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La maltratada naturaleza había llegado al límite de su resistencia y la muchacha se<br />

encontraba en una situación de impotencia fisica tan absoluta que ni siquiera podía<br />

ponerse de rodillas.<br />

Aquellos bestias la rodeaban, sin parar de dirigirle amenazas en aquel lenguaje<br />

incomprensible para ella, se regodeaban en sus sufrimientos, la golpeaban con los puños<br />

y los pies, mientras la joven yacía en el suelo, con los ojos cerrados, rezando para que la<br />

muerte misericordiosa pusiera coto a tanto padecimiento. Pero esa muerte no llegó y, al<br />

final, los cincuenta hombres espantosos comprendieron que su víctima era incapaz de<br />

andar, por lo que la cogieron y la llevaron a cuestas el resto del viaje.<br />

A última hora de la tarde, Jane vio las decadentes murallas de una imponente ciudad<br />

que se alzaba frente a ellos, pero estaba tan enferma y se sentía tan débil que no<br />

despertó en ella la más leve sombra de interés. No ignoraba que, la llevasen a donde la<br />

llevaran, su destino no podía tener más que un fin, cautiva de aquellos feroces<br />

semihombres.<br />

Pasaron por último a través de dos gigantescas murallas y llegaron al interior de la<br />

ruinosa ciudad. La condujeron a un pabellón medio derruido, donde la rodearon<br />

centenares de criaturas como las que la habían llevado allí. Pero entre aquella multitud<br />

había mujeres, cuyo aspecto era menos horrible. Al<br />

verlas, la muchacha alentó un conato de esperanza susceptible de mitigar su martirio.<br />

Pero duró poco, porque las féminas no le brindaron la menor simpatía, aunque, por otra<br />

parte, tampoco se metieron con ella.<br />

Tras inspeccionarla a entera satisfacción de los individuos de aquel edificio, la<br />

trasladaron a una oscura cámara de los sótanos, donde la dejaron tirada en el suelo, con<br />

un cuenco de metal lleno de agua y otro con comida.<br />

Durante una semana, Jane sólo vio a las mujeres encargadas de llevarle alimento y<br />

agua. Poco a poco fue recuperando las energías... pronto se encontraría en condiciones<br />

para constituir un sacrificio digno del Dios Flamígero. Era una suerte que la muchacha<br />

ignorase el destino que le aguardaba.<br />

Cuando Tarzán de los Monos se retiraba lentamente a través de la jungla, tras arrojar<br />

certeramente aquel venablo que salvó a Clayton y a Jane Porter de morir destrozados<br />

por las fauces de Numa, el dolor que ocasiona una herida que se reabre de pronto<br />

inundaba su mente y su espíritu.<br />

Se alegraba de haber detenido su brazo a tiempo de evitar la consumación de aquel<br />

acto homicida que su demencial arrebato de celos rabiosos le impulsaba irracionalmente<br />

a cometer. Sólo una fracción de segundo se había interpuesto entre Clayton y la muerte<br />

a manos del hombre-mono. En el breve instante transcurrido desde que reconoció a la<br />

joven y a su acompañante y la relajación de los tensos músculos que sostenían la flecha<br />

envenenada con la punta dirigida al corazón del inglés, Tarzán se había visto<br />

desequilibrado, dominado por los bárbaros impulsos de la salvaje vida de la fiera.<br />

Había visto a la mujer que anhelaba -su mujer, su compañera, su pareja- en brazos de<br />

otro. De acuerdo con el inflexible código de la jungla que le había guiado en su<br />

existencia anterior, no podía reaccionar más que de una sola manera, era el único<br />

camino. Pero una décima de segundo antes de que fuese demasiado tarde, sentimientos<br />

más humanos, inherentes a su innata caballerosidad, se elevaron por encima de la<br />

llameante hoguera de su pasión y le salvaron. Dio gracias a Dios mil veces porque tales<br />

sentimientos hubiesen triunfado antes de que sus dedos soltasen la pulimentada flecha.<br />

Cuando pensó en volver con los waziris, la idea le resultó repelente. No deseaba<br />

volver a ver a ningún ser humano. Al menos, viviría solo, vagando por la selva, durante

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