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El relojero ciego - Fieras, alimañas y sabandijas

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veces mayor incluso que el PGE tan bajo que postulamos. Para<br />

finalizar con este argumento, la máxima intervención del azar<br />

que podríamos asumir, antes de poder rechazar una teoría concreta<br />

sobre el origen de la vida, sería una probabilidad de uno<br />

en N donde N es el número de planetas apropiados que hay<br />

en el universo. Hay muchas cosas ocultas en la palabra «apropiado»,<br />

pero pongamos un límite de 1 en 100 trillones para describir<br />

la máxima intervención del azar que nos permitiría asumir<br />

este argumento.<br />

Hay que pensar qué significa esto. Vayamos a ver a un químico<br />

y digámosle; saca tus manuales y tu calculadora; afila tu<br />

lápiz y tu ingenio; llena tu cabeza de fórmulas, y tus matraces<br />

con metano, amoniaco, hidrógeno, dióxido de carbono y todos<br />

aquellos gases que esperamos que tenga un planeta primitivo<br />

en el que no hay vida; cocínalos todos; haz pasar descargas<br />

de relámpagos a través de esta atmósfera simulada y descargas de<br />

inspiración a través de tu cerebro; trae los métodos químicos<br />

más avanzados que tengas, y proporciónanos tu mejor estimación<br />

química de la probabilidad de que un planeta típico genere,<br />

de forma espontánea, una molécula que se autoduplique. O,<br />

poniéndolo de otra manera, ¿cuánto tendríamos que esperar<br />

antes de que los sucesos químicos aleatorios producidos en el<br />

planeta, los choques térmicos de los átomos y moléculas al azar,<br />

dieran como resultado una molécula que se autoduplicarse?<br />

Los químicos no conocen la respuesta a esta pregunta. Muchos<br />

químicos modernos dirían que tendríamos que esperar un<br />

tiempo muy largo para los estándares de una vida humana, pero<br />

quizá no tanto para los del tiempo cosmológico. La historia de<br />

los fósiles de la Tierra sugiere que tenemos alrededor de mil<br />

millones de años —un «eón», utilizando una definición moderna<br />

adecuada— para jugar, ya que es más o menos el tiempo<br />

transcurrido entre el origen de la Tierra, hace alrededor de 4 500<br />

millones de años y la era en la que aparecen los primeros organismos<br />

fosilizados. Pero lo esencial de nuestro argumento del<br />

«número de planetas» es que, aunque el químico dijera que tendríamos<br />

que esperar un «milagro», esperar 100 trillones de años,<br />

más tiempo del que ha existido el universo, todavía podríamos<br />

aceptar este veredicto con ecuanimidad. Hay probablemente más<br />

de 100 trillones de planetas disponibles en el universo. Si cada<br />

uno de ellos durase tanto como la Tierra, nos daría alrededor<br />

de 1000 cuatrillones de años-planeta para jugar. ¡Eso lo solucionaría!<br />

Un milagro se traduce en algo práctico mediante unas multiplicaciones.<br />

Hay una premisa oculta en este argumento. Bueno, hay muchas,<br />

pero una en particular, sobre la que quisiera hablar. Una<br />

vez que se ha originado la vida (han aparecido los duplicadores<br />

y la selección cumulativa), avanza siempre hasta un punto donde<br />

la inteligencia de sus criaturas evoluciona lo suficiente como para<br />

especular sobre sus orígenes. Si no es así, nuestra estimación<br />

de la intervención del azar debería reducirse de acuerdo con esto.<br />

Para ser más exacto, la mayor probabilidad en contra del origen<br />

de la vida, en cualquier planeta que permitan postular nuestras<br />

teorías, sería igual al número de planetas disponibles en el universo,<br />

dividido por la probabilidad de que la vida, una vez iniciada,<br />

produjese la evolución de una inteligencia suficiente para<br />

especular sobre sus propios orígenes.<br />

Puede parecer un poco extraño que «una inteligencia suficiente<br />

para especular sobre sus propios orígenes» sea una variable<br />

relevante. Para comprender por qué es así, hay que considerar<br />

la hipótesis alternativa. Supongamos que el origen de la vida<br />

mese un suceso bastante probable, pero que la evolución posterior<br />

de la inteligencia tiicsc tan improbable, que necesitase un<br />

gran golpe de suerte. Supongamos que el desarrollo de la inteligencia<br />

ruese tan improbable que sólo haya tenido lugar en un<br />

planeta del universo, aun cuando la vida se hubiese originado<br />

en muchos planetas diferentes. Entonces, ya que sabemos que<br />

somos lo suficientemente inteligentes como para discutir esta<br />

cuestión, sabemos que la Tierra tiene que ser ese planeta. Supongamos<br />

ahora que el origen de la vida, y el origen de la inteligencia<br />

una vez que la vida está presente, sean ambos sucesos<br />

muy improbables. Entonces la probabilidad de que un planeta<br />

cualquiera, como la Tierra, disfrute de ambos golpes de suerte<br />

seria el produelo de dos probabilidades pequeñas, y esto es una<br />

probabilidad mucho más pequeña.<br />

Si, como pensamos, en nuestra teoría de cómo llegamos a<br />

existir, se nos permite postular una cierta intervención del azar,<br />

ésta tendría como límite la cifra de planetas elegibles en el universo.<br />

Una vez definida la magnitud de esta intervención, podríamos<br />

«gastarla» como un bien limitado para dar nuestra explicación<br />

sobre nuestra propia existencia. Si utilizamos casi todo,<br />

en el transcurso de la evolución, para explicar cómo empezó la<br />

vida en un planeta, entonces no podremos postular muchas cosas<br />

más en el resto de nuestra teoría, por ejemplo, la evolución cumulativa<br />

del cerebro y la inteligencia. Si no utilizamos todo para<br />

explicar el origen de la vida, dejaremos algo para explicar nuestra<br />

teoría sobre la evolución posterior, después de que hubiese<br />

comenzado a funcionar la selección cumulativa. Si usamos la<br />

mayor parte de esta intervención para explicar el origen de la<br />

inteligencia, entonces no dejaremos mucho para explicar el origen<br />

de la vida: tendríamos que crear una teoría que hiciese el

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