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Después, La salió, cerró la puerta tras de sí y volvió a echar la llave. Tarzán se quedó en un lugar tan negro como el Erebo. Ni siquiera sus adiestrados ojos podían atravesar aquellas opacas tinieblas. Avanzó cautelosamente, con los brazos extendidos al frente, hasta que su mano tocó una pared. Luego, poco a poco, muy despacio, recorrió las cuatro paredes de la cámara. Aparentemente medía algo menos de dos metros cuadrados. El suelo era de cemento, las paredes de mampostería indicaban el sistema de construcción apreciable en la superficie, sobre el nivel del terreno. Pequeños bloques de granito de diversos tamaños, hábilmente encajados unos con otros, sin argamasa, constituían los cimientos del antiguo templo. Durante la primera vuelta de tanteo por las paredes, Tarzán creyó detectar un fenómeno que resultaba extraño en una estancia carente de ventanas y con una sola puerta. Dio otra vuelta cuidadosamente. ¡No, no se había equivocado! Hizo una pausa en el muro del fondo respecto a la puerta. Permaneció unos instantes completamente inmóvil, luego se desplazó lateralmente unos palmos. Volvió de nuevo, para deslizarse otros treinta o cuarenta centímetros por el lado opuesto. Efectuó de nuevo el circuito completo de la habitación, palpando cuidadosamente la pared palmo a palmo. Se detuvo finalmente, otra vez, en la sección particular que había despertado su atención. En aquel punto determinado se filtraba a través de los intersticios de mampostería una fina corriente de aire fresco... Nada más que en aquel punto. Tarzán probó varios bloques de granito de los que formaban el muro hasta que, por último, obtuvo la recompensa de comprobar que uno salía de su sitio sin grandes dificultades. Tendría unos veinticinco centímetros de anchura, con una superficie de ocho por quince centímetros, de cara a la habitación. El hombre-mono retiró una tras otra varias piezas similares. Al parecer, el muro estaba levantado totalmente a base de aquellas losas prácticamente perfectas. En un momento había retirado una docena y entonces introdujo la mano por el hueco para tantear la siguiente capa de mampostería. Con gran sorpresa por su parte, se encontró con que al final del brazo extendido, su mano no tropezó más que con el vacío. En cuestión de minutos hubo abierto en la pared hueco suficiente para permitir el paso de su cuerpo. Por delante creyó percibir una débil claridad... en el fondo, apenas una leve disminución de la impenetrabilidad de aquella negrura. Con las debidas precauciones, Tarzán avanzó a gatas hasta aproximadamente a cuatro metros y medio, más o menos la anchura de los cimientos de aquellos muros, donde notó que el suelo se interrumpía súbitamente, para transformarse en un descenso poco menos que vertical. Tanteó estirando el brazo todo lo que pudo, pero no consiguió llegar al fondo de aquel abismo tenebroso que se abría ante él. Ni siquiera cuando se colgó del borde y bajó el cuerpo en toda su estatura. Se le ocurrió alzar la mirada y entonces vio en lo alto, a través de una abertura redonda, la mancha circular y estrellada del cielo. Al ir tanteando la pared de aquel pozo hacia arriba, el hombre mono descubrió que, a medida que ascendía, la pared circular se iba cerrando paulatinamente para converger en el centro. Lo que excluía toda posibilidad de escapatoria en esa dirección. Mientras especulaba acerca de la naturaleza y utilidad de aquel extraño paso y su conclusión, la luna se situó encima de la abertura superior y dejó caer un raudal de suave y plateada claridad al interior de aquel lugar sombrío. Tarzán comprendió entonces instantáneamente la naturaleza del pozo, porque distinguió abajo, a bastante

