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El relojero ciego - Fieras, alimañas y sabandijas

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6. ORÍGENES Y MILAGROS<br />

Azar, suene, coincidencia, milagro. Uno de los principales<br />

tópicos de este capítulo son los milagros y lo que entendemos<br />

por ellos. Mi tesis será que los sucesos que llamamos normalmente<br />

milagros no son sobrenaturales, sino paite de un espectro<br />

más o menos poco probable de sucesos naturales. En otras<br />

palabras, que si se produce un milagro en alguna ocasión, sería<br />

un tremendo golpe de suerte. Los sucesos no se clasifican de<br />

una manera definida en sucesos naturales versus milagros.<br />

Algunos sucesos podrían ser demasiado improbables para ser<br />

contemplados, pero no podemos saberlo hasta que hayamos<br />

hecho los cálculos. Y para hacerlos, necesitamos saber de cuánto<br />

tiempo disponemos o, en términos más generales, de cuantas<br />

oportunidades disponemos para que se produzca el suceso. Si<br />

suponemos un tiempo infinito, o unas oportunidades infinitas,<br />

cualquier cosa es posible. Las grandes cifras facilitadas por la<br />

astronomía, y los largos períodos de tiempo característicos de la<br />

geología se combinan para tomar patas arriba nuestras estimaciones<br />

diarias de lo que podemos esperar y lo que es milagroso.<br />

Llegaré a este punto utilizando un ejemplo concreto de lo que<br />

constituye el otro tema principal de este capítulo. <strong>El</strong> problema<br />

de cómo se originó la vida en la Tierra. Para aclarar este punto,<br />

me centraré de una manera arbitraria en una teoría concreta<br />

sobre el origen de la vida, aunque cualquier teoría moderna serviría<br />

para este propósito.<br />

Podemos aceptar una cierta intervención del azar en nuestras<br />

explicaciones, no demasiada. La cuestión es ¿cuánta? La<br />

inmensidad del tiempo geológico nos da derecho a postular más<br />

coincidencias improbables de las que nos permitiría un jurado;<br />

aun así, hay límites. La selección cumulativa es la clave de todas<br />

nuestras explicaciones modernas sobre la vida. Encadena una<br />

serie de sucesos aceptablemente oportunos (mutaciones al azar)<br />

en una secuencia ordenada, de forma que el producto final de<br />

la misma transmite la ilusión de haber tenido, por supuesto,<br />

mucha suerte, de ser demasiado improbable como para haberse<br />

originado sólo por azar, aun suponiendo un intervalo de tiempo<br />

millones de veces más largo que la edad actual del universo. La<br />

selección cumulativa es la clave, pero tuvo que tener un comienzo,<br />

y no nos escapamos a la necesidad de postular un suceso<br />

causal en una sola etapa en el origen de la propia selección cumulativa.<br />

Y este primer paso vital fue difícil porque, en su interior,<br />

descansa lo que parece ser una paradoja. <strong>El</strong> proceso de duplicación<br />

que conocemos necesita una complicada maquinaría para<br />

su funcionamiento. En presencia de la «herramienta» de la replicasa,<br />

los fragmentos de RNA evolucionan repetida y conver¬<br />

gentemente hacia un mismo punto final, cuya «probabilidad» parece<br />

extremadamente pequeña, hasta que se refleja el poder de<br />

la selección cumulativa. Pero tenemos que ayudar a ponerla en<br />

marcha. No arrancará hasta que le facilitemos un catalizador, similar<br />

a la «herramienta» de la replicasa del capítulo anterior. Y<br />

este catalizador, según parece, es poco probable que llegue a existir<br />

de forma espontánea, excepto bajo la dirección de otras moléculas<br />

de RNA. Las moléculas de DNA se duplican en la complicada<br />

maquinaria de la célula, y las palabras escritas se duplican<br />

en las máquinas Xerox, pero no parecen ser capaces de una<br />

duplicación espontánea en ausencia de una maquinaria de apoyo.<br />

Una máquina Xerox es capaz de copiar sus propios negativos,<br />

pero no es capaz de comenzar a existir espontáneamente. Las<br />

bioformas se duplican en un ambiente facilitado por un programa<br />

de ordenador escrito adecuadamente, pero no pueden escribir<br />

su propio programa o construir un ordenador que lo ponga<br />

en funcionamiento. La teoría del <strong>relojero</strong> <strong>ciego</strong> es extremadamente<br />

potente, suponiendo que se nos permita asumir la existencia<br />

de la duplicación y, de aquí, la de la selección cumulativa.<br />

Pero si la duplicación necesita una maquinaria compleja, y<br />

el único camino que conocemos para que ésta llegue a existir<br />

es, en último extremo, la selección cumulativa, tenemos un problema.<br />

Ciertamente, la maquinaria celular moderna, el aparato para<br />

la duplicación del DNA y la síntesis de proteínas, tiene todas las<br />

características de una maquinaria muy evolucionada, con un diseño<br />

especial. Hemos visto su asombroso funcionamiento como<br />

mecanismo de precisión para el almacenamiento de datos. A su<br />

nivel de ultraminiaturización, tiene el mismo orden de elaboración<br />

y complejidad de diseño que el ojo humano a un nivel

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