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09.05.2013 Views

desagradable sorpresa de que había desaparecido. Y, bendito sea Dios, señor, ¿a que no sabe dónde lo encontré? A media milla mar adentro, señor, en uno de esos botes salvavidas. Se alejaba remando como si le fuese la vida en ello. No sé cómo pudo llegar tan lejos desde la orilla, porque sólo contaba con un remo y, consecuentemente, bogaba en círculo. »Cuando uno de los marineros me llevó hasta él en otra barca, el profesor acogió indignadísimo mi sugerencia de que regresáramos a tierra en seguida. Me dijo: "Pero, señor Philander, no sabe cuánto me sorprende que usted, culto hombre de letras, tenga la temeridad de interrumpir el progreso de la ciencia. Casi tenía totalmente configurada, a través de ciertos fenómenos astronómicos que estuve observando durante las pasadas noches tropicales, una nueva hipótesis nebular destinada a revolucionar incuestionablemente el mundo científico. Deseo consultar una monografía excelente sobre la teoría de Laplace que, según tengo entendido, existe en cierta colección particular de la ciudad de Nueva York. Su interferencia, señor Philander, representará un retraso de irreparables consecuencias, porque precisamente ahora remaba con ánimo de consultar ese folleto cuanto antes". No sabe usted el trabajo que me costó convencerle para que regresara a tierra, sin tener que recurrir a la fuerza. La señorita Strong y su madre se manifestaban animosamente serenas ante el casi constante temor de los ataques de las fieras. Y no estaban tan predispuestas a aceptar, con el optimismo de que hacían gala los demás, el supuesto de que un buque hubiese recogido sanos y salvos a Jane, Clayton y monsieur Thuran. La doncella de Jane Porter, Esmeralda, no paraba de llorar, inconsolable, a causa del destino cruel que la había separado de su «pobrecilla y dulce nena». A lord Tennington no le abandonó ni por un segundo su generoso espíritu magnánimo. Seguía siendo el jovial anfitrión, pendiente siempre de que sus invitados se sintieran cómodos y a gusto. Con la tripulación de su yate siempre fue el jefe justo pero firme: en la selva no se suscitaron más problemas ni conflictos que a bordo del Lady Alice respecto a la autoridad máxima encargada de dilucidar las cuestiones importantes y cuantas circunstancias requerían un mando frío, flemático e inteligente. Si aquella partida de náufragos bien organizada y relativamente a salvo hubiese visto al harapiento trío acosado por el miedo que se encontraba a unos cuantos kilómetros al sur, a duras penas habría reconocido en ellos a los, pocas semanas atrás, elegantes miembros del grupo que jugaba y se divertía riendo alegremente a bordo del Lady Alice. Clayton y monsieur Thuran iban casi desnudos, destrozadas sus ropas por los arbustos y matorrales espinosos y la enmarañada vegetación de la jungla, a tra- vés de la cual tenían que abrirse camino en busca de unos alimentos que cada vez era más dificil encontrar. Naturalmente, Jane Porter estaba exenta de tan agotadoras expediciones, lo que no impedía que su vestido se encontrara también en un lamentable estado de deterioro. A falta de ocupación más provechosa, Clayton se había entretenido en desollar a todos los animales que cazaban y conservar cuidadosamente sus pieles. Las extendía sobre los troncos de los árboles, las depilaba rascándolas diligentemente y así se las arregló para mantenerlas en condiciones suficientemente buenas como para hacerse con ellas unas prendas con las que cubrir sus desnudeces, ahora que tenían ya la ropa completamente destrozada. Para tal confección utilizó por aguja una espina fuerte y afilada; a guisa de hilo, fibras de hierba y tendones de animales. El resultado de su labor de costura fue una especie de sayo sin mangas que llegaba casi a las rodillas. Como estaba fabricado a base de pieles de diferentes especies de