profundidad, el cabrilleo del agua. Se encontraba en un antiguo pozo artesiano... ¿pero qué finalidad tenía aquella conexión entre el pozo y la mazmorra en la que él había estado escondido? Cuando la luna se situó de lleno encima de la boca del pozo, su claridad inundó el interior totalmente y Tarzán divisó otra abertura en la pared opuesta. Se preguntó si no se trataría de la boca de un pasaje que condujese a alguna posible vía de escape. Al menos, merecía la pena investigarlo, de modo que determinó hacerlo así. Volvió rápidamente a la pared que había desmontado para explorar lo que había detrás. Trasladó las piedras al lado en que se encontraba y volvió a colocarlas desde aquella parte. Las gruesas capas de polvo, que había notado se acumulaban en los bloques que retiró de la pared, le convencieron de que, aunque los actuales ocupantes de la antigua mole conocieran la existencia de aquel pasadizo, lo cierto era que hacía varias generaciones que no se utilizaba. Vuelta la pared a su estado anterior, Tarzán regresó al pozo, que en aquel punto tenía unos cuatro metros y medio de anchura. Cruzar de un salto el espacio que le separaba de la otra boca fue cuestión de escaso fuste para el hombre mono y un momento después avanzaba por un túnel angosto, con toda la cautela del mundo, no fuera caso de que se interpusiese en su camino otro pozo como el que acababa de dejar a su espalda. Habría recorrido unos treinta metros cuando llegó a un tramo de escalera que descendía hacia una negrura estigia. Cosa de veinte peldaños más abajo, comenzaba de nuevo el piso nivelado del túnel y, poco después, su avance se vio interrumpido por una pesada puerta de madera con gruesos barrotes, también de madera, que la trababan en la parte por la que Tarzán se dirigía a ella. Lo cual sugirió al hombremono que seguramente se trataba de un pasaje que conducía al mundo exterior. Los cerrojos, que impedían el paso desde el otro lado, sustentaban esa hipótesis, a no ser que aquélla diera paso a otra cárcel. Por la parte superior, la superficie de los barrotes tenía densas capas de polvo: una indicación adicional de que el pasadizo en cuestión llevaba largo tiempo sin utilizarse. Al abrir aquel macizo obstáculo, chirriaron los enormes goznes, como una especie de extraña protesta por aquel incordio desacostumbrado. Tarzán permaneció un momento a la escucha por si tal ruido insólito en la noche hubiese provocado la alarma entre los ocupantes del templo. Al no oír nada, franqueó el umbral y siguió adelante. Tanteando cuidadosamente comprobó que se hallaba en una cámara de grandes proporciones, en cuyo suelo y paredes se amontonaban numerosas pilas de lingotes metálicos de configuración extraña, aunque uniforme. Al tacto de su mano, cuando los palpó, comprobó que su forma era análoga a la de unos posibles descalzadores de botas con doble cabeza. Los lingotes eran muy pesados y, a no ser por la inmensa cantidad existente allí, hubiese tenido la certeza de que eran de oro. Pero la idea de la fabulosa riqueza que representarían tantos miles de kilos de metal si realmente fuesen de oro, casi le convenció de que debía de ser algún metal menos valioso. En el fondo de la cámara descubrió otra puerta atrancada y de nuevo, al observar que las barras estaban por dentro, alentó la esperanza de estar recorriendo un pasadizo que llevaba a la libertad. Al otro lado de la puerta, el pasaje se extendía recto como un venablo de guerra, y el hombre-mono pronto tuvo la convicción de que le conducía hacia el otro lado de los muros del templo. ¡Si conociese la dirección en que iba! Si era hacia el oeste, entonces debería encontrarse ya más allá de las murallas exteriores de la ciudad. Con ilusionada y creciente esperanza avanzó todo lo deprisa que se atrevía, hasta que al cabo de media hora llegó a otro tramo de escalera que llevaba hacia arriba. El piso de

