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tensiones de la jornada les habían llevado al borde del abismo del pánico y aquella<br />

detonación única, en plena noche, desató en sus aterrados cerebros los más horripilantes<br />

pavores.<br />

Al descubrir la desaparición del centinela, su espanto se desbordó y, como si creyesen<br />

que para estimular su valor había que intentar algo de tipo bélico, empezaron a disparar<br />

a tontas y a locas hacia las puertas del poblado, aunque por allí no aparecía visible<br />

enemigo alguno. Tarzán aprovechó el ensordecedor estrépito de aquellas repetidas<br />

descargas para hacer fuego a su vez sobre la turba que tenía a sus pies.<br />

Nadie distinguió su disparo de entre los que se hacían en la calle, pero algunos<br />

manyuemas sí vieron desplomarse repentinamente a un camarada que tenían cerca. Al<br />

agacharse para ver qué le ocurría, comprobaron que estaba muerto. El pánico cobró<br />

dimensiones impresionantes y fue preciso todo el brutal autoritarismo de los árabes para<br />

impedir que los manyuemas salieran de estampida y se precipitaran desordenadamente<br />

en la jungla... en cualquier sitio con tal de huir de aquella aldea infernal.<br />

Pasado cierto tiempo empezaron a calmarse y, como no se produjeron más muertes<br />

misteriosas, fueron recobrando el ánimo poco a poco. Pero no fue más que una breve<br />

tregua, porque cuando ya empezaban a creer que no volverían a mortificarles más,<br />

Tarzán emitió un alarido sobrenatural y cuando los invasores del poblado dirigían la<br />

mirada hacia el punto de donde procedía el gemebundo grito, el hombre-mono, que<br />

columpiaba suavemente el cadáver del centinela muerto, dejó caer de súbito el cuerpo<br />

sobre las cabezas de los manyuemas.<br />

Entre alaridos de alarma la patulea se disgregó en todas direcciones impulsados todos<br />

por una sola idea: escapar como fuese de aquella terrible criatura que parecía haber<br />

saltado sobre ellos. En la desquiciada imaginación de cada uno de los manyuemas, el<br />

cuerpo del centinela, que yacía en el suelo con los brazos y las piernas extendidas en<br />

toda su longitud, asumía el aspecto de un enorme animal de presa. Dominados por el<br />

ansia fugitiva, muchos de los negros se lanzaron a escalar la empalizada, mientras otros<br />

quitaban los barrotes de las puertas y corrían como locos a través del claro hacia la<br />

jungla.<br />

Transcurrió un buen rato antes de que nadie regresara hacia el origen de su sobresalto,<br />

pero Tarzán sabía que iban a acabar por volver y que cuando descubrieran que aquello<br />

no era más que el cadáver del centinela sin duda iban a sentirse más aterrados que antes.<br />

Con todo, el hombre-mono tenía una idea bastante clara de lo que harían, de modo que<br />

se alejó silenciosamente hacia el sur, desplazándose de regreso al campamento de los<br />

waziri por las alturas superiores de los árboles, sobre las que la luna derramaba a<br />

raudales su luz plateada.<br />

Uno de los árabes volvió la cabeza de repente y su mirada tropezó con lo que había<br />

saltado del árbol sobre ellos y que ahora yacía, mudo e inmóvil, en mitad de la calle del<br />

poblado. Se acercó cautelosamente hasta que vio que sólo se trataba de un hombre.<br />

Segundos después se encontraba junto a aquella figura, a la que identificó al instante<br />

como el cadáver del manyuema que montaba guardia a la puerta de la aldea.<br />

Llamó a sus compañeros, que rápidamente se agruparon en torno suyo y, tras unos<br />

momentos de excitado debate, hicieron precisamente lo que Tarzán había supuesto que<br />

iban a hacer. Se echaron el rifle a la cara y dispararon descarga tras descarga sobre el<br />

árbol del que el hombre-mono había arrojado el cuerpo... De haberse quedado allí, un<br />

centenar de proyectiles habría convertido en un colador el cuerpo de Tarzán.<br />

Cuando árabes y manyuemas comprobaron que las únicas señales de violencia que<br />

presentaba el cadáver de su compañero eran las huellas de unos dedos en la hinchada<br />

garganta, volvieron a hundirse en la más profunda y desesperada aprensión.

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