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comida y el agua. Los marineros se adelantaron en la apertura de la primera lata de<br />
«alimentos». Sus tacos de rabia y decepción obligaron a Clayton a preguntar qué<br />
ocurría.<br />
-¿Que qué ocurre? -estalló Spider-. ¿Que qué ocurre? Esto es peor que... ¡esto es la<br />
muerte! ¡Esta lata... está llena de petróleo!<br />
Precipitadamente Clayton y Thuran abrieron una de las suyas, para constatar la<br />
espantosa verdad: no contenía comida, sino petróleo. Se abrieron una tras otra las cuatro<br />
latas que había a bordo. Y cuando se comprobó lo que tenían todas, un coro de gritos<br />
de rabia anunciaron la terrible realidad: en el bote no había un gramo de comida.<br />
-¡Bueno, menos mal que no son los recipientes del agua! -trató de ver Thompkins el<br />
lado positivo-. Es más fácil resistir sin comida que sin agua. Si las cosas se ponen feas,<br />
podemos comernos los zapatos, pero bebérnoslos es imposible.<br />
Mientras Thompkins hablaba, Wilson perforó uno de los barriles de agua. Spider<br />
aplicó un vaso de aluminio al orificio para tomar un trago del precioso liquido. Por el<br />
pequeño agujero salió un chorro de secas y negruzcas partículas, que fueron a<br />
depositarse en el fondo del cubilete. Wilson dejó caer el barril y, muda de horror la<br />
expresión, se quedó sentado con la vista clavada en los polvos del fondo del vaso de<br />
aluminio.<br />
-Los barriles están llenos de pólvora -se dirigió Spider en voz baja a los que iban en<br />
popa.<br />
Lo que quedó confirmado al abrirse el último barril.<br />
-¡Petróleo y pólvora! -gritó monsieur Thuran-. Sapristi! ¡Estupenda dieta para unos<br />
náufragos!<br />
Cuando llegó al fondo de sus mentes el pleno conocimiento de que a bordo no había<br />
agua ni comida, los tormentos del hambre y la sed recrudecieron inmediatamente sus<br />
punzadas, por lo que ya desde el primer día de su trágica aventura se encontraron con<br />
que se les venían encima todos los horrores del naufragio.<br />
Y con el paso de los días, las condiciones fueron acentuando su gravedad terrorífica.<br />
Los dolientes ojos escrutaban el horizonte día y noche, hasta que el cansancio debilitaba<br />
a los exploradores y acababa dejándolos Iuoral y fisicamente hundidos en el suelo del<br />
bote, donde trataban de encontrar en el sueño unos<br />
instantes de alivio que los alejase de las penalidades de la realidad.<br />
Aguijoneados por los despiadados suplicios del hambre, los marineros habían hincado<br />
el diente a sus cinturones de cuero, los zapatos y las cintas de sus gorras, aunque<br />
Clayton y monsieur Thuran se esforzaron en convencerlos de que lo único que<br />
conseguirían iba a ser aumentar sus sufrimientos.<br />
Extenuados y sin esperanza, los integrantes de la partida yacían bajo el implacable sol<br />
tropical, hinchada la lengua y resquebrajados los labios, a la espera de una muerte que<br />
ya empezaban a anhelar. El intenso padecimiento de las primeras jornadas se había<br />
reducido un tanto en el caso de los tres pasajeros que no comieron nada, pero era un<br />
martirio agónico para los tres marineros, los jugos gástricos de cuyos depauperados<br />
estómagos se las tenían y se las deseaban para entendérselas con los trozos de cuero con<br />
que los llenaron. Thompkins fue el primero en sucumbir. A la semana justa del<br />
hundimiento del Lady Alice, el marinero falleció entre horripilantes convulsiones.<br />
Sus facciones contraídas en monstruoso rictus, parecían dirigir una sonrisa, que en<br />
realidad era una mueca, a los que se encontraban en la popa del bote, hasta que Jane<br />
Porter no pudo seguir soportándolo.<br />
-¿No puedes arrojar por la borda ese cadáver, William? -preguntó.<br />
Clayton se levantó y, dando tumbos, se llegó al cuerpo de Thompkins. Los dos<br />
marineros restantes le miraron con una expresión extraña y tétrica en sus hundidas