Después, La salió, cerró la puerta tras de sí y volvió a echar la llave.<br />

Tarzán se quedó en un lugar tan negro como el Erebo. Ni siquiera sus adiestrados ojos<br />

podían atravesar aquellas opacas tinieblas. Avanzó cautelosamente, con los brazos<br />

extendidos al frente, hasta que su mano tocó una pared. Luego, poco a poco, muy<br />

despacio, recorrió las cuatro paredes de la cámara.<br />

Aparentemente medía algo menos de dos metros cuadrados. El suelo era de cemento,<br />

las paredes de mampostería indicaban el sistema de construcción apreciable en la<br />

superficie, sobre el nivel del terreno. Pequeños bloques de granito de diversos tamaños,<br />

hábilmente encajados unos con otros, sin argamasa, constituían los cimientos del<br />

antiguo templo.<br />

Durante la primera vuelta de tanteo por las paredes, Tarzán creyó detectar un<br />

fenómeno que resultaba extraño en una estancia carente de ventanas y con una sola<br />

puerta. Dio otra vuelta cuidadosamente. ¡No, no se había equivocado! Hizo una pausa<br />

en el muro del fondo respecto a la puerta. Permaneció unos instantes completamente<br />

inmóvil, luego se desplazó lateralmente unos palmos. Volvió de nuevo, para deslizarse<br />

otros treinta o cuarenta<br />

centímetros por el lado opuesto.<br />

Efectuó de nuevo el circuito completo de la habitación, palpando cuidadosamente la<br />

pared palmo a palmo. Se detuvo finalmente, otra vez, en la sección<br />

particular que había despertado su atención. En aquel punto determinado se filtraba a<br />

través de los intersticios de mampostería una fina corriente de aire fresco... Nada más<br />

que en aquel punto.<br />

Tarzán probó varios bloques de granito de los que formaban el muro hasta que, por<br />

último, obtuvo la recompensa de comprobar que uno salía de su sitio sin grandes<br />

dificultades. Tendría unos veinticinco centímetros de anchura, con una superficie de<br />

ocho por quince centímetros, de cara a la habitación. El hombre-mono retiró una tras<br />

otra varias piezas similares. Al parecer, el muro estaba levantado totalmente a base de<br />

aquellas losas prácticamente perfectas. En un momento había retirado una docena y<br />

entonces introdujo la mano por el hueco para tantear la siguiente capa de mampostería.<br />

Con gran sorpresa por su parte, se encontró con que al final del brazo extendido, su<br />

mano no tropezó más que con el vacío.<br />

En cuestión de minutos hubo abierto en la pared hueco suficiente para permitir el paso<br />

de su cuerpo. Por delante creyó percibir una débil claridad... en el fondo, apenas una<br />

leve disminución de la impenetrabilidad de aquella negrura. Con las debidas<br />

precauciones, Tarzán avanzó a gatas hasta aproximadamente a cuatro metros y medio,<br />

más o menos la anchura de los cimientos de aquellos muros, donde notó que el suelo se<br />

interrumpía súbitamente, para transformarse en un descenso poco menos que vertical.<br />

Tanteó estirando el brazo todo lo que pudo, pero no consiguió llegar al fondo de aquel<br />

abismo tenebroso que se abría ante él. Ni siquiera cuando se colgó del borde y bajó el<br />

cuerpo en toda su estatura.<br />

Se le ocurrió alzar la mirada y entonces vio en lo alto, a través de una abertura<br />

redonda, la mancha<br />

circular y estrellada del cielo. Al ir tanteando la pared de aquel pozo hacia arriba, el<br />

hombre mono descubrió que, a medida que ascendía, la pared circular se iba cerrando<br />

paulatinamente para converger en el centro. Lo que excluía toda posibilidad de<br />

escapatoria en esa dirección.<br />

Mientras especulaba acerca de la naturaleza y utilidad de aquel extraño paso y su<br />

conclusión, la luna se situó encima de la abertura superior y dejó caer un raudal de<br />

suave y plateada claridad al interior de aquel lugar sombrío. Tarzán comprendió<br />

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