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mientras que en los templos residían gran número de doncellas, las hijas más nobles de la raza. Mi estirpe se ha mantenido como la más esclarecida de todas porque a lo largo de innumerables siglos mis antepasadas fueron sumas sacerdotisas, desciendo de ellas en línea directa, ya que esta dignidad sagrada se hereda de madres a hijas. Nos eligen esposo entre la flor y nata de la nobleza de la tierra. Para las sumas sacerdotisas se selecciona el hombre más perfecto, intelectual y físicamente. -A juzgar por los caballeros que he visto ahí arriba -comentó Tarzán con irónica sonrisa-, no parece que resulte muy difícil elegir entre ellos. La muchacha le lanzó una mirada curiosa. -No seas sacrílego -reprochó-. Todos son santos varones... son sacerdotes. -¿Eso significa que hay otros más apuestos? -preguntó. -Los demás son más repulsivos que los sacerdotes -respondió la sacerdotisa. Tarzán se estremeció compasivamente ante el destino que se le presentaba a la joven, porque, incluso a la escasa luz del sótano la belleza de la suma sacerdotisa le había impresionado. -¿Qué me dices de mí? -interrogó de pronto-. ¿Vas a conducirme a la libertad? -El Dios Flamígero te ha elegido como suyo -respondió la muchacha en tono solemne- . Ni siquiera yo tengo poder para salvarte... si vuelves a caer en sus manos. Pero no tengo intención de que te encuentren. Arriesgaste tu vida para salvar la mía. No debo hacer menos por ti. No será un asunto fácil, y acaso requiera algunos días, pero creo que al final conseguiré ponerte al otro lado de las murallas. Vamos, seguramente ya estarán buscándome y, si nos encuentran, juntos los dos estaremos perdidos... Me matarán si sospechan que he traicionado a mi dios. -No debes arriesgarte, pues -se apresuró a decir Tarzán-. Yo volveré al templo y si consigo abrirme paso a la fuerza hasta la libertad, no arrojarán sospecha alguna sobre ti. Pero La no estaba dispuesta a permitirlo y acabó por convencer a Tarzán para que la siguiera, alegando que llevaban tanto tiempo en el sótano que era inevitable que recayesen sospechas sobre ella, incluso aunque volviesen al templo. -Te esconderé y luego volveré sola a buscarte -explicó-. Les contaré que estuve mucho tiempo inconsciente, después de que tú matases a Tha, y que ignoro cómo y por dónde pudiste escapar. Le condujo por una serie de pasillos serpenteantes y oscuros, hasta que desembocaron en un pequeño aposento iluminado débilmente por la claridad que se filtraba a través de una piedra enrejada del techo. -Esta es la Cámara de los Muertos -dijo La-. A nadie se le ocurrirá venir a buscarte aquí... no se atreverían. Volveré cuando haya oscurecido. Puede que para entonces se me haya ocurrido algún plan para facilitarte la huida. La se marchó y Tarzán de los Monos se quedó solo en la Cámara de los Muertos, bajo la tantos siglos muerta ciudad de Opar. Los náufragos Clayton estaba soñando que bebía agua a más y mejor, tragos de agua fresca, pura, deliciosa. Se despertó sobresaltado para tomar conciencia de que se encontraba ya empapado: un torrencial chubasco caía sobre su cuerpo y le tableteaba el rostro vuelto hacia el cielo. Un aguacero tropical se derramaba sobre ellos en toda su intensidad. Clayton abrió la boca y bebió. Se sintió revitalizado y fortalecido hasta el punto de que fue capaz de incorporarse apoyado en las manos. Atravesado sobre sus piernas tenía a monsieur Thuran. Y a unos cuantos palmos, Jane Porter yacía hecha un ovillo en el fondo de la barca, completamente inmóvil. A Clayton se le ocurrió que debía de estar muerta.
Tras infinitos esfuerzos consiguió quitarse de encima el cuerpo de Thuran y con renovadas energías se arrastró hacia la muchacha. Levantó la cabeza de Jane, separándola de las tablas del bote. Se dijo entonces que cabía la posibilidad de que quedara un asomo de vida en aquel pobre cuerpo al filo de la muerte por inanición. No quería ni podía abandonar toda esperanza, así que tomó un trozo de tela empapado en agua y exprimió unas cuantas gotas del precioso líquido entre los labios hinchados de aquella criatura de horrible aspecto que unos cuantos días antes resplandecía de vida y felicidad, en toda la gloria de su magnífica belleza. Durante un buen rato no se apreció indicio alguno de reanimación, pero al final los esfuerzos de Clayton obtuvieron la recompensa de un leve aleteo de los párpados. Palmeó las delgadas manos de la joven e introdujo unas cuantas gotas más en la reseca garganta. Jane abrió los ojos y estuvo mirándole largo tiempo antes de poder recordar la situación y el entorno. -¿Agua? -musitó-. ¿Nos hemos salvado? -Está lloviendo -explicó Clayton-. Al menos pode mos beber. A nosotros dos ya nos ha hecho revivir. -¿Y monsieur Thuran? -preguntó Jane-. No te ha matado. ¿Está muerto? -No lo sé -respondió Clayton-. Si vive y esta lluvia lo reanima... Se interrumpió, recordando demasiado tarde que no debía añadir más horrores a los que Jane había soportado ya. La muchacha, sin embargo, adivinó lo que Clayton iba a decir. -¿Dónde está? Clayton indicó con un movimiento de cabeza la postrada figura del ruso. Durante unos momentos, ni Clayton ni Jane pronunciaron palabra. -Voy a ver si le reanimo -dijo Clayton finalmente. -No -susurró Jane, y alargó la mano hacia él, indicándole que se detuviera-. No lo hagas... Te matará en cuanto el agua