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demás, pero ni Clayton ni Spider hubieran detectado esa diferencia sin la ayuda de un<br />

micrómetro.<br />

-¿En qué orden sacamos? -preguntó Thuran, al que la experiencia le había enseñado<br />

que la mayor parte de los hombres prefieren hacerlo en último lugar cuando se trata de<br />

una lotería en la que sólo hay un premio y éste es desagradable: siempre existe la<br />

posibilidad y la esperanza de que ese premio lo sacará antes otro jugador. Por razones<br />

particulares, monsieur Thuran prefería ser el primero en probar suerte, por si se daba el<br />

caso de que hubiese que repetir la aventura y sacar por segunda vez una moneda de<br />

debajo de la chaqueta.<br />

De modo que cuando Spider eligió ser el último, Thuran se brindó graciosamente a ser<br />

el primero. Su mano permaneció bajo la chaqueta apenas un segundo, lo que no impidió<br />

a sus dedos rápidos y diestros palpar cada una de las monedas y desechar la pieza<br />

fatídica. Retiró la mano y mostró en ella un franco de 1888. Le tocó el turno a Clayton.<br />

Con el semblante tenso de horror, Jane Porter se inclinó hacia<br />

adelante cuando la mano del hombre con el que iba a casarse tanteó debajo de la<br />

chaqueta. Clayton la sacó en seguida, con una moneda en la palma. Tardó un instante en<br />

atreverse a mirarla, pero monsieur Thuran, que se acercó para comprobar la fecha, le<br />

aseguró que se había salvado.<br />

Temblorosa y exhausta, Jane Porter se apoyó desmadejadamente en el costado del<br />

bote. Se sentía enferma y mareada. Si Spider no sacaba a continuación la moneda de<br />

1875, habría que soportar otra vez aquel espantoso juego.<br />

El marinero había introducido ya la mano debajo de la chaqueta. Gruesas gotas de<br />

sudor perlaban su frente. Temblaba como si sufriera un ataque de fiebre. En voz alta, se<br />

maldijo a sí mismo por haber elegido el último lugar, puesto que ahora sus<br />

probabilidades de librarse eran de tres a uno, cuando las de monsieur Thuran fueron de<br />

cinco a uno y las de Clayton de cuatro a uno.<br />

El ruso hizo gala de una gran paciencia y no metió ninguna prisa al hombre. Sabía que<br />

él, Thuran, estaba completamente a salvo, tanto si aquella vez salía la moneda de 1875<br />

como si no. El marinero retiró la mano, bajó la vista sobre la pieza y se dejó caer, inerte,<br />

en el fondo de la barca. Clayton y Thuran, con toda su debilidad, se apresuraron a<br />

examinar la moneda, que se le había escapado a Spider de la mano y estaba caída a su<br />

lado. No llevaba la fecha de 1875. El miedo había hecho reaccionar al marinero<br />

exactamente igual que si hubiera sacado la pieza funesta.<br />

Pero ahora había que repetir todo el proceso. De nuevo, el ruso extrajo una moneda<br />

liberadora. Jane Porter cerró los ojos cuando Clayton metió la mano<br />

bajo la chaqueta. Spider se inclinó hacia adelante, desorbitados los ojos, porque en<br />

aquella última jugada, la suerte de Clayton sería la desgracia de Spider. Y viceversa.<br />

William Cecil Clayton, lord Greystoke, retiró luego la mano de debajo de la prenda de<br />

Thuran y, con la moneda oculta por el puño cerrado, miró a Jane Porter. No se atrevía a<br />

abrir la mano.<br />

-¡Rápido! -apremió Spider-. ¡Por todos los diablos, veamos qué ha sacado!<br />

Clayton levantó los dedos, con la palma de la mano hacia arriba. Spider fue el primero<br />

en ver la fecha. Nadie conocía sus intenciones cuando se irguió, se arrojó por la borda y<br />

desapareció para siempre en las verdes profundidades marinas: la moneda no llevaba la<br />

fecha de 1875.<br />

La tensión dejó hasta tal punto agotados a todos los demás que permanecieron medio<br />

inconscientes durante el resto de la jornada. Y a lo largo de varios días no volvió a<br />

aludirse para nada a aquel asunto. Fueron unas horribles jornadas de creciente debilidad<br />

y desesperanza. Por último, monsieur Thuran se arrastró hasta donde yacía Clayton.

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