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Le desconcertaba considerablemente el que hubiese dos personas a bordo -la joven y<br />

el conde De Coude- que sufrieran villanías por parte del tal Rokoff y de su cómplice y<br />

que no se mostrasen dispuestas a permitir que se entregara a la justicia a los<br />

desalmados. Aquella noche, antes de retirarse a descansar, los pensamientos del<br />

hombre-mono volvieron a proyectarse muchas veces sobre la preciosa muchacha en<br />

cuya evidentemente enmarañada vida el destino le había hecho mezclarse de forma tan<br />

extraña. Se percató de que ni siquiera conocía el nombre de la joven. Que estaba casada<br />

daba cuenta el fino anillo de oro que lucía en el dedo anular de la mano izquierda. Se<br />

preguntó inconscientemente quién podría ser el afortunado.<br />

Tarzán no volvió a ver a ninguno de los personajes de aquel pequeño drama, del que<br />

en realidad sólo había vislumbrado unas escenas más bien insignificantes, hasta el<br />

atardecer del último día de viaje. Entonces se encontró de cara con la dama, cuando<br />

ambos se acercaban a sus respectivas tumbonas de cubierta, procedentes de dirección<br />

contraria. La muchacha le saludó con una agradable sonrisa y aludió acto seguido al<br />

incidente en el camarote de la joven, del que Tarzán fue testigo dos noches antes. Era<br />

como si a la mujer le hubiese estado preocupando el temor de que Tarzán pudiese<br />

considerar sus relaciones con individuos de la ralea de Rokoff y Paulvitch como algo<br />

que personalmente repercutía de forma negativa en ella.<br />

-Confío en que monsieur no me juzgue -aventuró la dama- por el desdichado suceso<br />

del martes por la noche. Lo he pasado muy mal por culpa de ello... Desde entonces, esta<br />

es la primera vez que me he aventurado a salir de mi camarote. -Concluyó<br />

sencillamente-. ¡Me he sentido tan avergonzada!<br />

-Uno no juzga a la gacela por los leones que la atacan -repuso Tarzán. Ya había visto<br />

anteriormente actuar a esos dos canallas... En el salón de fumadores, el día antes de que<br />

la agrediesen a usted, si la memoria no me falla. Y conocer sus métodos me permite<br />

tener el convencimiento de que su enemistad es suficiente garantía de la rectitud del ser<br />

sobre el que la vuelcan. Los tipos como ellos sólo se mantienen fieles a lo que es<br />

abyecto y odian siempre a lo más noble, a lo sublime.<br />

-Muy amable al expresarlo así -volvió a sonreír la muchacha-. Ya me enteré de esa<br />

cuestión de la partida de cartas. Mi esposo me refirió toda la historia. Se hizo lenguas<br />

especialmente de la bravura y fortaleza fisica de monsieur Tarzán, con el que ha<br />

adquirido una inmensa deuda de gratitud...<br />

-¿Su esposo? -articuló Tarzán en tono de interrogación.<br />

-Sí, soy la condesa De Coude.<br />

-Me considero suficientemente recompensado, madame, al saber que presté un<br />

servicio a la esposa del conde De Coude.<br />

-Ah, monsieur, mi deuda con usted es tan enorme que ni siquiera soy capaz de<br />

albergar la esperanza de poder pagarla algún día, por lo que le ruego que no añada más<br />

obligaciones...<br />

Le sonrió con tal dulzura que Tarzán pensó que, sólo por el placer de recibir la<br />

bendición de aquella sonrisa, un hombre podría intentar tareas y empresas infinitamente<br />

más importantes que las que había cumplido él.<br />

No volvió a verla en el transcurso de aquel día y, con el ajetreo y nerviosismo del<br />

desembarco, tampoco la vio durante la mañana siguiente, pero cuando se despidieron en<br />

cubierta, el día anterior, Tarzán observó algo en la expresión de los ojos de la mujer que<br />

le dejó impresionado, algo que le obsesionaba. En aquella expresión flotó la melancolía,<br />

mientras comentaban la rapidez con que se traba amistad a bordo de un buque que cruza<br />

el océano y la idéntica facilidad con que esa amistad se quiebra y se pierde para<br />

siempre.<br />

Tarzán se preguntaba si volvería a ver alguna vez a la condesa De Coude.

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