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Luego se vino abajo y estalló en lágrimas.<br />
Durante unos segundos, aquella voz nueva distrajo al león, que hizo un alto para<br />
lanzar una inquisitiva mirada en dirección al árbol. Clayton no pudo seguir soportando<br />
la tensión. De espaldas al león, hundió la cabeza entre los brazos y esperó.<br />
Jane se le quedó mirando horrorizada. ¿Por qué no intentaba algo? Si debía morir,<br />
¿por qué no moría como un hombre... valientemente, golpeando la cara de aquella fiera<br />
con la estaca, por inútiles que esos golpes pudieran ser? No habría actuado así Tarzán de<br />
los Monos. ¿Tarzán de los Monos no le habría plantado cara a la muerte, luchando con<br />
heroísmo hasta el final?<br />
El león se agazaba ya para impulsarse y dar el salto que acabaría con sus jóvenes<br />
vidas bajo los desgarradores y crueles colmillos amarillentos. Jane Porter se arrodilló y<br />
rezó, cerrados los párpados para no contemplar aquel último y aterrador momento.<br />
Debilitado por la fiebre, Thuran se desvaneció.<br />
Los segundos se convirtieron en minutos, los minutos se alargaron hasta hacerse<br />
eternos... y el león no saltaba. La prolongada angustia del terror casi hizo perder el<br />
sentido a Clayton, las rodillas empezaron a temblarle... Unos segundos más y se<br />
desplomaría.<br />
Jane Porter tampoco pudo soportar aquello por más tiempo. Abrió los ojos. ¿Estaría<br />
soñando?<br />
-¡William! -musitó-. ¡Mira!<br />
Clayton recuperó lo suficiente el dominio de sí como para levantar la cabeza, volverse<br />
y mirar al león. Una exclamación de sorpresa brotó de sus labios. La fiera yacía<br />
encogida a sus pies. De su piel leonada sobresalía un grueso venablo de guerra. Le había<br />
entrado por el costado, a la altura de la paletilla derecha para hundírsele en el cuerpo y<br />
atravesarle el salvaje corazón.<br />
Jane Porter se puso en pie; Clayton se acercó a la muchacha al ver que la debilidad la<br />
hacía tambalearse. La rodeó con el brazo para evitar que cayese, la acercó a sí...<br />
Oprimió la cabeza de la muchacha contra su hombro y se inclinó para besarla en acción<br />
de gracias.<br />
Jane lo apartó suavemente.<br />
-No lo hagas, William, por favor -lijo-. En el curso de estos últimos minutos he vivido<br />
mil años. Frente a la muerte, he aprendido cómo debo vivir. No deseo lastimarte más de<br />
lo imprescindible, pero no puedo continuar viviendo en esta situación. Un falso sentido<br />
de la lealtad me indujo a intentarlo, a causa de la impulsiva promesa que te hice, pero no<br />
puedo seguir.<br />
»Los últimos segundos que he vivido me han hecho comprender que sería espantoso<br />
continuar engañándome y engañándote, o considerar, aunque sólo fuera un instante más,<br />
que sea posible convertirme en tu esposa cuando volvamos a la civilización.<br />
-Pero, Jane -exclamó él-. ¿Qué pretendes decir? ¿Qué tiene que ver nuestra<br />
providencial salvación con el cambio que dices han experimentado tus sentimientos<br />
hacia mí? Estás un poco trastornada... Mañana volverás a ser tú misma otra vez.<br />
-En este momento soy yo misma más de lo que lo he sido en todo el último año -<br />
replicó Jane-. Lo que acaba de ocurrir ha obligado a mi memoria a recordar el hecho de<br />
que el hombre más valiente que haya existido en este mundo me honró con su amor. No<br />
me di cuenta de que le correspondía hasta que fue demasiado tarde, cuando ya lo había<br />
despedido. Ahora está muerto y jamás me casaré con nadie. Y, desde luego, no podría<br />
unirme en matrimonio a otro menos valiente que él sin alimentar un constante<br />
sentimiento de desprecio hacia mi esposo, por su relativa cobardía respecto al otro.<br />
¿Comprendes lo que quiero decir?