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oedores cosidas unas a otras, su aspecto no podía ser más insólito. Unido al<br />
desagradable olor que despedía, aquella prenda no era precisamente un modelo que<br />
cualquiera anhelase añadir a su guardarropa. Pero había sonado la hora de sacrificarse<br />
en pro de la decencia y ponerse aquello, de modo que, a pesar de la apurada situación en<br />
que se veían, Jane Porter no pudo por menos de soltar una divertida carcajada al<br />
contemplar semejante vestidura.<br />
Posteriormente, Thuran también consideró necesario confeccionarse un sayo similar,<br />
de forma que, descalzos y con una poblada barba cubriéndoles el<br />
rostro, parecían la reencarnación de dos prehistóricos progenitores del género<br />
humano. Thuran se comportaba como tal.<br />
Llevaban cerca de dos meses sumidos en esa existencia cuando el primer gran desastre<br />
se abatió sobre ellos. Lo precedió una aventura que a punto estuvo de acabar<br />
bruscamente y para siempre con los sufrimientos de dos de ellos, de la forma más<br />
terrible y despiadada de la jungla.<br />
Afectado por un ataque de fiebre tropical, Thuran yacía en el refugio construido entre<br />
las ramas del árbol. Clayton se había adentrado en la selva cosa de cien metros, a la<br />
búsqueda de alimentos. Cuando volvía, Jane echó a andar para acudir a su encuentro. A<br />
espaldas del inglés, astuto y hábil, se deslizaba un viejo y sarnoso león. El felino llevaba<br />
tres días sin que sus caducos músculos y nervios fueran capaces de cumplir la tarea de<br />
procurar el más ínfimo bocado de carne al vacío estómago. En los últimos meses cada<br />
vez comía con menos frecuencia y el hambre le obligaba a alejarse más y más de su<br />
territorio acostumbrado, a la caza de presas más fáciles. Había encontrado por fin a la<br />
criatura más débil e indefensa de la naturaleza: unos momentos más y Numa llenaría el<br />
estómago.<br />
Ignorante de la muerte que estaba al acecho tras él, Clayton salió al claro y avanzó<br />
hacia Jane. Había llegado ante la muchacha, treinta metros más allá del enmarañado<br />
borde de la jungla cuando, por encima de su hombro, la joven vio la leonada cabeza y<br />
los ojos perversos que aparecieron al separarse las hier<br />
bas. La enorme bestia, con el hocico pegado al suelo, salió silenciosamente a<br />
descubierto.<br />
Tan paralizada por el terror se quedó Jane que no pudo emitir ningún sonido, pero la<br />
empavorecida y fija<br />
mirada de sus ojos desorbitados resultaron de lo más explícito para Clayton. Un<br />
rápido vistazo a su espalda le reveló lo desesperado de la situación. El león se hallaba a<br />
menos de treinta pasos de ellos y aproximadamente a la misma distancia se encontraban<br />
ellos de su refugio. El hombre iba armado con una gruesa estaca, tan eficaz frente a un<br />
león, pensó, como una escopeta infantil de juguete, de las que disparan un corcho.<br />
Desesperado de hambre, Numa sabía desde bastante tiempo atrás que era inútil rugir o<br />
bramar cuando se trataba de hacerse con una presa, pero ahora que la daba por tan<br />
segura como si sus aún poderosas garras se hubiesen clavado en la blanda carne de la<br />
pieza, abrió su enorme bocaza y lanzó a los cuatro vientos su rabia largo tiempo<br />
contenida en una serie de rugidos ensordecedores que hicieron vibrar el aire.<br />
-¡Corre, Jane! -gritó Clayton-. ¡Rápido, sube al refugio!<br />
Pero los paralizados músculos de la muchacha se negaron a responder y permaneció allí,<br />
muda y rígida, mirando con fantasmal semblante la muerte viva que se deslizaba hacia<br />
ellos.<br />
Al oír aquel espantoso rugido, Thuran se llegó a la abertura del refugio y, al ver la<br />
escena que se desarrollaba a sus pies, empezó a saltar de un lado para otro, al tiempo<br />
que gritaba, en ruso:<br />
-¡Corra, corran! Corran o me quedaré solo en este terrible lugar.