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Secreto bien guardado - Viviana Rivero

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<strong>Viviana</strong> <strong>Rivero</strong><br />

Pláticas como ésta eran el claro reflejo de las diferentes opiniones<br />

que había en el país ante la pregunta si debían o no apoyar a los<br />

aliados, en contra de Alemania. En realidad la sociedad argentina se<br />

debatía entre dos posiciones más profundas: por un lado, las ideas<br />

nacionalistas de los germanófilos que se cimentaban en el ejército y<br />

algunos círculos intelectuales y juveniles; por otro, las ideas republicanas<br />

de los aliadófilos, con seguidores en el radicalismo, socialismo<br />

y algunos grupos conservadores.<br />

No había terminado Daniel Kiev de decir la última frase, cuando<br />

su mujer y sus hijas lo pasaron a buscar para ir a cenar. Antes de<br />

marcharse, apoyó su brazo sobre el de su amigo y mirándolo le dijo:<br />

–Tulio, una cosa es cierta: la guerra traerá espléndidos negocios.<br />

Siempre y cuando las decisiones las tomemos todos los<br />

exportadores juntos.<br />

–Coincido contigo Daniel, para eso estamos aquí. En cuanto sepa<br />

cuándo es nuestra primera reunión te avisaré.<br />

Carmela concluyó que ya era suficiente y decidiendo rescatar a<br />

su esposo, que cuando de hablar de trabajo se trataba era incansable,<br />

lo tomó de la mano y dijo a Tagle:<br />

–¡Ay, Tulio!, préstame a mi marido, que las chicas se mueren de<br />

hambre.<br />

–Sí, Carmela, claro –se disculpó el hombre.<br />

Y la familia Kiev bajó al comedor, donde el bullicio lo dominaba<br />

todo. Las damas, como día sábado vestían sus mejores galas y las<br />

joyas refulgían a la luz de las finísimas arañas de cristal. La despreocupada<br />

alta sociedad argentina de 1940 se permitía, sin pudor alguno,<br />

disfrutar el lujo y la abundancia que se traslucía en cada rincón<br />

del salón.<br />

Daniel observó el lugar y se sintió cómodo. Parte de los temores<br />

y prejuicios de su llegada se desmoronaron. Éste era su am<strong>bien</strong>te.<br />

Caras conocidas lo saludaban desde lejos con la mano en alto. Relajado,<br />

decidió acomodarse para cenar.

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