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Algo en el tono de voz de la muchacha hizo adivinar al ruso que la relación de su<br />
enemigo con aquella joven era algo más profundo que la simple amistad, y aprovechó la<br />
circunstancia para llevar más lejos su venganza sobre el hombre al que creía muerto,<br />
mancillando la memoria que de él tuviese la chica.<br />
-Era peor que un cerdo -se exaltó-. Un individuo ruin y cobarde. Para librarse de la<br />
justa ira del esposo de una mujer a la que había deshonrado, no tuvo inconveniente en<br />
faltar a sus promesas echándole a la dama la culpa de todo. Al no conseguirlo, tuvo que<br />
huir de Francia para no enfrentarse al marido en el campo del honor. Por eso iba a bordo<br />
del barco en el que viajábamos a Ciudad de El Cabo la señorita Strong y yo. Sé lo que<br />
me digo, porque la mujer agraviada era mi hermana. Y sé algo más, que no he dicho<br />
nunca a nadie: su valeroso monsieur Tarzán se arrojó al agua a causa del terror, del<br />
pánico que le asaltó cuando le dije que le había reconocido y que exigía de él una<br />
reparación, que tendría que brindarme a la mañana siguiente... Nos batiríamos a<br />
cuchillada limpia en mi camarote.<br />
Jane Porter soltó la carcajada.<br />
-Ni por un segundo imaginará que quienquiera que haya conocido a monsieur Tarzán<br />
y que le conozca a usted va a creerse semejante cuento... ¿A que no?<br />
-Entonces, ¿por qué viajaba con nombre falso? -preguntó Thuran.<br />
-No le creo una sola palabra -aseguró Jane.<br />
A pesar de todo, la semilla de la duda ya estaba plantada, porque la joven sabía que<br />
Hazel Strong conoció al dios de la selva sólo por el nombre de John Caldwell, de<br />
Londres.<br />
A unos ocho kilómetros escasos de su tosco refugio arbóreo, completamente ignorado<br />
por ellos y prácticamente tan remoto como si los separasen miles de kilómetros de selva<br />
impenetrable, se encontraba la pequeña cabaña de Tarzán de los Monos. Y un poco más<br />
lejos, costa arriba, unos cuantos kilómetros más allá de dicha cabaña, en unos rústicos<br />
pero bien construidos albergues, vivía un pequeño grupo de dieciocho almas: los<br />
ocupantes de los tres botes del I fad y Alire que se habían alejado de la barca de<br />
Clayton.<br />
Remando por un mar tranquilo, en menos de tres días llegaron a la tierra firme del<br />
continente. No vivieron ninguno de los horrores del naufragio y aunque abatidos por el<br />
dolor y con el sufrimiento propio del impacto que produjo en ellos la catástrofe y las<br />
penalidades de aquella nueva existencia, a las que no estaban acostumbrados, la<br />
aventura no les había ocasionado males peores.<br />
Les animaba a todos la esperanza de que alguna nave hubiese recogido al cuarto bote<br />
y de que tal salvamento originaría una búsqueda rápida y minuciosa de la costa.<br />
Comoquiera que todas las armas de fuego y las municiones del yate se habían cargado<br />
en la barca de lord Tennington, el grupo estaba muy bien equipado para la defensa y<br />
para la caza mayor y menor con vistas a procurarse provisiones de boca.<br />
La única inquietud inmediata la constituía el profesor Arquímedes Q. Porter.<br />
Absolutamente convencido de que un vapor de los que navegaban por allí había<br />
rescatado del mar a su hija, el hombre desechó de su mente toda preocupación relativa<br />
al bienestar de la muchacha y dedicó toda la inmensidad de su bien dotado intelecto a la<br />
profunda meditación de los abstrusos problemas científicos que consideraba<br />
únicos temas adecuados para un cerebro del talento y la erudición del suyo. Su cabeza<br />
era impermeable a toda posible influencia de cualquier tema ajeno a lo trascendental.<br />
-Nunca -explicaba el agotado señor don Samuel T. Philander a lord Tennington-,<br />
nunca se ha mostrado el profesor Porter tan dificil... y digo dificil, ejem, por no decir<br />
imposible. Esta misma mañana, sin ir más lejos, obligado por las circunstancias<br />
suspendí mi vigilancia apenas media hora y, cuando he vuelto, me he encontrado con la