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quiero, así que me podrías haber ahorrado algunas molestias y un poco de tiempo a la<br />

vez que tú te habrías evitado la deshonra, la tuya y la de tu...<br />

-¡Nunca, Nicolás! -le cortó, tajante, la mujer.<br />

Tarzán vio entonces que Rokoff volvía la cabeza y dirigía una seña a Paulvitch, quien<br />

se precipitó de un salto hacia la puerta del camarote, que Rokoff mantenía abierta para<br />

que entrase. Luego, Rokoff se retiró rápidamente del umbral. La puerta se cerró. Tarzán<br />

oyó el chasquido del pestillo, al correrlo Paulvitch desde el interior. Rokoff permaneció<br />

de guardia ante la puerta, inclinada la cabeza como si tratase de escuchar las palabras<br />

que se pronunciaban dentro. Una sonrisa desagradable frunció sus labios cubiertos por<br />

la barba.<br />

Tarzán oyó la voz de la mujer, que ordenaba a Paulvitch que abandonara<br />

inmediatamente el camarote.<br />

-¡Avisaré a mi esposo! -advirtió-. ¡Se mostrará implacable con usted!<br />

La burlona risotada de Paulvitch atravesó la pulimentada hoja de madera de la puerta.<br />

-El contador del buque irá a buscar a su esposo, señora -dijo el hombre-. A decir<br />

verdad, ya se ha informado a dicho oficial de que, tras la puerta cerrada de este<br />

camarote, está usted entreteniendo a un hombre que no es su marido.<br />

-¡Bah! -exclamó la condesa-. ¡Mi esposo sabrá que es falso!<br />

-Desde luego, su esposo lo sabrá, pero el contador del buque, no; ni tampoco los<br />

periodistas que a través de algún medio misterioso se habrán enterado del asunto cuando<br />

desembarquemos. Lo considerarán una historia de lo más interesante, lo mismo que sus<br />

amistades cuando la lean a la hora del desayuno del... veamos, hoy es martes, ¿no?...<br />

cuando la lean el viernes por la mañana al desayunar. Y su interés no disminuirá<br />

precisamente cuando se enteren de que el hombre al que la señora divertía en su<br />

camarote es un criado ruso... el ayuda de cámara del hermano de madame, para ser más<br />

preciso.<br />

-Alexis Paulvitch -sonó la voz de la mujer, fría e impávida-, es usted un cobarde y en<br />

cuanto le susurre al oído cierto nombre cambiará de opinión respecto a las exigencias y<br />

amenazas con que trata de intimidarme y se apresurará a salir del camarote. Y no creo<br />

que vuelva a presentarse con ánimo de fastidiarme.<br />

Se produjo un silencio momentáneo, una pausa que Tarzán supuso dedicó la mujer a<br />

inclinarse hacia<br />

el canallesco individuo para murmurarle al oído lo que había indicado. Fueron sólo<br />

unos segundos, a los que siguió un sorprendido taco por parte del hombre, el ruido de<br />

unos pies al arrastrarse, un grito de mujer... y vuelta al silencio.<br />

Pero apenas había muerto en el aire la última nota de ese grito cuando el hombremono<br />

ya se encontraba fuera de su escondite. Rokoff había echado a correr, pero Tarzán<br />

le agarró por el cuello y le arrastró hacia atrás. Ninguno de los dos pronunció palabra,<br />

porque ambos comprendían instintivamente que en el camarote se estaba cometiendo un<br />

asesinato y Tarzán confiaba en que Rokoff no había pretendido que su cómplice llegase<br />

hasta ese extremo. Presentía que los fines de aquel desaprensivo eran más profundos...<br />

más profundos e incluso más siniestros que un asesinato brutal y a sangre fría.<br />

Sin perder tiempo en preguntar nada a los que estaban dentro, Tarzán aplicó<br />

violentamente su hombro gigantesco contra el frágil panel de la puerta, que saltó<br />

convertido en una lluvia de astillas, e irrumpió en el camarote, llevando a Rokoff tras él.<br />

Vio frente a sí a la mujer, tendida en un sofá. Encima de ella, Paulvitch hundía los<br />

dedos en la delicada garganta, mientras las manos de la víctima golpeaban inútilmente<br />

la cara del criminal e intentaban a la desesperada separar del cuello aquellos dedos<br />

crueles que le estaban arrancando la vida.

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