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-Ahí voy -musitó el ruso.<br />

Una vez más, Clayton trató de arrastrarse hacia su sentencia de muerte, pero de nuevo<br />

volvió a caer de bruces sobre el fondo de la barca, y ya no tuvo vigor para volver a<br />

levantarse. Su último esfuerzo sólo sir-<br />

vió para darse media vuelta y quedar tendido de espaldas, de cara a las estrellas, en<br />

tanto que por detrás, acercándosele lenta pero inexorablemente, oía los resuellos<br />

entrecortados del ruso y el rumor de sus trabajosos movimientos.<br />

Clayton tuvo la sensación de que transcurrió así una hora, a la espera de que aquel<br />

individuo que se arrastraba se materializase en la oscuridad y pusiera fin a su<br />

sufrimiento. Ya estaba a punto de llegar a él, pero las pausas entre los tirones con que se<br />

impulsaba hacia adelante eran cada vez más largas, y los movimientos para avanzar le<br />

parecían al lord inglés poco menos que imperceptibles.<br />

Por último se percató de que Thuran estaba casi a su lado. Oyó una risita ronca, algo<br />

le rozó la cara y perdió el conocimiento.<br />

XIX<br />

La ciudad del oro<br />

La misma noche en que eligieron a Tarzán de los Monos jefe de los waziris, la mujer<br />

de la que estaba enamorado yacía moribunda en un pequeño bote a la deriva, a<br />

doscientas millas al oeste de la costa, en pleno Atlántico. Mientras el hombre-mono<br />

danzaba entre sus desnudos y salvajes compañeros, alrededor de una hoguera que<br />

arrancaba fulgores cabrilleantes a los tensos músculos de aquel cuerpo de gigante,<br />

personificación de la fortaleza y la perfección fisica, la mujer a la que amaba<br />

permanecía tendida y demacrada, en la fase terminal del coma que precede a la muerte<br />

por hambre y sed.<br />

La semana que siguió a la exaltación de Tarzán al simbólico trono de los waziris se<br />

dedicó a la tarea de acompañar a los manyuemas de los invasores árabes hasta la<br />

frontera norte del territorio waziri, conforme a la palabra que Tarzán les había dado.<br />

Antes de despedirse de ellos, el hombre-mono les obligó a prometer solemnemente que<br />

no conducirían en el futuro ninguna expedición contra los waziris, promesa que, por<br />

cierto, no le costó mucho trabajo conseguir. Los manyuemas ya habían sufrido en sus<br />

carnes las tácticas de guerra del nuevo jefe de los waziris; tenían suficiente y no<br />

albergaban el menor deseo de formar parte de ninguna fuerza depredadora que se<br />

aventurara rebasando los límites de los dominios de Tarzán.<br />

En cuanto regresó a la aldea, casi inmediatamente, Tarzán inició los preparativos para<br />

acaudillar una expedición hacia la ruinosa ciudad del oro que el anciano Waziri le había<br />

descrito. Eligió cincuenta guerreros de entre los más fornidos y resueltos de la tribu.<br />

Puso especial empeño en que también fuesen hombres deseosos de acompañarle en<br />

aquella marcha, que se anunciaba ardua, y compartir los peligros de un territorio<br />

inexplorado y hostil.<br />

La fabulosa riqueza de aquella ciudad fantástica casi no se había apartado un solo<br />

momento de la imaginación de Tarzán, desde que Waziri le refirió los extraños lances<br />

que vivió durante la expedición anterior, cuando se tropezó por azar con las vastas<br />

ruinas de aquel pueblo. A la hora de apremiarle a emprender cuanto antes la marcha, el<br />

acicate de la aventura podía constituir un factor de atractivo tan poderoso para Tarzán<br />

de los Monos como el del mismo oro, porque entre los hombres civilizados había<br />

aprendido mucho acerca de los milagros que está en condiciones de realizar quien posea<br />

ese mágico metal amarillo. No se le ocurrió pensar de qué le serviría una fortuna de oro<br />

en el corazón delÁfrica salvaje... Le bastaría poseer ese tesoro que confiere el poder de<br />

realizar maravillas, incluso aunque nunca se le presentase la oportunidad de ponerlas en<br />

práctica.

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