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-¿Habéis visto pasar por el bosque a cincuenta hombres de aspecto espantoso<br />
procedentes de los riscos, muchachos? -preguntó Tarzán.<br />
-Sí, Waziri -respondió Busuli-. Pasaron junto a nosotros ayer, cuando estábamos a<br />
punto de dar media vuelta e ir a buscarte. No saben andar por el bosque. Oímos el ruido<br />
que armaban cuando estaban a más de kilómetro y medio, y como teníamos otro asunto<br />
entre manos, nos escondimos en la arboleda y los dejamos pasar. Andaban deprisa,<br />
moviendo sus cortas piernas de un modo ridículo; a veces, se ponían a marchar a cuatro<br />
patas, como Bolgani, el gorila. Verdaderamente, eran espantosos, Waziri.<br />
Después de que Tarzán les refiriese sus aventuras y les hablara del metal amarillo que<br />
había descubierto, ninguno de ellos puso la menor pega cuando les esbozó el plan que<br />
había trazado para volver a la ciudad durante la noche y llevarse de allí cuanto pudieran<br />
de aquel fabuloso tesoro. Así fue como, al caer la oscuridad de la noche sobre el yermo<br />
valle de Opar, cincuenta guerreros de ébano marcharon a paso ligero por el reseco y<br />
polvoriento suelo hacia el gigantesco peñón que se alzaba imponente sobre la ciudad.<br />
Si dificil había parecido la tarea de descender por la cara del peñasco, Tarzán no tardó<br />
en comprender que sería imposible conseguir que los cincuenta guerreros alcanzasen la<br />
cima. Por último, la operación se cumplió merced a los hercúleos esfuerzos del hombremono.<br />
Se ataron unos a otros diez venablos, por los extremos, y con el primero de<br />
aquella cadena ligado a la cintura, Tarzán consiguió escalar el risco.<br />
Una vez en la cima, utilizó la cadena de venablos para ir izando uno por uno a los<br />
cincuenta guerreros. Cuando toda la partida se encontró segura en la cumbre del peñón,<br />
Tarzán los condujo de inmediato a la cámara del tesoro, donde a cada uno se le asig<br />
naron dos lingotes, lo que representaba una carga de aproximadamente treinta y cinco<br />
kilos.<br />
A medianoche, la patrulla en pleno se encontraba de nuevo al pie del risco, pero con<br />
aquel pesado cargamento a cuestas no llegaron a la cumbre de los peñascos hasta poco<br />
antes del mediodía. Desde allí, el regreso a su territorio fue lento, dado que aquellos<br />
orgullosos guerreros no estaban acostumbrados a las obligaciones de los porteadores.<br />
Pero cumplieron su tarea de transporte sin quejarse y treinta días después llegaban a su<br />
territorio.<br />
En la frontera, en vez de continuar hacia el nordeste, donde se encontraba su aldea,<br />
Tarzán los condujo en dirección oeste, hasta que en la mañana de la jornada<br />
trigesimotercera, levantaron el campamento y el hombre mono ordenó a los waziris que<br />
dejasen el oro donde lo habían apilado la noche anterior y regresaran a su poblado.<br />
-¿Y tú, Waziri? -le preguntaron.<br />
-Me quedaré aquí unos días, muchachos -respondió-. Ahora, volved en seguida junto a<br />
vuestras esposas e hijos.<br />
Cuando se hubieron marchado, Tarzán cogió dos lingotes, saltó a la enramada de un<br />
árbol y, desplazándose por encima de la impenetrable masa de vegetación enmarañada<br />
al nivel del suelo, recorrió velozuiente unos doscientos metros para emerger<br />
súbitamente en un claro circular a cuyo alrededor se erguían los gigantes del bosque<br />
selvático como vigilantes guardianes. En el centro de aquel anfiteatro natural había un<br />
pequeño montículo de tierra endurecida y achatada superficie.<br />
Tarzán había estado centenares de veces en aquel retiro aislado, a cuyo alrededor las<br />
zarzas, los arbustos espinosos, los matorrales y las enredaderas for-<br />
maban una barrera tan densa que no podían romper ni siquiera Sheeta, el leopardo,<br />
con sus felinos movimientos sinuosos, ni Tantor, con su enorme fuerza de gigante. Era<br />
un obstáculo que protegía la cámara de consejo de los grandes monos, impidiendo el<br />
paso a todos los habitantes de la jungla, salvo los inofensivos.