oedores cosidas unas a otras, su aspecto no podía ser más insólito. Unido al desagradable olor que despedía, aquella prenda no era precisamente un modelo que cualquiera anhelase añadir a su guardarropa. Pero había sonado la hora de sacrificarse en pro de la decencia y ponerse aquello, de modo que, a pesar de la apurada situación en que se veían, Jane Porter no pudo por menos de soltar una divertida carcajada al contemplar semejante vestidura. Posteriormente, Thuran también consideró necesario confeccionarse un sayo similar, de forma que, descalzos y con una poblada barba cubriéndoles el rostro, parecían la reencarnación de dos prehistóricos progenitores del género humano. Thuran se comportaba como tal. Llevaban cerca de dos meses sumidos en esa existencia cuando el primer gran desastre se abatió sobre ellos. Lo precedió una aventura que a punto estuvo de acabar bruscamente y para siempre con los sufrimientos de dos de ellos, de la forma más terrible y despiadada de la jungla. Afectado por un ataque de fiebre tropical, Thuran yacía en el refugio construido entre las ramas del árbol. Clayton se había adentrado en la selva cosa de cien metros, a la búsqueda de alimentos. Cuando volvía, Jane echó a andar para acudir a su encuentro. A espaldas del inglés, astuto y hábil, se deslizaba un viejo y sarnoso león. El felino llevaba tres días sin que sus caducos músculos y nervios fueran capaces de cumplir la tarea de procurar el más ínfimo bocado de carne al vacío estómago. En los últimos meses cada vez comía con menos frecuencia y el hambre le obligaba a alejarse más y más de su territorio acostumbrado, a la caza de presas más fáciles. Había encontrado por fin a la criatura más débil e indefensa de la naturaleza: unos momentos más y Numa llenaría el estómago. Ignorante de la muerte que estaba al acecho tras él, Clayton salió al claro y avanzó hacia Jane. Había llegado ante la muchacha, treinta metros más allá del enmarañado borde de la jungla cuando, por encima de su hombro, la joven vio la leonada cabeza y los ojos perversos que aparecieron al separarse las hier bas. La enorme bestia, con el hocico pegado al suelo, salió silenciosamente a descubierto. Tan paralizada por el terror se quedó Jane que no pudo emitir ningún sonido, pero la empavorecida y fija mirada de sus ojos desorbitados resultaron de lo más explícito para Clayton. Un rápido vistazo a su espalda le reveló lo desesperado de la situación. El león se hallaba a menos de treinta pasos de ellos y aproximadamente a la misma distancia se encontraban ellos de su refugio. El hombre iba armado con una gruesa estaca, tan eficaz frente a un león, pensó, como una escopeta infantil de juguete, de las que disparan un corcho. Desesperado de hambre, Numa sabía desde bastante tiempo atrás que era inútil rugir o bramar cuando se trataba de hacerse con una presa, pero ahora que la daba por tan segura como si sus aún poderosas garras se hubiesen clavado en la blanda carne de la pieza, abrió su enorme bocaza y lanzó a los cuatro vientos su rabia largo tiempo contenida en una serie de rugidos ensordecedores que hicieron vibrar el aire. -¡Corre, Jane! -gritó Clayton-. ¡Rápido, sube al refugio! Pero los paralizados músculos de la muchacha se negaron a responder y permaneció allí, muda y rígida, mirando con fantasmal semblante la muerte viva que se deslizaba hacia ellos. Al oír aquel espantoso rugido, Thuran se llegó a la abertura del refugio y, al ver la escena que se desarrollaba a sus pies, empezó a saltar de un lado para otro, al tiempo que gritaba, en ruso: -¡Corra, corran! Corran o me quedaré solo en este terrible lugar.

