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El relojero ciego - Fieras, alimañas y sabandijas

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siado trivial para organizar un alboroto, aunque signifique la obtención<br />

de una respuesta ligeramente errónea si sólo se cuentan<br />

las rayitas de la escala).<br />

Estos planos bidimensionales cortados a través del espacio<br />

genético de nueve dimensiones nos dan una sensación de lo que<br />

significa caminar a través de la Tierra de las Bioformas. Para<br />

mejorar esta sensación, hay que recordar que la evolución no<br />

está restringida a un plano bidimensional. En un verdadero paseo<br />

a través de la evolución se podría «caer>, en cualquier momento,<br />

de un plano a otro, por ejemplo desde el plano de la figura<br />

6 al plano de la figura 7 (cerca del insecto, donde los dos planos<br />

están próximos entre si).<br />

He dicho que la «regla genética» de la figura 8 nos permite<br />

calcular el tiempo mínimo empleado para evolucionar entre dos<br />

puntos. Lo hace así, dadas las restricciones del modelo original,<br />

pero el énfasis está en la palabra mínimo. Como el insecto y el<br />

escorpión están separados por una distancia de 30 unidades genéticas,<br />

tendrían que transcurrir 30 generaciones para que evolucionasen<br />

desde uno a otro, sin hacer nunca un giro erróneo;<br />

esto es, conociendo exactamente la fórmula genética hacia la que<br />

nos encaminamos, y sabiendo cómo dirigirnos hacia ella. En la<br />

evolución de la vida real, no hay nada que se corresponda con<br />

la existencia de una orientación hacia algún objetivo genético<br />

distante.<br />

Utilicemos ahora las bioformas para volver al punto que planteamos<br />

con los monos que escribían Hamlet a máquina, la importancia<br />

del cambio gradual, del cambio paso a paso en la evolución,<br />

como contraposición al puro azar. Comencemos por volver<br />

a rotular las divisiones situadas a lo largo de la parte inferior<br />

de la figura 8, pero esta vez con unidades diferentes. En lugar<br />

de medir la distancia como el «número de genes que tienen que<br />

cambiar en la evolución», vamos a medirla como la «probabilidad<br />

de recorrer la distancia, al azar, de un solo salto». Tendremos<br />

que flexibilizar una de las restricciones que programé en el<br />

juego del ordenador: veremos por qué creé esta limitación en<br />

primer lugar. La restricción consistía en «permitir» que los descendientes<br />

estuviesen a tan sólo una mutación de distancia de<br />

los progenitores. En otras palabras, sólo se permitía que mutase<br />

un gen cada vez, y a este gen sólo se le permitía cambiar su<br />

«valor» +1 o—l. Al flexibilizar esta restricción, permitimos que<br />

sean varios los genes que puedan sufrir una mutación simultánea<br />

y, además, que puedan sumar cualquier numero positivo o<br />

negativo a su valor actual. En realidad, es una flexibilización demasiado<br />

amplia, ya que permite valores genéticos que oscilan<br />

entre menos infinito y más infinito. Sin embargo, el objetivo tam­<br />

bién se cumple adecuadamente, si restringimos los valores de<br />

los genes a cifras de un solo número, esto es, si permitimos<br />

que varien entre —9 y +9.<br />

Así pues, dentro de estos amplios limites, estamos permitiendo,<br />

en teoría, una mutación en una sola etapa, en una sola<br />

generación, que podría cambiar cualquier combinación de los<br />

nueve genes. Además, el valor de cada gen puede cambiar cualquier<br />

cantidad, en tanto no llegue a las dos cifras. ¿Qué significa<br />

esto? Significa que, en teoría, la evolución podría saltar, en<br />

una sola generación, desde un punto cualquiera en la Tierra de<br />

las Bioformas a otro. No sólo desde cualquier punto en un plano,<br />

sino desde cualquier punto en el hipervolumen de nueve dimensiones.<br />

Si, por ejemplo, se quisiera saltar de un solo golpe desde<br />

el insecto al zorro en la figura 5, he aquí la fórmula. Añádanse<br />

los siguientes números a los valores de los genes 1 a 9, respectivamente:<br />

—2, 2, 2, —2, 2, 0, —4, —1, 1. Pero ya que estamos hablando<br />

de saltos al azar, todos los puntos de la Tierra de las Bioformas<br />

tienen la misma probabilidad de ser el destino de uno de<br />

estos saltos. Así pues, las probabilidades en contra de saltar a<br />

un destino determinado, por ejemplo el zorro, por pura suerte,<br />

es fácil de calcular. Es el número total de bioformas en el espacio.<br />

Como puede verse, nos estamos embarcando en otro de<br />

esos cálculos astronómicos. Hay nueve genes, y cada uno de<br />

ellos puede tomar cualquier valor entre 19 diferentes. De manera<br />

que el número total de bioformas a las que podríamos sallar<br />

es de 19 veces cada una 9 veces: 19 elevado a 9. Esto represenla<br />

alrededor de medio billón de bioformas. Un número bajo, si<br />

se compara con el «número de la hemoglobina» de Asimov, pero<br />

aun así lo llamaría un número grande. Partiendo del insecto, y<br />

comenzando a saltar como una mosca loca medio billón de veces<br />

hay esperanzas de llegar al zorro en una sola ocasión.<br />

¿Qué nos dice todo ello sobre la evolución real? Una vez<br />

más, insiste en la importancia del cambio gradual. Ha habido<br />

evolucionistas que negaron la necesidad de una evolución gradual<br />

de este tipo. Nuestros cálculos de las bioformas nos muestran<br />

exactamente una de las razones por la que este cambio gradual<br />

es importante. Cuando digo que se puede esperar que la<br />

evolución salte desde el insecto a uno de sus vecinos inmediatos,<br />

pero no que lo haga directamente desde el insecto al zorro<br />

o al escorpión, lo que quiero decir exactamente es lo que sigue.<br />

Si se producen realmente verdaderos saltos al azar, entonces sería<br />

perfectamente posible un salto desde el insecto al escorpión. Por<br />

supuesto, seria tan probable como un salto desde el insecto a<br />

uno de sus vecinos inmediatos. Pero tendría también la misma<br />

probabilidad que un salto a cualquier otra bioforma existente. Y

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