ¿no te acuerdas de tu antiguo jefe, el que mató<br />

al poderoso Kerchak? ¡Mírame! ¿No soy el mismo Tarzán, el formidable cazador, el<br />

luchador invencible al que todos vosotros conocisteis durante muchas estaciones?

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