le haya proporcionado las fuerzas suficientes. Si está agonizando, que se muera. No me dejes sola en el bote con esa bestia. Clayton titubeó. Su honor de hombre de bien le exigía hacer lo posible para reanimar a Thuran, y también existía la posibilidad de que el ruso se encontrase en un estado que hiciese inútil cualquier intento de salvarlo. No era ninguna deshonra confiar en ello. Mientras mantenía esa lucha interna, levantó los ojos del cuerpo de Thuran y, al pasar la vista por encima de la borda del bote, se puso en pie tambaleante y exhaló un jadeo de alegría. -¡Tierra, Jane! -fue casi un grito a través de los resquebrajados labios. ¡Tierra, gracias a Dios! La muchacha miró también y allí, a menos de cien metros de distancia, vio una playa de arenas amarillas y, un poco más allá, la vegetación y la fronda exuberante de una jungla tropical. -Ahora sí que puedes intentar reanimarle -dijo Jane Porter. A ella también le remordía la conciencia como consecuencia de su decisión de impedir que Clayton prestase ayuda a su compañero de viaje. Hubo de transcurrir cerca de media hora para que el ruso diera suficientes muestras de que recobraba el conocimiento lo bastante como para abrir los ojos, y se necesitó un buen rato más para que llegara a comprender el golpe de suerte con que el destino les había favorecido. Por entonces, la arena del fondo arañaba suavemente la quilla de la barca. Entre el agua refrescante que había bebido y el acicate de la renovada esperanza, Clayton encontró energías suficientes para echarse al agua y subir dando traspiés playa
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la raza. Mi estirpe se ha mantenido como la más esclarecida de todas porque a lo largo<br />
de innumerables siglos mis antepasadas fueron sumas sacerdotisas, desciendo de ellas<br />
en línea directa, ya que esta dignidad sagrada se hereda de madres a hijas. Nos eligen<br />
esposo entre la flor y nata de la nobleza de la tierra. Para las sumas sacerdotisas se<br />
selecciona el hombre más perfecto, intelectual y físicamente.<br />
-A juzgar por los caballeros que he visto ahí arriba -comentó Tarzán con irónica<br />
sonrisa-, no parece que resulte muy difícil elegir entre ellos.<br />
La muchacha le lanzó una mirada curiosa.<br />
-No seas sacrílego -reprochó-. Todos son santos varones... son sacerdotes.<br />
-¿Eso significa que hay otros más apuestos? -preguntó.<br />
-Los demás son más repulsivos que los sacerdotes -respondió la sacerdotisa.<br />
Tarzán se estremeció compasivamente ante el destino que se le presentaba a la joven,<br />
porque, incluso a la escasa luz del sótano la belleza de la suma sacerdotisa le había<br />
impresionado.<br />
-¿Qué me dices de mí? -interrogó de pronto-. ¿Vas a conducirme a la libertad?<br />
-El Dios Flamígero te ha elegido como suyo -respondió la muchacha en tono solemne-<br />
. Ni siquiera yo tengo poder para salvarte... si vuelves a caer en<br />
sus manos. Pero no tengo intención de que te encuentren. Arriesgaste tu vida para<br />
salvar la mía. No debo hacer menos por ti. No será un asunto fácil, y acaso requiera<br />
algunos días, pero creo que al final conseguiré ponerte al otro lado de las murallas.<br />
Vamos, seguramente ya estarán buscándome y, si nos encuentran, juntos los dos<br />
estaremos perdidos... Me matarán si sospechan que he traicionado a mi dios.<br />
-No debes arriesgarte, pues -se apresuró a decir Tarzán-. Yo volveré al templo y si<br />
consigo abrirme paso a la fuerza hasta la libertad, no arrojarán sospecha alguna sobre ti.<br />
Pero La no estaba dispuesta a permitirlo y acabó por convencer a Tarzán para que la<br />
siguiera, alegando que llevaban tanto tiempo en el sótano que era inevitable que<br />
recayesen sospechas sobre ella, incluso aunque volviesen al templo.<br />
-Te esconderé y luego volveré sola a buscarte -explicó-. Les contaré que estuve<br />
mucho tiempo inconsciente, después de que tú matases a Tha, y que ignoro cómo y por<br />
dónde pudiste escapar.<br />
Le condujo por una serie de pasillos serpenteantes y oscuros, hasta que desembocaron<br />
en un pequeño aposento iluminado débilmente por la claridad que se filtraba a través de<br />
una piedra enrejada del techo.<br />
-Esta es la Cámara de los Muertos -dijo La-. A nadie se le ocurrirá venir a buscarte<br />
aquí... no se atreverían. Volveré cuando haya oscurecido. Puede que para entonces se<br />
me haya ocurrido algún plan para facilitarte la huida.<br />
La se marchó y Tarzán de los Monos se quedó solo en la Cámara de los Muertos, bajo<br />
la tantos siglos muerta ciudad de Opar.<br />
Los náufragos<br />
Clayton estaba soñando que bebía agua a más y mejor, tragos de agua fresca, pura,<br />
deliciosa. Se despertó sobresaltado para tomar conciencia de que se encontraba ya<br />
empapado: un torrencial chubasco caía sobre su cuerpo y le tableteaba el rostro vuelto<br />
hacia el cielo. Un aguacero tropical se derramaba sobre ellos en toda su intensidad.<br />
Clayton abrió la boca y bebió. Se sintió revitalizado y fortalecido hasta el punto de que<br />
fue capaz de incorporarse apoyado en las manos. Atravesado sobre sus piernas tenía a<br />
monsieur Thuran. Y a unos cuantos palmos, Jane Porter yacía hecha un ovillo en el<br />
fondo de la barca, completamente inmóvil. A Clayton se le ocurrió que debía de estar<br />
muerta.