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Para eludir en lo posible los accesos delirantes que la fiebre provocaba en el ruso, Jane<br />
Porter había bajado del refugio y se encontraba al pie del árbol... ya que no se atrevía a<br />
aventurarse fuera de la zona. Sentada allí, junto a la tosca escala que Clayton construyó<br />
para ella, contemplaba el mar, con la siempre<br />
viva esperanza de avistar algún buque que pudiera ir a rescatarlos.<br />
Daba la espalda a la jungla, por lo que no se percató de que alguien apartaba las<br />
hierbas y que en el hueco aparecía el rostro de un salvaje. Unos ojillos diminutos, muy<br />
juntos, inyectados en sangre la observaron atentamente; de vez en cuando, se desviaban<br />
para explorar la playa, en busca de señales que indicasen la presencia de otras personas.<br />
Apareció otra cabeza, a la que siguió otra, y otra más... El enfermo del refugio empezó<br />
a delirar otra vez y las cabezas desaparecieron tan silenciosa y bruscamente como<br />
habían surgido. No tardaron en asomarse de nuevo, en vista de que la muchacha no daba<br />
muestras de alterarse lo más mínimo a causa de los continuos gemidos del hombre que<br />
estaba en el refugio del árbol.<br />
Una tras otra, las grotescas figuras emergieron de la jungla y fueron acercándose<br />
sigilosamente a la confiada mujer. El tenue rumor del roce de unas hierbas atrajo la<br />
atención de Jane. Volvió la cabeza y el espectáculo con que se enfrentaron sus ojos la<br />
hizo incorporarse, vacilante, al tiempo que exhalaba un chillido aterrado. Se<br />
precipitaron en bloque sobre ella. Una de aquellas espantosas criaturas la levantó en<br />
peso con sus largos brazos de gorila y se dirigió con ella al interior de la selva. Una<br />
sucia zarpa cubrió la boca de Jane para sofocar sus gritos. Sumado a la semana de<br />
tortura que ya había sufrido, aquel sobresalto fue más de lo que la joven pudo resistir.<br />
Sus nervios destrozados cedieron y perdió el conocimiento.<br />
Cuando recuperó el sentido se encontró en la espesura de la selva virgen. Era de<br />
noche. Ardía<br />
una gigantesca hoguera en el pequeño claro donde yacía. En torno a la muchacha<br />
cincuenta espantosos individuos permanecían sentados en cuclillas. Tanto la cabeza<br />
como el rostro estaban cubiertos por enmarañadas e hirsutas matas de pelo. Sus largos<br />
brazos descansaban sobre las rodillas de sus cortas y estevadas piernas. Masticaban,<br />
rumiaban más bien, como animales, algo de aspecto desagradable. Sobre la lumbre, en<br />
el borde de la fogata, hervía el contenido de un caldero del que, de vez en cuando, uno u<br />
otro de aquellos seres sacaba un pedazo de carne pinchado en el extremo de un palo de<br />
punta afilada.<br />
Cuando se dieron cuenta de que su prisionera había vuelto en sí, la sucia mano del<br />
comensal que estaba más cerca de ella le arrojó un trozo de aquel repugnante estofado.<br />
La carne rodó junto a la muchacha, pero Jane se limitó a cerrar los ojos mientras la<br />
náusea ascendía desde el fondo de su estómago.<br />
Viajaron muchos días a través de la tupida vegetación de la jungla. A Jane Porter,<br />
exhausta y con los pies hinchados y doloridos, la obligaban a avanzar, medio a rastras,<br />
medio a empujones, a lo largo de las tediosas, largas y abrasadoras jornadas. Alguna<br />
que otra vez, cuando tropezaba y caía, el repelente individuo que estaba más a mano la<br />
abofeteaba o la hacía levantarse a puntapiés. Mucho antes de que alcanzasen el final de<br />
aquella horrible marcha, Jane había prescindido de sus zapatos, a los que ya les faltaba<br />
la suela cuando los tiró. Sus prendas de vestir habían quedado reducidas a andrajosos<br />
harapos y, entre los lamentables jirones de la tela, la en otro tiempo blanca y tersa piel<br />
aparecía ahora ensangrentada y cubierta de arañazos producidos por los miles de<br />
implacables espinos y zarzas a través de las que la arrastraban.<br />
Los últimos dos días de aquel viaje infernal se hallaba en estado tal de agotamiento<br />
que por muchas patadas que le propinasen y por muchos insultos que le dirigieran, le<br />
resultaba de todo punto imposible incorporarse sobre los sufridos y sanguinolentos pies.