desagradable sorpresa de que había desaparecido. Y, bendito sea Dios, señor, ¿a que no<br />

sabe dónde lo encontré? A media milla mar adentro, señor, en uno de esos botes<br />

salvavidas. Se alejaba remando como si le fuese la vida en ello. No sé cómo pudo llegar<br />

tan lejos desde la orilla, porque sólo contaba con un remo y, consecuentemente, bogaba<br />

en círculo.<br />

»Cuando uno de los marineros me llevó hasta él en otra barca, el profesor acogió<br />

indignadísimo mi sugerencia de que regresáramos a tierra en seguida. Me dijo: "Pero,<br />

señor Philander, no sabe cuánto me sorprende que usted, culto hombre de letras, tenga<br />

la temeridad de interrumpir el progreso de la ciencia. Casi tenía totalmente configurada,<br />

a través de ciertos fenómenos astronómicos que estuve observando durante las pasadas<br />

noches tropicales, una nueva hipótesis nebular destinada a revolucionar<br />

incuestionablemente el mundo científico. Deseo consultar una monografía excelente<br />

sobre la teoría de Laplace que, según tengo entendido, existe en cierta colección<br />

particular de la ciudad de Nueva York. Su interferencia, señor Philander, representará<br />

un retraso de irreparables consecuencias, porque precisamente<br />

ahora remaba con ánimo de consultar ese folleto cuanto antes". No sabe usted el<br />

trabajo que me costó convencerle para que regresara a tierra, sin tener que recurrir a la<br />

fuerza.<br />

La señorita Strong y su madre se manifestaban animosamente serenas ante el casi<br />

constante temor de los ataques de las fieras. Y no estaban tan predispuestas a aceptar,<br />

con el optimismo de que hacían gala los demás, el supuesto de que un buque hubiese<br />

recogido sanos y salvos a Jane, Clayton y monsieur Thuran.<br />

La doncella de Jane Porter, Esmeralda, no paraba de llorar, inconsolable, a causa del<br />

destino cruel que la había separado de su «pobrecilla y dulce nena».<br />

A lord Tennington no le abandonó ni por un segundo su generoso espíritu<br />

magnánimo. Seguía siendo el jovial anfitrión, pendiente siempre de que sus invitados se<br />

sintieran cómodos y a gusto. Con la tripulación de su yate siempre fue el jefe justo pero<br />

firme: en la selva no se suscitaron más problemas ni conflictos que a bordo del Lady<br />

Alice respecto a la autoridad máxima encargada de dilucidar las cuestiones importantes<br />

y cuantas circunstancias requerían un mando frío, flemático e inteligente.<br />

Si aquella partida de náufragos bien organizada y relativamente a salvo hubiese visto<br />

al harapiento trío acosado por el miedo que se encontraba a unos cuantos kilómetros al<br />

sur, a duras penas habría reconocido en ellos a los, pocas semanas atrás, elegantes<br />

miembros del grupo que jugaba y se divertía riendo alegremente a bordo del Lady<br />

Alice.<br />

Clayton y monsieur Thuran iban casi desnudos, destrozadas sus ropas por los arbustos<br />

y matorrales espinosos y la enmarañada vegetación de la jungla, a tra-<br />

vés de la cual tenían que abrirse camino en busca de unos alimentos que cada vez era<br />

más dificil encontrar.<br />

Naturalmente, Jane Porter estaba exenta de tan agotadoras expediciones, lo que no<br />

impedía que su vestido se encontrara también en un lamentable estado de deterioro.<br />

A falta de ocupación más provechosa, Clayton se había entretenido en desollar a todos<br />

los animales que cazaban y conservar cuidadosamente sus pieles. Las extendía sobre los<br />

troncos de los árboles, las depilaba rascándolas diligentemente y así se las arregló para<br />

mantenerlas en condiciones suficientemente buenas como para hacerse con ellas unas<br />

prendas con las que cubrir sus desnudeces, ahora que tenían ya la ropa completamente<br />

destrozada. Para tal confección utilizó por aguja una espina fuerte y afilada; a guisa de<br />

hilo, fibras de hierba y tendones de animales.<br />

El resultado de su labor de costura fue una especie de sayo sin mangas que llegaba<br />

casi a las rodillas. Como estaba fabricado a base de pieles de diferentes especies de

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