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con la cabeza entre las manos, meditativo. A la mañana siguiente expuso el resultado de<br />
sus cavilaciones a través de una propuesta que planteó a Spider y Clayton.<br />
-Caballeros —lijo Thuran-, ya ven la suerte que nos espera a todos nosotros, a menos<br />
que nos recojan en el plazo de un par de días como máximo. Que nuestras esperanzas de<br />
que eso ocurra son escasas lo evidencia el hecho de que en el curso de todos estos días<br />
que hemos estado a la deriva no hemos avistado una sola vela ni la más ínfima nubecilla<br />
de humo en el horizonte.<br />
»Podríamos tener alguna probabilidad si contásemos con alimentos, pero sin víveres<br />
no existe ninguna esperanza. No nos quedan, pues, más que dos alternativas, y hemos<br />
de elegir una de ellas en seguida. O morimos todos en cuestión de unos pocos días, o<br />
uno de nosotros se sacrifica para que los otros puedan sobrevivir. ¿Han captado la idea?<br />
Jane Porter oyó aquello y se quedó horrorizada. Si tal propuesta la hubiera hecho un<br />
pobre e ignorante marinero, posiblemente a ella no le habría sorprendido. Pero apenas<br />
podía creerla cuando el que la exponía era un hombre que pasaba por culto y refinado,<br />
por un caballero.<br />
-Entonces, es mejor que muramos todos -dijo Clayton.<br />
-Ha de decidir la mayoría -replicó monsieur Thuran-. Como sólo uno de nosotros será<br />
el sacrifi-<br />
cado, habrá que decidirlo entre nosotros. La señorita Porter no entra en esto, así que<br />
no corre peligro.<br />
-¿Cómo se determinará quién ha de ser el primero? -preguntó Spider.<br />
-Lo señalará la suerte -contestó Thuran-. Llevo en el bolsillo unas cuantas monedas de<br />
un franco. Podemos elegir una fecha de acuñación precisa... El que saque de debajo de<br />
un trozo de tela la moneda con esa fecha, será el primero.<br />
-No quiero tener nada que ver con ese juego diabólico -murmuró Clayton-. Aún cabe<br />
la posibilidad de que avistemos tierra o que aparezca un barco... a tiempo.<br />
-Usted hará lo que decida la mayoría, o será «el primero» sin el formalismo de jugar a<br />
esta lotería -amenazó monsieur Thuran-. Venga, empecemos por votar el plan. Mi voto<br />
es favorable. ¿Qué dice usted, Spider?<br />
-Yo también digo que sí -respondió el marinero.<br />
-Es la voluntad de la mayoría -anunció monsieur Thuran-. Ahora es cuestión de sacar<br />
las monedas sin más pérdida de tiempo. Es un juego tan limpio para uno como para<br />
otro. Para que tres puedan seguir viviendo, uno de nosotros ha de morir... Su muerte<br />
sólo se le adelantará unas horas, porque de todas maneras estaría sentenciado como<br />
todos.<br />
Inició los preparativos de aquella lotería de la muerte, mientras Jane Porter<br />
permanecía sentada, lleno de horror el ánimo y con los ojos desorbitados ante la idea de<br />
aquel macabro espectáculo que iba a presenciar. Thuran extendió su chaqueta sobre el<br />
suelo del bote, sacó un puñado de monedas y seleccionó seis piezas de un franco. Los<br />
otros dos hombres se inclinaron para inspeccionar las monedas. Por último, Thuran se<br />
las tendió a Clayton.<br />
-Obsérvelas con atención -dijo-. La más antigua es de 1875, y sólo hay una de esa<br />
fecha.<br />
Clayton y el marinero examinaron una por una todas las monedas. A sus ojos no<br />
existía la más pequeña diferencia entre ellas, aparte las fechas de acuñación. Se dieron<br />
por satisfechos. De haber conocido la práctica que como tahúr tenía monsieur Thuran,<br />
que había desarrollado su sentido del tacto hasta el punto de que con apenas rozar la<br />
superficie de un par de naipes era capaz de distinguir uno de otro, de saber eso el juego<br />
no les habría parecido tan limpio. La moneda de 1875 era un pelo más delgada que las