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El relojero ciego - Fieras, alimañas y sabandijas

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aquí está la dificultad. Dado que el número de bioformas existentes<br />

es de medio billón, si ninguna de ellas tiene probabilidad<br />

mayor como destino que el resto, la probabilidad de saltar a una<br />

en concreto sería lo suficientemente pequeña como para ignorarla.<br />

Obsérvese que no nos ayuda el hecho de asumir que hay<br />

una poderosa «presión selectiva» no aleatoria. No importa que<br />

prometamos una enorme fortuna, si se consigue un salto afortunado<br />

hasta el escorpión. Las probabilidades en contra de hacerlo<br />

son todavía de medio billón a una. Pero si, en lugar de<br />

saltar, caminamos paso a paso, y recibimos una moneda como<br />

premio cada vez que lo hacemos en la dirección correcta, alcanzaríamos<br />

al escorpión en un corto periodo de tiempo. No necesariamente<br />

en el tiempo más rápido posible de 30 generaciones,<br />

pero muy rápido, a pesar de todo. Saltando podríamos, en teoría,<br />

conseguir un premio más rápido, de una sola vez. Pero, debido<br />

a las probabilidades astronómicas en contra del éxito, el único<br />

camino posible consiste en una serie de pequeños pasos, cada<br />

uno construido sobre el éxito acumulado de las etapas previas.<br />

<strong>El</strong> tono de los párrafos anteriores está abierto a una interpretación<br />

errónea que debo desmentir. Suena, una vez más,<br />

como si la evolución tratase de alcanzar objetivos distantes, que<br />

residen en cosas como los escorpiones. Según hemos visto, nunca<br />

lo hace. Pero si pensamos en este objetivo como algo que mejore<br />

las posibilidades de supervivencia, el argumento sería todavía<br />

válido. Si un animal es un progenitor, debe ser lo suficientemente<br />

bueno como para sobrevivir, por lo menos, hasta la edad<br />

adulta. Es posible que uno de sus descendientes mulantes pudiese<br />

ser incluso mejor en cuanto a la supervivencia. Pero si<br />

sufriese una mutación enorme, de forma que se hubiese movido<br />

a una gran distancia de sus progenitores en el espacio genético,<br />

¿cuáles serían las posibilidades de ser mejor que su padre?<br />

La respuesta es que las probabilidades en contra serían muy<br />

grandes. Y la razón es la que acabamos de ver en nuestro modelo<br />

de las bioformas. Si el sallo mutacional que estamos considerando<br />

fuese muy grande, el número de destinos posibles de<br />

este salto sería astronómicamente grande. Debido a que, como<br />

vimos en el capítulo 1, el número de formas diferentes de estar<br />

muerto es mucho mayor que el de formas de estar vivo, la probabilidad<br />

de que un gran salto al azar en el espacio genético<br />

terminase con la muerte, sería muy elevada. Incluso un pequeño<br />

salto al azar en el espacio genético es muy probable que terminase<br />

con la muerte. Pero cuanto más pequeño sea este salto,<br />

menor será la probabilidad de que se produzca la muerte, y<br />

mayor la de que se produzca una mejora como resultado. Volveremos<br />

a este tema en un capítulo posterior.<br />

Hasta aquí es hasta donde quiero llegar sacando moralejas<br />

de la Tierra de las Bioformas. Espero que no lo hayan encontrado<br />

demasiado abstracto. Hay otro espacio matemático lleno,<br />

no con bioformas de nueve genes sino con animales de carne y<br />

hueso hechos de millones de células, cada una de las cuales contiene<br />

miles y miles de genes. Éste no es un espacio de bioformas<br />

sino el espacio genético real. Los animales reales que han<br />

vivido siempre en la Tierra son un subgrupo diminuto de los<br />

animales teóricos que podrían existir. Estos animales reales son<br />

el producto de un pequeño número de trayectorias evolutivas<br />

en el espacio genético. La gran mayoría de las trayectorias evolutivas<br />

en el espacio animal dan lugar a monstruos inviables. Los<br />

animales reales están distribuidos aqui y allí entre los monstruos<br />

hipotéticos, cada uno localizado en un sitio propio y único, dentro<br />

del hiperespacio genético. Cada animal real está rodeado de<br />

un pequeño grupo de vecinos, la mayoría de los cuales no han<br />

existido nunca, pero algunos de los cuales son sus antepasados,<br />

sus descendientes y sus parientes.<br />

Localizados en algún lugar de este inmenso espacio matemático<br />

están los seres humanos y las hienas, osos hormigueros,<br />

gusanos planos y calamares, dodos y dinosaurios. En teoría, si<br />

fuésemos lo suficientemente diestros en ingeniería genética, podríamos<br />

movemos desde un punto a otro en el espacio animal.<br />

Podríamos movernos, partiendo de cualquier punto, a través del<br />

laberinto, de manera que podríamos volver a crear el dodo, el<br />

tiranosaurío y los trilobites, tan sólo si supiésemos qué genes<br />

hay que remedar, y qué trozos del cromosoma habría que duplicar,<br />

invertir o suprimir. Dudo que lleguemos a saber algún<br />

día lo suficiente como para hacerlo, pero estas preciadas criaturas<br />

están allí escondidas para siempre en sus rincones privados<br />

de este hipervolumen genético, esperando ser encontradas, si tuviéramos<br />

los conocimientos para navegar siguiendo el rumbo correcto<br />

a través del laberinto. Podríamos incluso ser capaces de<br />

hacer evolucionar una reconstrucción exacta de un dodo criando<br />

pichones selectivamente, aunque tendríamos que vivir un millón<br />

de años para completar el experimento. Pero cuando se nos<br />

impide hacer un viaje en la realidad, la imaginación no es un<br />

mal sustituto. Para quienes, como yo, no son matemáticos, el<br />

ordenador puede ser un poderoso amigo de la imaginación. Al<br />

igual que las matemáticas, no sólo ensancha la imaginación, también<br />

la disciplina y la controla.

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