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arriba, tras atar una cuerda a la proa del bote. Pasó la soga alrededor del tronco de un<br />

arbolito que crecía en el borde de un talud bajo, porque entonces era periodo de pleamar<br />

y temió que cuando bajase la marea el reflujo se llevara el bote otra vez al océano antes<br />

de que él tuviese tiempo para recobrar sus fuerzas en cantidad suficiente para llevar<br />

a Jane Porter a tierra. Era posible que transcurrie-<br />

sen horas antes de que él tuviera las energías necesarias para ello.<br />

Acto seguido se las arregló para, a rastras y a trompicones, llegarse a la selva, donde<br />

había visto profusión de frutas tropicales. Su anterior experiencia en la jungla de Tarzán<br />

de los Monos le había aleccionado acerca de las muchas cosas que eran comestibles y,<br />

al cabo de una hora de ausencia, regresó a la playa con los brazos llenos de alimentos.<br />

Había escampado y los rayos de un sol abrasador se cebaban en Jane Porter con tal<br />

violencia que la muchacha insistió en probar de inmediato a salir del bote y llegar a<br />

tierra. Vigorizados aún más por las frutas que aportó Clayton, los tres náufragos<br />

pudieron alcanzar la sombra del arbolito al que el inglés había amarrado el bote.<br />

Completamente exhaustos, se dejaron caer como sacos y allí durmieron hasta que<br />

oscureció.<br />

Durante un mes vivieron en la playa relativamente seguros. Una vez recobradas las<br />

fuerzas, los dos hombres construyeron un tosco refugio en las ramas de un árbol, a<br />

bastante altura del suelo como para encontrarse a salvo de las grandes fieras<br />

depredadoras. Durante el día recogían frutos y cazaban con trampas algún que otro<br />

pequeño roedor; por la noche se retiraban a su frágil albergue, con más o menos miedo<br />

en el cuerpo, mientras los habitantes salvajes de la jungla se encargaban de llenar de<br />

terror las oscuras horas nocturnas.<br />

Dormían sobre lechos de hierbas de la selva y, para abrigarse por la noche, Jane Porter<br />

no contaba más que con el viejo gabán que pertenecía a Clayton, aquella prenda que<br />

llevaba durante la memorable excursión a los bosques de Wisconsin. Clayton había<br />

entre<br />

tejido un tabique de ramas para dividir el arbóreo refugio en dos compartimentos, uno<br />

para Jane y el otro para Thuran y él.<br />

Desde el primer momento, el ruso dio muestras de todos los rasgos de su verdadero<br />

carácter: egoísmo, ordinariez, arrogancia, cobardía e impudicia. Clayton y él llegaron a<br />

las manos en dos ocasiones, por la actitud de Thuran hacia Jane Porter. Clayton no se<br />

atrevía a dejar sola a la muchacha ni por un instante. Tanto el inglés como su prometida<br />

vivían en una continua pesadilla. Sin embargo, no dejaban de albergar la esperanza de<br />

que, en última instancia, alguien acudiría a salvarlos.<br />

El pensamiento de Jane Porter volvía con cierta asiduidad al recuerdo de su anterior<br />

experiencia en aquella costa salvaje. ¡Ah, si estuviera con ellos el invencible dios de la<br />

floresta de aquel pasado ahora muerto! En absoluto tendría que preocuparse de las fieras<br />

al acecho ni de aquel ruso bestial. No podía por menos que comparar la escasa<br />

protección que le brindaba Clayton con la que le hubiera proporcionado Tarzán de los<br />

Monos, de verse durante un momento frente a la siniestra y amenazadora actitud de<br />

monsieur Thuran. Una vez, cuando Clayton fue al arroyo en busca de agua y Thuran se<br />

dirigió a Jane en tono grosero, la muchacha expresó en voz alta lo que pensaba.<br />

-Tiene usted suerte, monsieur Thuran -dijo-, de que el pobre señor Tarzán se cayera<br />

del barco aquel en que viajaban usted y la señorita Strong rumbo a Ciudad de El Cabo y<br />

de que, en consecuencia, no se encuentre aquí ahora.<br />

-¿Conocía usted a ese cerdo? -preguntó Thuran, burlón.<br />

-Conocía a ese hombre -replicó Jane-. El único hombre de verdad, creo, que he<br />

conocido en la vida.

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