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Avanzó unos pasos por el lado opuesto del altar, se detuvo y entonces cesó el cántico.<br />

Sacerdotes y sacerdotisas se arrodillaron ante ella y así permane-<br />

cieron mientras la mujer, extendida la vara sobre sus fieles, recitaba una oración<br />

monótona e inacabable. Tenía una voz suave y musical... A Tarzán le costaba trabajo<br />

creer que la poseedora de aquella voz pudiera transformarse momentos después,<br />

mediante un fanático éxtasis de celo religioso, en un verdugo femenino de ojos<br />

demenciales y fervor sanguinario que, con el goteante cuchillo en la mano, sería la<br />

primera en beber, en la copa que ahora descansaba en el altar, la roja y caliente sangre<br />

de la víctima del sacrificio.<br />

Al concluir su oración, la sacerdotisa dejó que sus ojos se posaran en Tarzán por<br />

primera vez. Dando muestras de considerable curiosidad, lo examinó de pies a cabeza.<br />

Luego le dirigió la palabra y se mantuvo erguida, expectante, como si aguardase a que<br />

él la contestara.<br />

-No entiendo tu lengua -dijo Tarzán al final-. Tal vez podamos comprendernos en otro<br />

idioma.<br />

Pero ella no le entendió, aunque Tarzán probó con el francés, el inglés, el árabe, el<br />

waziri y, como último recurso, la lingua franca de la costa occidental de África.<br />

La suma sacerdotisa denegó con la cabeza y en su tono de voz pareció apreciarse<br />

cierto deje de cansancio cuando indicó a los sacerdotes que continuaran con la<br />

ceremonia. Los hombres formaron de nuevo un círculo para repetir aquella danza<br />

estúpida, a la que puso término una orden de la sacerdotisa, quien, durante todo el<br />

tiempo que duró aquella coreografía ritual, no apartó su atenta mirada de la figura de<br />

Tarzán.<br />

A una señal de la mujer, los sacerdotes se precipitaron sobre el hombre-mono, lo<br />

levantaron en peso y lo colocaron boca arriba encima del altar, con la cabeza colgando<br />

por un extremo y los pies por el bor<br />

de contrario. Sacerdotes y sacerdotisas formaron dos lineas, en la mano sus pequeñas<br />

copas de oro, listas para conseguir la cuota correspondiente de sangre de la víctima, una<br />

vez cumpliese su misión el cuchillo del sacrificio.<br />

En la fila de los sacerdotes se originó una disputa acerca de quién debía ocupar el<br />

primer lugar. Un individuo de aspecto bestial, con un semblante en el que se reflejaba la<br />

exquisita inteligencia del gorila intentaba relegar a un puesto secundario a otro menos<br />

dotado físicamente. Frente a los empujones del gigantón, el más pequeño apeló a la<br />

suma sacerdotisa. En tono gélido y terminante, la mujer ordenó al gorilesco sacerdote<br />

situarse en el extremo de la hilera. Tarzán oyó los gruñidos y las sordas protestas del<br />

perdedor mientras se dirigía despacio al puesto de segunda clase.<br />

La sacerdotisa, de pie ante Tarzán, procedió a declamar lo que el hombre mono<br />

supuso sería una plegaria. Al mismo tiempo, la mujer alzaba lentamente en el aire su<br />

delgado y afilado cuchillo. A Tarzán le pareció que transcurrieron siglos hasta que el<br />

arma dejó de elevarse y quedó como suspendida sobre su pecho desnudo.<br />

Empezó a descender, muy despacio al principio, pero a medida que la invocación<br />

avanzaba, el cuchillo incrementó su rapidez, a ritmo creciente. Tarzán seguía oyendo los<br />

gruñidos que el sacerdote despechado emitía, contrariadísimo, en el extremo de la fila.<br />

La voz del hombre aumentó gradualmente de<br />

volumen. Una sacerdotisa próxima a él le llamó la atención en tono de agudo<br />

reproche. El cuchillo estaba ya bastante cerca del pecho de Tarzán, pero interrumpió su<br />

descenso y la sacerdotisa alzó la vista<br />

para disparar una mirada de disgusto al instigador de aquella interrupción sacrílega.<br />

Se produjo un súbito alboroto en la zona donde estaban los querellantes y Tarzán<br />

volvió la cabeza en aquella dirección a tiempo de ver al corpulento y bestial sacerdote

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